Para
Gilles Deleuze no existía un centro o corazón de la realidad en su totalidad ni
de las cosas en particular.[1]
Nada que fuera superior o mejor que el resto, no porque las cosas y sus
características carezan de dignidad, sino porque todas participan de la misma
dignidad, la dignidad de ser.[2]
Puesto que para él, no existe instancia alguna por encima del ser, sino
que el ser lo es Todo, un Todo que es infinito y absoluto,
por lo que no puede ser limitado por nada (es infinito), y por esa razón,
tampoco ajeno a nada (es absoluto), pues lo ajeno o lo otro sería su
límite. El Ser es lo más común, y por ello, carece de jerarquías.
Por el contrario, pensar la realidad en
términos de una jerarquía de los entes no es propiamente pensar sino repetir,
replicar errores, ilusiones de la trascendencia… forzarse y forzar a concebir
lo que es siempre idéntico a otra cosa, el lugar ocupado en una
jerarquía, donde la superioridad y la inferioridad relativas son dictadas por
un orden de la representación, que por (su) derecho, ocupa el lugar de lo que
existe en realidad. En el pensamiento de la jerarquía,[3]
lo que las cosas son, su identidad, se define por la superioridad o
inferioridad relativas entre ellas y dictadas por una escala de valores que es
ajena a lo que las cosas son. El ser y lo que es como la representación de
otra cosa. Cuando lo que es está cambiando constantemente tanto en
lo general, realidad, como en lo particular, entes; y pensarlo, consiste en
percibir y entender ese cambio que se expresa como diferencición constante de
lo que es: en y por el ser, como causa inmediata, al no existir
jerarquía.
El corazón del pensamiento de la jerarquía es
la identidad, puesto que, todo su andamiaje conceptual tiende a fundamentarla y
a darle sentido. Es el centro en torno al cual vuelven todos los demás
conceptos tanto metafísicos como prácticos, un centro que adquiere la forma de
categorías, esencia, alma o sujeto. Ya que sólo si existe una instancia
superior al/del ser, como unidad de sentido, Uno[1]
(o principio causal) que necesariamente tiene que estar por encima del ser
que es finito, por lo tanto, para poder ser limitarlo, es posible que exista un
orden eterno de la mismidad, regulado por leyes eternas y universales dadas por
tal instancia superior desde un principio creacionista ex-nihilo (anterior
al ser) y para siempre, como Gran Identidad (Dios, Topos Uranos, Sujeto
Trascendental o Espíritu Absoluto), que haga posible el resto de identidades
particualres (ónticas). En tales términos, la totalidad se convierte en un eco
del principio creador, una totalidad que no hace sino replicar o difundir el
"sonido" de lo idéntico tanto en lo general (orden-mundo) como en lo
particular (esencia-entes).
La identidad, además, es el principio con el
que se ordena concretamene el mundo político-social como equivalente del cosmos
metafísico, gran movimiento de la metafísica que los prejuicios de la
modernidad no han permitido advertir a pesar de implicar el antedecedente de
los principios de la filosofía política moderna. Puesto que, es con la
identidad como criterio, que se lleva a cabo la re-producción
del mundo como la producción del único mundo posible, por tararse del
mundo de lo idéntico que excluye cualquier alternativa en los diferentes
órdenes de la realidad humana, desde la institución y dustistribución de los
poderes, hasta la distribución de la riqueza y la conformación de la cultura y
la moralidad. A partir de la identidad, se regula la re-producción
del mundo idéntico (Justo: verdadero, bueno y bello) y se juzga, condena y
corrige las diferencias que desde sus criterios son consideradas como errores o
deficiencias de lo que debería ser y no es idéntico.
Así las cosas, el pensamiento de lo idéntico
establece metafísicamente los criterios de la re-producción
del mundo en función de una cosmogonía creacionista que se ubica en un
“momento” anterior y desde un “espacio” superior al ser; y en el mismo
movimiento, impone las relaciones de poder de un orden político-social
jerárquico como lo verdadero y necesario, y en el límite, como el único
mundo-cosmos posible.
“Las
filosofías de lo Uno son filosofías que implican fundamentalmente una jerarquía
de los existentes, de ahí el principio de consecuencia, de ahí el principio de
emanación. Entonces, el problema del estado, lo encontrarán cuando se
encuentren al nivel del siguiente problema: la institución de una jerarquía
política. En los neoplatónicos, hay jerarquías por todas partes, hay una
jerarquía celeste, y todo lo que los neo-platónicos llaman hipóstasis, son precisamente
los términos en la instauración de una jerarquía (…) En una filosofía de lo
uno, evidentemente la obediencia es primero, es decir que la relación política
es una relación de obediencia…”[2]
Cuando Deleuze arremete contra la identidad,
centro o corazón de esta forma de pensar, arremete simultáneamente contra la
realidad político-social que justifica en su re-producción;
y lo hace, a partir de una estrategia de descentramiento constante que articula en base al concepto de diferencia, como principio ontológico de una
concepción no jerárquica del ser sino horizontal y múltiple, constituyendo,
así, una filosofía de la diferencia.
A partir del libro Diferencia y repetición (1968),
Deleuze desarrolla una filosofía basada en la diferencia, si bien, previamente
había minado la categoría de identidad[3]
y apuntado a la noción de multiplicidad,[4]
hasta ese momento, de manera explícita, la diferencia se convierte en la
brújula de su pensamiento, una especie de “eje descentrado” que deshace y
recomiencia permanentemente las cosas en una labor constructivista constante, productiva,
que es la dinámica propia de la inmanencia.
En su labor profundamente crítica del
pensamiento idealista y trascendente, jerárquico, Deleuze va articulando
paralelamente, con paciencia y rigor, una propuesta filosófica alternativa que
recupera filosofías marginales, y a su vez, críticas de ciertas formas de
jerarquías culturales, teológicas, políticas, morales: los estóicos, los
cínicos, Lucrecio, Spinoza, Nietzsche, Hume, Bergson, Masoch. Quienes de una
manera u otra, a su modo de ver, tienen en común un cierto planteamiento de la
inamnencia en su pensamiento, al descalificar desde la perspectiva inmanente la
validez de principios y valores establecidos por órdenes trascendentes (religión,
moral, metafísica, cientificismo).
En la labor crítica o negativa de la filosofía,
que consiste en emancipar al hombre del poder, la superstición y la estupidez,[5]
la inmanencia es la gran perspectiva que se enfrenta a los errores,
mixtificaciones y dogmas con que el poder impone a los hombres su servidumbre y
la de sus semejantes. Ese es el peligroso secreto por el cual se ha tratado de
acallar y marginalizar este pensamiento, desde las infamias de San Jerónimo a
Lucrecio[6]
y las burlas históricas a Epícuro “el cerdo” y sus “cerditos”,[7]
hasta las maldiciones y censuras que recayeron sobre el nombre y la obra de
Spinoza.[8]
Al ubicarse con la inmanencia en la
horizontalidad de los entes simultáneamente se acciona un mecanismo demoledor
de los principios y elementos constitutivos de la jerarquía, la diversidad de
identidades que articulan el “orden” vertical del mundo y que como dijimos, son la concreción
de la superioridad o inferioridad jerárquicas, así como, el centro o corazón
del mundo y del hombre: las identidades de Dios y el alma. La
inmanencia radical como planteamiento de que no existe dimensión alguna por
encima del ser, custiona absolutamente la existencia de Dios y del alma
humana, y con ello, del orden que Dios crea y del cual el alma del hombre
depende.
Las identidades fundamentales sobre las que se
construye el orden de la mismidad, son originalmente Dios y el alma, Dios como
origen y columna vertebral del orden en el que cada cual, en tanto alma, tiene
asignado su lugar en el mundo de manera definitiva. Lo que técnicamente
implica, por una parte, el creacionismo, y por otra, el esencialismo. Es decir,
que el origen o causa del mundo es un algo, un Uno[9]
que está por encima y es anterior al ser, al que limita, pues realizaría su
creación desde el no-ser, en el momento de la creación absoluta y más estricta,
que es la creación exnihilo; y paralelamente, una concepción
creacionista implica una esencialización de lo creado, lo existente en tanto
creado es definido completamente desde el principio de la creación que
monopoliza la determinación de las criaturas, entes creados, lo que desemboca
en que se esencializa el orden existente
desde la perspectiva de la trascendencia, pues todo estaría decidido desde el
principio y para siempre. En estos términos, Dios es el centro-corazón del
orden tanto natural como social y cada ente estaría ajustado a ese orden, en su
propio centro-corazón, el alma como parte superior del hombre que determina a
las demás. El creacionismo implica la esencialización de un orden cuyo
origen se tiene por trascendente.
Por el contrario, en la inmanencia concebida
por Deleuze el ser no estaría definido por nada previo o superior a él,
con lo que el ser no es concebido como una criatura pasiva o idéntica,
sino como, un entramado infinito y eterno de elementos y potencia que en su
interacción articulan la realidad y la existencia de los entes, y donde, los
existentes participan de un modo u otro en la interacción de esos elementos, y
con ello, en la definición de lo existente, de la realidad de la que forman
parte y de sí mismos. Se trata de una concepción horizontal del ser, así como,
activa y dinámica de lo existente, en la cual, lo real y el orden es producido constantemente de manera temporal y eventual, abriendo la posibilidad de que el
pensamiento pueda pensar el cambio y la diferencia. Concepción cosntructivista
del ser con la que se sustituye identidad, jerarquía y repetición, por
la búsqueda y el conocimiento del cambio y la producción de lo novedoso o
diferente en la realidad.
Y no es que con la inmanencia y su relación
fundamental con la diferencia desaparezca el orden o se pierdan las coordenadas
de lo que es, puesto que lo que es necesita de la continuidad y
regularidad, de algun modo el perserverar en el ser,[10]
que a su vez, requiere de regularidad en las relaciones con el mundo del que
forma parte, la continuidad de las cosas y sus relaciones indispensables para
que el mundo y no el caos exista. En ese
sentido, el planteamiento inmanente de Deleuze es en gran medida espacial o
geográfico, busca establecer las coordenadas de la existencia concreta de los
entes, definir con la mayor presición posible aquello en que devienen las cosas
y las causas de esos devenires, captar precisamente los momentos de la
producción e instauración de la regularidad. En ese sentido podemos decir con
él, que la filosofía es constructivista,[11]
su filosofía inmanente busca constantemente, y por diversos medios, mostrar las
formas en que la realidad social y los entes individuales se conforman, cómo se
construyen a partir de su interacción y dinamismo, haciendo cartografías de lo
que los entes son en funsión de las relaciones que establecen entre ellos.[12]
En una concepción constructivista de la
realidad, las identidades inmóviles como centros fijos son sustituidas,
necesariamente, por coordenadas móviles que constantemente se están
descentrando para crear un nuevo “eje” temporal, en torno al cual se articula
un devenir como un conjunto de relaciones internas entre las partes
constitutivas de un ente, y externas, con las partes constitutivas de otros
entes. Se trata de seguir los devenires
y su desarrollo de la forma más detallada posible, y para ello, es necesario
identificar las coordenadas de la ubicación e interacción de las partes y
elementos constitutivos de los cuerpos que están interactuando en la producción
de un devenir.
Siguiendo puntualmente a Spinoza en el
planteamiento de la inmanencia, Deleuze explica la interacción y producción de
los entes en términos de cuerpos.
Spinoza propone a los filósofos un nuevo modelo: el cuerpo. Les propone
instituir el cuerpo como modelo: “No sabemos lo que puede el cuerpo…”. Esta
declaración de ignorancia es una provocación: hablamos de la conciencia y de
sus decretos, de la voluntad y de sus efectos, de los mil medios de mover el
cuerpo, de dominar el cuerpo y las pasiones –pero ni siquiera sabemos lo que
puede un cuerpo (Ética, III, 2, escolio).[13]
Para Spinoza, desde una especie de materialismo
y atomismo, el Todo y todos los existentes son cuerpos, integrados por una
infinidad de indivuduos que componen sus partes y que en la interacción entre
ellos pasan de uno a otro cuerpo, integrándalos y desintegrándolos.
…cada cuerpo en la extensión, cada idea o cada
mente en el pensamiento, están constituidos por relaciones características que
subsumen las partes de ese cuerpo, las partes de esa idea. Cuando un cuerpo
encuentra otro cuerpo, una idea, otra idea, sucede o que las relaciones se
componen para formar un todo más potente, o una descompone a la otra y destruye
la cohesión de sus partes. Y lo prodigioso tanto en el cuerpo como en la mente
es, precisamente, que estas conjunciones de partes vivas que se componen y se
descomponen siguen leyes complejas (Incluso la idea posee una gran número de
partes; cf. Etica, II, 15.). El orden
de las causas es, pues, un orden de composición y de descomposición de las
relaciones, que afecta infinitamente a toda la Naturaleza…[14]
Ahora bien, los cuerpos a su vez integran otros
cuerpo convirtiéndose en sus partes constitutivas, también de manera temporal,
en la dinámica como hemos venido diciendo de un auténtico descentramiento
constructivista, puesto que en su interacción, los cuerpos convierten parcial o
completamente lo que son y lo que es,
transformando lo que son o participando de otro ente. Entonces, el centro tiene
que cambiar o moverse, en el interior de un cuerpo o de un cuerpo a otro, en la
transformación permanente de la realidad, que se convierte en una especie de
juego de "lego" en el que los elementos básicos, individuos-átomos,
se intercambian entre una y otra estructura y las estructuras mismas se
"conectan" entre sí, produciendo nuevas estructuras, en el límite, el
Todo como un cuerpo infinito cuyas partes-piezas también infinitas se están
moviendo, desarticulando y articulando constantemente en la eternidad. La
inmanencia implica un dinamismo absoluto en el que el esencialismo de un orden
único dado por identidades como centros fijos, Dios y alma, no tiene lugar.
I.1
Diferencia
Si bien, Dios es el corazón del mundo y el alma
el corazón del hombre, lo que hemos planteado hasta aquí no consiste en que el
hombre pierda su centro y el mundo carezca de sentido (corazón), se trata de
una concepción más compleja y sutil, sobre lo que es el hombre y lo que es el
mundo.
Afirmar que no existe corazón ni centro de la
realidad ni de las cosas en particular no es sencillo de comprender, sino una
sutil complejidad cuyos bemoles es necesario captar para entender el sentido de
lo que se está diciendo. Esta idea es contundente, tajante, pero entraña
modulaciones, detalles, que hacen comprender, pues a su vez, son los
movimientos de lo real: la diferencia.
Con el pensamiento deleuzeano sucede como con
las diferencias entre una percepción
distraída y una percepción atenta: ver y mirar, oír y escuchar.
No es lo mismo sólo dar un vistazo fugaz a algo pensando en otras cosas -que no
sean el objeto percibido y la situación en la que se encuentra el observador-,
que una mirada concentrada atenta a las variaciones de la luz; o una escucha
igualmente desatenta que una enfática en las resonancias y prolongación de los
sonidos. Deleuze mismo decía en relación con las percepciones que Leibniz
habría incursionado en las profundidades de la materia y en los infinitos
detalles de la realidad, diferencias, cuando nos proponía escuchar todas las
hojas en el movimiento del follaje de un árbol provocado por el viento o el
movimiento de todas las gotas de agua en el sonido de una ola.[15]
Nuca acabaríamos de escuchar todos los detalles, hojas-gotas, sin
embargo, podemos concentrarnos en una percepción cada vez más atenta,
conciente, a los detalles. La filosofía
como una actividad infinitesimal sobre la realidad.
En estos términos, así como una percepción poco
atenta es una especie de homogeneidad trivial y poco diferenciada, que sin
ninguna importancia para nosotros podría haber existido o no, la idea que
mencionamos, no existe un centro o corazón de la realidad ni de las cosas, pude resultar incomprensible o
poco relevante. Sin embargo, paradójicamente entraña el corazón del pensamiento
deleuzeano, sobre el que tratará este primer capítulo: la Inmanencia.
La fuerza de lo paradójico en lo que estamos
planteando, se debe, no solamente a la deliberada provocación al sentido común
-pues veníamos diciendo que no existe centro-corazón- sino sobre todo, a una
enunciación literal de la idea deleuzeana. Una enunciación demasiado general u
omisa en los detalles, en los cuales, como ya dijimos, se encuentra el
movimiento del cambio y la diferencia que son las notas características de lo
que es. Y los detalles que entraña son los siguientes:
La inmanencia es el “eje descentrado” del
pensamiento deleuzeano, tema fundamental, central o recurrente. La mayor parte
de su obra habla o se refiere a este concepto y trata de ser expresión de su
realidad. Desde sus primeros trabajos biográficos sobre Hume, Nietzsche, Kant,
y Bergson que están escritos desde una perspectiva inmanente, y en los cuales,
encuentra las implicaciones inmanentes de los conceptos de estos pensadores y
una especie de continuidad entre ellos, definida por el cultivo del
materialismo y la inmanencia. Seguidos por los trabajos en torno a Baruch de
Spinoza,[16]
libros, en los que plantea de una forma explicita y directa las coordenadas del
concepto de inmannencia, que afirma, jamás fue planteado de manera más pura
que como lo hizo Spinoza.[17]
El concepto también se encuentra como fundamento en la parte más académica de
su obra avocada a desarrollar una metafísica inmanente de la diferencia[18];
mientras que en sus obras más heterodoxas o experimentales plantea de maneras
concretas su relación con problemáticas específicas de la psicología,[19],
la literatura,[20]
la pintura[21]
y el cine.[22]
Y en la parte final de su obra, que resulta particularmente significativa, para
la ponderación definitiva del concepto de inmanencia en su pensamiento, escribe
su último libro, ¿Qué es la filosofía? (1991), en compañía de Félix
Guattari, en el cual, se encarga de dejar en claro explíscitamente la relación
fundamental y definitoria que la filosofía tiene con la inmanencia en general,
y en particular, con lo que llamó el plano de inmanencia,[23]
al grado de definir la filosofía por pensar y relacionarse con la inmanencia;
así como su último texto escrito y publicado en vida que se tituló La inmanencia
de una vida, que de forma testamentaria trata de la inmanencia y la
virtualidad, que denominó con el concepto inmanente de plano de virtualidad.
Cuando decimos que la inmanencia es el corazón
del pensamiento de Deleuze, nos estamos refiriendo a un centro-corazón muy
especial, a la manera del centro del Universo al que se refería ese otro
pensador poco comprendido en sus detalles y giros que fue Giordano Bruno: un
centro que, como el de la esfera, se encuentra en todas partes. Puesto que
para Deleuze, la inmanencia tiene un sentido radical como totalidad absoluta e
infinita, por lo cual, no sólo es Todo, sino que está en todas partes. La
inmanencia lo envuelve Todo, y al comprenderlo como totalidad simultáneamente
está en cada parte-ente como el germen de la diferenciación que produce la
realidad.
En estos términos, la inmanencia se convierte en
una especie de átomo que se ubica en todos y cada uno de los cuerpos, y se
manifiesta en la transformación-producción (integración, desintegración e
icorporación) de los cuerpos, puesto que, define lo que los cuerpos son en cada
momento: devenir. La inmanencia es el eje descentrado que dirige en el interior
de los cuerpos su transformación. Es el germen mismo de la existencia y el
cambio, el principio del devenir que está en todas partes latente, como una
semilla, y convierte a los cuerpos en un conjunto de gérmenes, contiente de
principios, como si fueran frutos de los denominados cariospide (maíz, trigo, arroz, cebada, avena), que siempre vienen
en conjunto y cada uno puede convertirse en una nueva planta, y por lo que, en
estricto sentido, cada fruto contiene sembradíos enteros de manera real, como
virtualidad: en cada grano como parte de un cultivo, una planta y un fruto en
particular, que han exsitido en realidad en el pasado, están también en
realidad los granos de futuras plantas y sembradíos que existirán en el futuro.
Se trata de la inamnencia en su aspecto cualitativo, pues si como hemos visto,
su aspecto cuantitativo implica las características de lo infinito (no tiene
principio, fin, ni límites) y lo absoluto (nada le es ajeno); cualitativamente
implica que la producción y determinación del ser (diferenciación) se
distribuyen horizontalmente en todos los entes, al no existir jerarquía. Lo que
en términos ontológicos significa que el ser
comprende e implica no solamente el presente, sino también, el pasado y el
futuro, como su parte virtual. La inmanencia entraña una concepión del ser que
busca comprender el pasado, el presente y el futuro de lo que es: la totalidad de los entes.
BIBLIOGRAFÍA
Damasio Antonio. En busca de Spinoza. 2ª ed. CRÍTICA
Barcelona. Madrid. 2003.
Deleuze
Gilles. En medio de Spinoza. Cactus.
Buenos Aires. 2011.
Deleuze Gilles. Exasperación
de la filosofía. Cactus. Argentina. 2006.
Deleuze Gilles. Nietzsche y la filosofía. 8 ed.
ANAGRAMA. Barcelona 2008.
Deleuze Gilles, Félix Guattari. ¿Qué es la filosofía? 8ª ed.
ANAGRAMA. España. 2009.
Deleuze Gilles. Spinoza,
Kant, Nietzsche. Editorial Labor S. A. Barcelona. 1974.
Lucrecio. La
Naturaleza. Editorial Gredos. Madrid. 2003.
Foucault
Michel, Deleuze Gilles. Theatrum Philosophicum seguido de Repetición y
Diferencia. 2ª ed. ANAGRAMA. España. 1999.
Onfray Michel. Teoría
del cuerpo enamorado. Por una erótica solar. PRE-TEXTOS. España. 2002.
[1] “Un discípulo de Platón, Plotino, nos
habla a un cierto nivel de lo Uno como origen radical del ser. Allí el ser sale
de lo Uno. Lo Uno hace el ser, por tanto no es, es superior al ser. Sería el
lenguaje de la pura emanación: lo Uno emana al ser. Es decir que el Uno sale de
sí para producir al ser porque si saliera de sí devendría Dos. Pero el ser sale
de lo Uno. Esa es la fórmula misma de la causa emanativa.” Deleuze. En medio de Spinoza. Cactus. Buenos
Aires. 2011. (Clase del 25/11/80) p. 26.
[2] Gilles Deleuze. Clase
grabada y mecanografiada del día 12/12/80. Fuente electrónica consultada el día
21/11/13: http://www.webdeleuze.com/php/texte.php?cle=21&groupe=Spinoza&langue=3
[3]
En los libros Empirismo y subjetividad (1953) y PRESENTACIÓN DE SACHER-MASOCH. Lo frío y lo
cruel (1967).
[4]
En los libros Nietzsche y la filosofía (1962), Nietzsche (1965), Spinoza y el problema de la expresión (1968).
[5]
¿Existe alguna disciplina, fuera de la filosofía, que se proponga la crítica de
todas las mixtificaciones, sea cual sea su origen y su fin? Denunciar todas las
ficciones sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en
la mixtificación esta mezcla de bajeza y estupidez que forma también la
asombrosa complicidad de las víctimas y de los autores (…) La filosofía como
crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa de desmitificación. Gilles Deleuze. Nietzsche y la
filosofía. 8 ed. ANAGRAMA. Barcelona 2008. p. 150.
[6]
Y al referirnos a su muerte topamos con una historia que rueda por los siglos
como una leyenda infamante desde que San Jerónimo, en una escueta nota, había
afirmado que el poeta se había intoxicado con un filtro amoroso y había
enloquecido, si bien pudo escribir su poema (que luego recogería Cicerón) en
intervalos de lucidez antes de acabar suicidándose… El caso es que el cuento
prende y forma parte ya de la memoria de los siglos. Sobrevuela o impugna
cualquier juicio que se haga sobre el poeta. Los editores renacentistas, que
con una suerte de horror al vacío aprovechan todo para confeccionar sus “Vidas”
de Lucrecio, lo recogen y amplifican… Hay en toda la historieta, es evidente,
una intención de desacreditar a Lucrecio. La pretendida locura anularía cada
verso del poema (pues el autor no sabe lo que dice), mientras que el acto
final, el suicidio, refuta por vía práctica el mensaje de una doctrina que se
proclama gozosa pero que no sabe mantener al que enseña en la felicidad mínima de seguir
vivo.” Lucrecio. La Naturaleza.
Editorial Gredos. Madrid. 2003. pp. 10-12.
[7]
“Finalmente, Horacio escribe bien alto lo que muchos romanos piensan por lo
bajo: los discípulos del filósofo del Jardín se parecen a los cerdos. En una
taza de plata encontrada en Boscoreal, cerca de Nápoles, al pie del Vesubio, el
animal incriminado examina con el hocico un velador ante el que parlotean los
esqueletos de Epicuro y de un acólito, probablemente Zenón de Sidón. Otro
cerdito votivo de bronce yace en los descubrimientos arqueológicos de Herculano,
siempre cerca del volcán, en la villa de los papiros, al lado de los
manuscritos de Filodemo de Gádara, el iniciador de Horacio en las modalidades
del epicureismo campaniano. El animal se ajusta muy pronto a la reputación de
los individuos que invocan la filosofía epicúrea…” Michel Onfray. Teoría del cuerpo enamorado. Por una erótica
solar. PRE-TEXTOS. España. 2002. p. 135.
[8]
“Spinoza era anatema. Esto se aplicó en toda Europa durante la mayor
parte de los cien años que siguieron a su muerte. Por el contrario, las
referencias negativas eran bien recibidas y abundantes. En algunos lugares,
como fue el caso de Portugal, las menciones de Spinoza conllevaban un obligado
calificativo peyorativo, como “sin vergüenza”, “pestilente”, “impío” o
“estúpido”. En ocasiones las opiniones críticas eran cortinas de humo y
consiguieron diseminar las ideas de Spinoza de manera encubierta. El ejemplo
más notable de este escenario confuso fue el artículo de Pierre Bayle sobre
Spinoza en el Dictionnaire Philosophique et Critique (….). Resulta notable que
el apartado dedicado a Spinoza sea el más extenso de todo el diccionario.” Antonio
Damasio. En busca de Spinoza. 2ª ed.
CRÍTICA Barcelona. Madrid. 2003. p. 238.
[9]
Al tratar este tema Deleuze se
refiere al Uno en el sentido de que ese algo que se piensa crea el ser, además
le da unidad, pues lo limitaría en el momento de la creación, pues antes no
existiría y si tiene el poder de crearlo también tiene el poder de destruirlo,
límite escatológico.
[10]
Expresión con la que Spinoza define el
conato, que es la esencia del hombre (E., III, Prop. 7) y considerada en lo
qe se refiere sólo al alma es la voluntad y referida sólo al cuerpo apetito o deseo -cuando es consciente- (E., III, Prpo. 9, esc.)
[11]
“La filosofía es un cosntructivismo, y el cosntructivismo tiene dos aspectos
complementarios que difieren en sus características: crear conceptos y
establecer un plano. Los conceptos son como las olas múltiples que suben y
bajan, pero el plano de inmanencia es la ola única que los enrolla y
desenrrolla…” Gilles Deleuze, Félix Guattari. ¿Qué es la filosofía? 8ª ed.
ANAGRAMA. España. 2009. p. 39.
[12]
Este producir cartografías es
en gran parte la metodología de investigación que utiliza Deleuze, plantear
aquello en que se ha convertido algo en función de una especie de genealogía de
las relaciones, siguiendo lo que entiende por interpretación en Nietzsche:
buscar qué fuerzas se han apoderado de un cuerpo en un momento específico, y
con ello, lo han definido en su potencia. Ejemplos de esta metodología son
todos y cada uno de sus trabajos monográficos, los estudios sobre los socius y las patologías mentales en los
tratados de Esquizofrenia y capitalismo, así como, el método terapéutico
desarrollado con Félix Guattari que busca hacer las cartografías del
inconsciente del paciente.
[14] Ibid. p. 25.
[15]
Leibniz tiene una metáfora que ama. Están cerca del mar y escuchan las olas.
Escuchan el mar y escuchan el ruído de una ola. Oigo el ruido de una ola,
léase: tengo una apercepción, distingo una ola. Leibniz dice que no oirían la
ola si no tuvieran una pequeña percepción inconciente del ruido de cada gota de
agua que se desliza contra otra y forma el objeto de las pequeñas percepciones.
Exsite el rumor de todas las gotas de agua, y ustedes tienen su pequeña zona de
claridad; captan clara y distintamente una resultante parcial de ese infinito
de gotas, de ese infinito rumor, y fabrican vuestro pequeño mundo, vuestra pequeña
propiedad. (Clase del día 15/04/80) Gilles Deleuze. Exasperación de la filosofía. Cactus. Argentina. 2006. p. 37.
[16]
Spinoza y el problema de la expresión (1968), Spinoza
(1970), Spinoza: Filosofía práctica (1981).
[17]
“Por ellos Spinoza es el Cristo de lso filósofos, y los filósofos más grandes
no son más que apóstoles, que se alejan o se acercan a este misterio. Spinoza,
el devenir-filósofo infinito. Mostró, estbaleció, pensó el plano de inmanencia
<<mejor>>, es decir, el más puro, el que no se entrega a lo
trascendente ni vuelve a conferir trascendencia, el que inspira menos
ilusiones, menos malos sentimientos y percepciones erróneas…” Gilles Deleuze,
Félix Guattari. ¿Qué es la filosofía? p.
62.
[18]
Diferencia y repetición (1968), Lógica del sentido (1969).
[19] Tratado de esquizofrenia y capitalismo: Antiedipo (1972) y Mil Mesentas (1980).
[20] Crítica y clínica (1993).
[21] Francis Bacon: Lógica de la sensación (1981).
[22] Cine-1: La imagen-movimiento (1983); Cine-2: La imagen-tiemopo (1985).
Buen trabajo
ResponderEliminarBuen aporte. Efectivamente, con Deleuze hay que estar "concentrado y atento" y, sobre todo, echarle "bemoles".
ResponderEliminarsaludos.