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La Vitalidad es el presente. Todo está en la vida y es la vida, los cuerpos mueren pero la vida continúa, es eterna. Siempre se está en medio de la vida y la vida en medio de nosotros. Nos atravisa para llegar a otros, así como atravesó a otros, para llegar hasta nosotros. La vida es incontrolable, poderosa, inalienable, misteriosa, creativa. La vida es salvaje: es el amor.



martes, 4 de junio de 2013

La Anarquía Metafísica y Teológica de Baruch de Spinoza

Las concepciones metafísicas de la equivocidad y la analogía se constituyen en una filosofía trascendente de lo uno ya que ambas nociones del ser reconocen una instancia superior al ser, una instancia anterior y superior a los existentes, Dios, desde la cual parte la determinación, el orden y la jerarquización de todo lo que es en una unidad trascendental. Es decir, tanto en la concepción analógica como equívoca del ser un elemento exterior y superior al ser tanto en orden como en jerarquía determina toda posibilidad de existencia, que en los términos de ese mismo orden se convierte en la única existencia posible, ya que la única realidad posible a de ser la de ese orden. Por lo que la filosofía adquiere las características de lo uno y lo trascendente.

En el mismo sentido, estas dos nociones del ser implican la clásica concepción trascendente de Dios como Dios-padre, Dios-juez y Dios-todopoderoso, en tanto que la situación de preeminencia y superioridad en la que se le concibe con respecto al ser implica un orden creado en todas sus dimensiones absolutamente por Dios en su infinita perfección, y por ende, la creación misma adviene también un orden moral establecido desde la eternidad como un imperativo metafísico, y en el límite, un orden teleológico tendiente hacia una finalidad predeterminada desde la creación misma: la salvación o el advenimiento del mundo o la vida verdaderos. Pues todos estos elementos supeditan lo existente a la unidad y perfección divinas externas al ser, y en el límite, niegan la existencia y la vida múltiple y diferente en virtud de ese mismo uno trascendente. 

“Las filosofías de lo Uno son filosofías que implican fundamentalmente una jerarquía de los existentes, de ahí el principio de consecuencia, de ahí el principio de emanación…”[1]

…siempre es, finalmente, una diferencia entre el ser y algo superior al ser, puesto que la jerarquía será una diferencia en el juicio. Entonces, el juicio se hace a nombre de una superioridad del Uno sobre el Ser. Se puede juzgar el Ser precisamente porque hay una instancia superior al ser. Entonces la jerarquía es inscrita desde esta diferencia, puesto que la jerarquía, su fundamento mismo, es la trascendencia del Uno sobre el Ser…” [2]

Y en tanto la unidad trascendente es una unidad absoluta y la dimensión política resulta estratégica en las concepciones metafísicas, deviene elemental la determinación de lo político en los términos de la jerarquía, resultando el Estado además de una reproducción en el orden social de las jerarquías del ser, una realidad tan necesaria como legítima puesto que sí la organización política es así, fundada en la jerarquía y en la concomitante concentración de poder en la cúpula de la jerarquía, es porque así está determinado desde la unidad trascendente como un imperativo metafísico por el que se hace pasar el régimen como el único posible y su estructura jerárquica como algo además de debido y necesario como algo bueno, resultando de ello una legitimidad incuestionable. Entonces, el orden social por excelencia y necesidad, es aquel en el que la jerarquización de los individuos y el sometimiento de los más es una constante de la verticalidad política, que como el ser, funciona adquiriendo sentido y realidad desde un elemento superior que adquiere las cualidades de lo trascendente, en este caso, de lo socialmente externo, que daría origen a una diferencia radical entre los que mandan y los que obedecen en virtud de este orden.

Spinoza dándose cuenta de las implicaciones de las nociones equívoca y análoga asume una posición unívoca radical, y al involucrarse de una manera tan fuerte y profunda en el problema neurálgico de la filosofía de ese momento desemboca en las innovaciones de un pensamiento sumamente singular y visionario que al empatar plenamente el ser con Dios crea una nueva filosofía con su concomitante nueva política, a partir de una nueva concepción de Dios.

Deleuze nos dice que Spinoza concibe el Ser en una especie de ontología pura en la cual todo lo que es ser se dice en el mismo sentido, es decir, que todo lo que es participa con la misma dignidad y calidad del Ser como totalidad pues no habría un elemento externo trascendente, sino que, todo es ser en tanto que la unidad no se ubica por encima de los existentes sino que es el infinito conjunto de todos los existentes: Dios es el ser. Diferencia sustancial ya que la unidad no se encontrará más allá de lo que es sino que es precisamente eso, los existentes; idea además de desconcertante y compleja extremadamente bella, pues sin perder los atributos metafísicos más prodigiosos de Dios como son la perfección, la infinitud, la eternidad, la omnisciencia y omnipotencia, en su concepción divina Spinoza,  piensa a Dios como la totalidad infinita de todo que no es limitada o contenida por lo que no-es, sino que contiene y comprende absolutamente todo.

“Lo que me parece impresionante en la ontología pura, es hasta que punto repudia las jerarquías. En efecto, si no hay Uno superior al Ser, si el Ser se dice de todo lo que es en un mismo y único sentido, esa me parece la proposición ontológica clave: no hay unidad superior al ser y, entonces, el ser se dice de todo eso de lo que se dice, es decir se dice de todo lo que es, se dice de todo ente, en un mismo y solo sentido.”[3]