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La Vitalidad es el presente. Todo está en la vida y es la vida, los cuerpos mueren pero la vida continúa, es eterna. Siempre se está en medio de la vida y la vida en medio de nosotros. Nos atravisa para llegar a otros, así como atravesó a otros, para llegar hasta nosotros. La vida es incontrolable, poderosa, inalienable, misteriosa, creativa. La vida es salvaje: es el amor.



sábado, 8 de febrero de 2014

¿Qué es la Inmanencia?

     Para Gilles Deleuze no existía un centro o corazón de la realidad en su totalidad ni de las cosas en particular.[1] Nada que fuera superior o mejor que el resto, no porque las cosas y sus características carezan de dignidad, sino porque todas participan de la misma dignidad, la dignidad de ser.[2] Puesto que para él, no existe instancia alguna por encima del ser, sino que el ser lo es Todo, un Todo que es infinito y absoluto, por lo que no puede ser limitado por nada (es infinito), y por esa razón, tampoco ajeno a nada (es absoluto), pues lo ajeno o lo otro sería su límite. El Ser es lo más común, y por ello, carece de jerarquías.

Por el contrario, pensar la realidad en términos de una jerarquía de los entes no es propiamente pensar sino repetir, replicar errores, ilusiones de la trascendencia… forzarse y forzar a concebir lo que es siempre idéntico a otra cosa, el lugar ocupado en una jerarquía, donde la superioridad y la inferioridad relativas son dictadas por un orden de la representación, que por (su) derecho, ocupa el lugar de lo que existe en realidad. En el pensamiento de la jerarquía,[3] lo que las cosas son, su identidad, se define por la superioridad o inferioridad relativas entre ellas y dictadas por una escala de valores que es ajena a lo que las cosas son. El ser y lo que es como la representación de otra cosa. Cuando lo que es está cambiando constantemente tanto en lo general, realidad, como en lo particular, entes; y pensarlo, consiste en percibir y entender ese cambio que se expresa como diferencición constante de lo que es: en y por el ser, como causa inmediata, al no existir jerarquía.





El corazón del pensamiento de la jerarquía es la identidad, puesto que, todo su andamiaje conceptual tiende a fundamentarla y a darle sentido. Es el centro en torno al cual vuelven todos los demás conceptos tanto metafísicos como prácticos, un centro que adquiere la forma de categorías, esencia, alma o sujeto. Ya que sólo si existe una instancia superior al/del ser, como unidad de sentido, Uno[1] (o principio causal) que necesariamente tiene que estar por encima del ser que es finito, por lo tanto, para poder ser limitarlo, es posible que exista un orden eterno de la mismidad, regulado por leyes eternas y universales dadas por tal instancia superior desde un principio creacionista ex-nihilo (anterior al ser) y para siempre, como Gran Identidad (Dios, Topos Uranos, Sujeto Trascendental o Espíritu Absoluto), que haga posible el resto de identidades particualres (ónticas). En tales términos, la totalidad se convierte en un eco del principio creador, una totalidad que no hace sino replicar o difundir el "sonido" de lo idéntico tanto en lo general (orden-mundo) como en lo particular (esencia-entes).

La identidad, además, es el principio con el que se ordena concretamene el mundo político-social como equivalente del cosmos metafísico, gran movimiento de la metafísica que los prejuicios de la modernidad no han permitido advertir a pesar de implicar el antedecedente de los principios de la filosofía política moderna. Puesto que, es con la identidad como criterio, que se lleva a cabo la re-producción del mundo como la producción del único mundo posible, por tararse del mundo de lo idéntico que excluye cualquier alternativa en los diferentes órdenes de la realidad humana, desde la institución y dustistribución de los poderes, hasta la distribución de la riqueza y la conformación de la cultura y la moralidad. A partir de la identidad, se regula la re-producción del mundo idéntico (Justo: verdadero, bueno y bello) y se juzga, condena y corrige las diferencias que desde sus criterios son consideradas como errores o deficiencias de lo que debería ser y no es idéntico.

Así las cosas, el pensamiento de lo idéntico establece metafísicamente los criterios de la re-producción del mundo en función de una cosmogonía creacionista que se ubica en un “momento” anterior y desde un “espacio” superior al ser; y en el mismo movimiento, impone las relaciones de poder de un orden político-social jerárquico como lo verdadero y necesario, y en el límite, como el único mundo-cosmos posible.

“Las filosofías de lo Uno son filosofías que implican fundamentalmente una jerarquía de los existentes, de ahí el principio de consecuencia, de ahí el principio de emanación. Entonces, el problema del estado, lo encontrarán cuando se encuentren al nivel del siguiente problema: la institución de una jerarquía política. En los neoplatónicos, hay jerarquías por todas partes, hay una jerarquía celeste, y todo lo que los neo-platónicos llaman hipóstasis, son precisamente los términos en la instauración de una jerarquía (…) En una filosofía de lo uno, evidentemente la obediencia es primero, es decir que la relación política es una relación de obediencia…”[2]

Cuando Deleuze arremete contra la identidad, centro o corazón de esta forma de pensar, arremete simultáneamente contra la realidad político-social que justifica en su re-producción; y lo hace, a partir de una estrategia de descentramiento constante que articula en base al concepto de diferencia, como principio ontológico de una concepción no jerárquica del ser sino horizontal y múltiple, constituyendo, así, una filosofía de la diferencia.

A partir del libro Diferencia y repetición (1968), Deleuze desarrolla una filosofía basada en la diferencia, si bien, previamente había minado la categoría de identidad[3] y apuntado a la  noción de multiplicidad,[4] hasta ese momento, de manera explícita, la diferencia se convierte en la brújula de su pensamiento, una especie de “eje descentrado” que deshace y recomiencia permanentemente las cosas en una labor constructivista constante, productiva, que es la dinámica propia de la inmanencia.
En su labor profundamente crítica del pensamiento idealista y trascendente, jerárquico, Deleuze va articulando paralelamente, con paciencia y rigor, una propuesta filosófica alternativa que recupera filosofías marginales, y a su vez, críticas de ciertas formas de jerarquías culturales, teológicas, políticas, morales: los estóicos, los cínicos, Lucrecio, Spinoza, Nietzsche, Hume, Bergson, Masoch. Quienes de una manera u otra, a su modo de ver, tienen en común un cierto planteamiento de la inamnencia en su pensamiento, al descalificar desde la perspectiva inmanente la validez de principios y valores establecidos por órdenes trascendentes (religión, moral, metafísica, cientificismo).

En la labor crítica o negativa de la filosofía, que consiste en emancipar al hombre del poder, la superstición y la estupidez,[5] la inmanencia es la gran perspectiva que se enfrenta a los errores, mixtificaciones y dogmas con que el poder impone a los hombres su servidumbre y la de sus semejantes. Ese es el peligroso secreto por el cual se ha tratado de acallar y marginalizar este pensamiento, desde las infamias de San Jerónimo a Lucrecio[6] y las burlas históricas a Epícuro “el cerdo” y sus “cerditos”,[7] hasta las maldiciones y censuras que recayeron sobre el nombre y la obra de Spinoza.[8]

Al ubicarse con la inmanencia en la horizontalidad de los entes simultáneamente se acciona un mecanismo demoledor de los principios y elementos constitutivos de la jerarquía, la diversidad de identidades que articulan el “orden” vertical del  mundo y que como dijimos, son la concreción de la superioridad o inferioridad jerárquicas, así como, el centro o corazón del mundo y del hombre: las identidades de Dios y el alma. La inmanencia radical como planteamiento de que no existe dimensión alguna por encima del ser, custiona absolutamente la existencia de Dios y del alma humana, y con ello, del orden que Dios crea y del cual el alma del hombre depende.

Las identidades fundamentales sobre las que se construye el orden de la mismidad, son originalmente Dios y el alma, Dios como origen y columna vertebral del orden en el que cada cual, en tanto alma, tiene asignado su lugar en el mundo de manera definitiva. Lo que técnicamente implica, por una parte, el creacionismo, y por otra, el esencialismo. Es decir, que el origen o causa del mundo es un algo, un Uno[9] que está por encima y es anterior al ser, al que limita, pues realizaría su creación desde el no-ser, en el momento de la creación absoluta y más estricta, que es la creación exnihilo; y paralelamente, una concepción creacionista implica una esencialización de lo creado, lo existente en tanto creado es definido completamente desde el principio de la creación que monopoliza la determinación de las criaturas, entes creados, lo que desemboca en que se esencializa el orden  existente desde la perspectiva de la trascendencia, pues todo estaría decidido desde el principio y para siempre. En estos términos, Dios es el centro-corazón del orden tanto natural como social y cada ente estaría ajustado a ese orden, en su propio centro-corazón, el alma como parte superior del hombre que determina a las demás. El creacionismo implica la esencialización de un orden cuyo origen se tiene por trascendente.

Por el contrario, en la inmanencia concebida por Deleuze el ser no estaría definido por nada previo o superior a él, con lo que el ser no es concebido como una criatura pasiva o idéntica, sino como, un entramado infinito y eterno de elementos y potencia que en su interacción articulan la realidad y la existencia de los entes, y donde, los existentes participan de un modo u otro en la interacción de esos elementos, y con ello, en la definición de lo existente, de la realidad de la que forman parte y de sí mismos. Se trata de una concepción horizontal del ser, así como, activa y dinámica de lo existente, en la cual, lo real y el orden es producido constantemente de manera temporal y eventual, abriendo la posibilidad de que el pensamiento pueda pensar el cambio y la diferencia. Concepción cosntructivista del ser con la que se sustituye identidad, jerarquía y repetición, por la búsqueda y el conocimiento del cambio y la producción de lo novedoso o diferente en la realidad.


Y no es que con la inmanencia y su relación fundamental con la diferencia desaparezca el orden o se pierdan las coordenadas de lo que es, puesto que lo que es necesita de la continuidad y regularidad, de algun modo el perserverar en el ser,[10] que a su vez, requiere de regularidad en las relaciones con el mundo del que forma parte, la continuidad de las cosas y sus relaciones indispensables para que el mundo y no el caos exista.  En ese sentido, el planteamiento inmanente de Deleuze es en gran medida espacial o geográfico, busca establecer las coordenadas de la existencia concreta de los entes, definir con la mayor presición posible aquello en que devienen las cosas y las causas de esos devenires, captar precisamente los momentos de la producción e instauración de la regularidad. En ese sentido podemos decir con él, que la filosofía es constructivista,[11] su filosofía inmanente busca constantemente, y por diversos medios, mostrar las formas en que la realidad social y los entes individuales se conforman, cómo se construyen a partir de su interacción y dinamismo, haciendo cartografías de lo que los entes son en funsión de las relaciones que establecen entre ellos.[12]

En una concepción constructivista de la realidad, las identidades inmóviles como centros fijos son sustituidas, necesariamente, por coordenadas móviles que constantemente se están descentrando para crear un nuevo “eje” temporal, en torno al cual se articula un devenir como un conjunto de relaciones internas entre las partes constitutivas de un ente, y externas, con las partes constitutivas de otros entes.  Se trata de seguir los devenires y su desarrollo de la forma más detallada posible, y para ello, es necesario identificar las coordenadas de la ubicación e interacción de las partes y elementos constitutivos de los cuerpos que están interactuando en la producción de un devenir.

Siguiendo puntualmente a Spinoza en el planteamiento de la inmanencia, Deleuze explica la interacción y producción de los entes en términos de cuerpos.

Spinoza propone a los filósofos un nuevo modelo: el cuerpo. Les propone instituir el cuerpo como modelo: “No sabemos lo que puede el cuerpo…”. Esta declaración de ignorancia es una provocación: hablamos de la conciencia y de sus decretos, de la voluntad y de sus efectos, de los mil medios de mover el cuerpo, de dominar el cuerpo y las pasiones –pero ni siquiera sabemos lo que puede un cuerpo (Ética, III, 2, escolio).[13]

Para Spinoza, desde una especie de materialismo y atomismo, el Todo y todos los existentes son cuerpos, integrados por una infinidad de indivuduos que componen sus partes y que en la interacción entre ellos pasan de uno a otro cuerpo, integrándalos y desintegrándolos.

…cada cuerpo en la extensión, cada idea o cada mente en el pensamiento, están constituidos por relaciones características que subsumen las partes de ese cuerpo, las partes de esa idea. Cuando un cuerpo encuentra otro cuerpo, una idea, otra idea, sucede o que las relaciones se componen para formar un todo más potente, o una descompone a la otra y destruye la cohesión de sus partes. Y lo prodigioso tanto en el cuerpo como en la mente es, precisamente, que estas conjunciones de partes vivas que se componen y se descomponen siguen leyes complejas (Incluso la idea posee una gran número de partes; cf. Etica, II, 15.). El orden de las causas es, pues, un orden de composición y de descomposición de las relaciones, que afecta infinitamente a toda la Naturaleza…[14]

Ahora bien, los cuerpos a su vez integran otros cuerpo convirtiéndose en sus partes constitutivas, también de manera temporal, en la dinámica como hemos venido diciendo de un auténtico descentramiento constructivista, puesto que en su interacción, los cuerpos convierten parcial o completamente lo que son y lo que es, transformando lo que son o participando de otro ente. Entonces, el centro tiene que cambiar o moverse, en el interior de un cuerpo o de un cuerpo a otro, en la transformación permanente de la realidad, que se convierte en una especie de juego de "lego" en el que los elementos básicos, individuos-átomos, se intercambian entre una y otra estructura y las estructuras mismas se "conectan" entre sí, produciendo nuevas estructuras, en el límite, el Todo como un cuerpo infinito cuyas partes-piezas también infinitas se están moviendo, desarticulando y articulando constantemente en la eternidad. La inmanencia implica un dinamismo absoluto en el que el esencialismo de un orden único dado por identidades como centros fijos, Dios y alma, no tiene lugar.

I.1 Diferencia

Si bien, Dios es el corazón del mundo y el alma el corazón del hombre, lo que hemos planteado hasta aquí no consiste en que el hombre pierda su centro y el mundo carezca de sentido (corazón), se trata de una concepción más compleja y sutil, sobre lo que es el hombre y lo que es el mundo.

Afirmar que no existe corazón ni centro de la realidad ni de las cosas en particular no es sencillo de comprender, sino una sutil complejidad cuyos bemoles es necesario captar para entender el sentido de lo que se está diciendo. Esta idea es contundente, tajante, pero entraña modulaciones, detalles, que hacen comprender, pues a su vez, son los movimientos de lo real: la diferencia.


Con el pensamiento deleuzeano sucede como con las diferencias entre una percepción  distraída y una percepción atenta: ver y mirar, oír y escuchar. No es lo mismo sólo dar un vistazo fugaz a algo pensando en otras cosas -que no sean el objeto percibido y la situación en la que se encuentra el observador-, que una mirada concentrada atenta a las variaciones de la luz; o una escucha igualmente desatenta que una enfática en las resonancias y prolongación de los sonidos. Deleuze mismo decía en relación con las percepciones que Leibniz habría incursionado en las profundidades de la materia y en los infinitos detalles de la realidad, diferencias, cuando nos proponía escuchar todas las hojas en el movimiento del follaje de un árbol provocado por el viento o el movimiento de todas las gotas de agua en el sonido de una ola.[15] Nuca acabaríamos de escuchar todos los detalles, hojas-gotas, sin embargo, podemos concentrarnos en una percepción cada vez más atenta, conciente, a los detalles. La filosofía como una actividad infinitesimal sobre la realidad.

En estos términos, así como una percepción poco atenta es una especie de homogeneidad trivial y poco diferenciada, que sin ninguna importancia para nosotros podría haber existido o no, la idea que mencionamos, no existe un centro o corazón de la realidad ni de  las cosas, pude resultar incomprensible o poco relevante. Sin embargo, paradójicamente entraña el corazón del pensamiento deleuzeano, sobre el que tratará este primer capítulo: la Inmanencia.

La fuerza de lo paradójico en lo que estamos planteando, se debe, no solamente a la deliberada provocación al sentido común -pues veníamos diciendo que no existe centro-corazón- sino sobre todo, a una enunciación literal de la idea deleuzeana. Una enunciación demasiado general u omisa en los detalles, en los cuales, como ya dijimos, se encuentra el movimiento del cambio y la diferencia que son las notas características de lo que es. Y los detalles que entraña son los siguientes:

La inmanencia es el “eje descentrado” del pensamiento deleuzeano, tema fundamental, central o recurrente. La mayor parte de su obra habla o se refiere a este concepto y trata de ser expresión de su realidad. Desde sus primeros trabajos biográficos sobre Hume, Nietzsche, Kant, y Bergson que están escritos desde una perspectiva inmanente, y en los cuales, encuentra las implicaciones inmanentes de los conceptos de estos pensadores y una especie de continuidad entre ellos, definida por el cultivo del materialismo y la inmanencia. Seguidos por los trabajos en torno a Baruch de Spinoza,[16] libros, en los que plantea de una forma explicita y directa las coordenadas del concepto de inmannencia, que afirma, jamás fue planteado de manera más pura que como lo hizo Spinoza.[17] El concepto también se encuentra como fundamento en la parte más académica de su obra avocada a desarrollar una metafísica inmanente de la diferencia[18]; mientras que en sus obras más heterodoxas o experimentales plantea de maneras concretas su relación con problemáticas específicas de la psicología,[19], la literatura,[20] la pintura[21] y el cine.[22] Y en la parte final de su obra, que resulta particularmente significativa, para la ponderación definitiva del concepto de inmanencia en su pensamiento, escribe su último libro, ¿Qué es la filosofía? (1991), en compañía de Félix Guattari, en el cual, se encarga de dejar en claro explíscitamente la relación fundamental y definitoria que la filosofía tiene con la inmanencia en general, y en particular, con lo que llamó el plano de inmanencia,[23] al grado de definir la filosofía por pensar y relacionarse con la inmanencia; así como su último texto escrito y publicado en vida que se tituló La inmanencia de una vida, que de forma testamentaria trata de la inmanencia y la virtualidad, que denominó con el concepto inmanente de plano de virtualidad.

Cuando decimos que la inmanencia es el corazón del pensamiento de Deleuze, nos estamos refiriendo a un centro-corazón muy especial, a la manera del centro del Universo al que se refería ese otro pensador poco comprendido en sus detalles y giros que fue Giordano Bruno: un centro que, como el de la esfera, se encuentra en todas partes. Puesto que para Deleuze, la inmanencia tiene un sentido radical como totalidad absoluta e infinita, por lo cual, no sólo es Todo, sino que está en todas partes. La inmanencia lo envuelve Todo, y al comprenderlo como totalidad simultáneamente está en cada parte-ente como el germen de la diferenciación que produce la realidad.

En estos términos, la inmanencia se convierte en una especie de átomo que se ubica en todos y cada uno de los cuerpos, y se manifiesta en la transformación-producción (integración, desintegración e icorporación) de los cuerpos, puesto que, define lo que los cuerpos son en cada momento: devenir. La inmanencia es el eje descentrado que dirige en el interior de los cuerpos su transformación. Es el germen mismo de la existencia y el cambio, el principio del devenir que está en todas partes latente, como una semilla, y convierte a los cuerpos en un conjunto de gérmenes, contiente de principios, como si fueran frutos de los denominados cariospide (maíz, trigo, arroz, cebada, avena), que siempre vienen en conjunto y cada uno puede convertirse en una nueva planta, y por lo que, en estricto sentido, cada fruto contiene sembradíos enteros de manera real, como virtualidad: en cada grano como parte de un cultivo, una planta y un fruto en particular, que han exsitido en realidad en el pasado, están también en realidad los granos de futuras plantas y sembradíos que existirán en el futuro. Se trata de la inamnencia en su aspecto cualitativo, pues si como hemos visto, su aspecto cuantitativo implica las características de lo infinito (no tiene principio, fin, ni límites) y lo absoluto (nada le es ajeno); cualitativamente implica que la producción y determinación del ser (diferenciación) se distribuyen horizontalmente en todos los entes, al no existir jerarquía. Lo que en términos ontológicos significa que el ser comprende e implica no solamente el presente, sino también, el pasado y el futuro, como su parte virtual. La inmanencia entraña una concepión del ser que busca comprender el pasado, el presente y el futuro de lo que es: la totalidad de los entes.



BIBLIOGRAFÍA

Damasio Antonio. En busca de Spinoza. 2ª ed. CRÍTICA Barcelona. Madrid. 2003.

Deleuze Gilles. En medio de Spinoza. Cactus. Buenos Aires. 2011.

Deleuze Gilles. Exasperación de la filosofía. Cactus. Argentina. 2006.

Deleuze Gilles. Nietzsche y la filosofía. 8 ed. ANAGRAMA. Barcelona 2008.

Deleuze Gilles, Félix Guattari. ¿Qué es la filosofía? 8ª  ed. ANAGRAMA. España. 2009.

Deleuze Gilles. Spinoza, Kant, Nietzsche. Editorial Labor S. A. Barcelona. 1974.

Lucrecio. La Naturaleza. Editorial Gredos. Madrid. 2003.

Foucault Michel, Deleuze Gilles. Theatrum Philosophicum seguido de Repetición y Diferencia. 2ª ed. ANAGRAMA. España. 1999.

Onfray Michel. Teoría del cuerpo enamorado. Por una erótica solar. PRE-TEXTOS. España. 2002.





[1]Un discípulo de Platón, Plotino, nos habla a un cierto nivel de lo Uno como origen radical del ser. Allí el ser sale de lo Uno. Lo Uno hace el ser, por tanto no es, es superior al ser. Sería el lenguaje de la pura emanación: lo Uno emana al ser. Es decir que el Uno sale de sí para producir al ser porque si saliera de sí devendría Dos. Pero el ser sale de lo Uno. Esa es la fórmula misma de la causa emanativa.” Deleuze. En medio de Spinoza. Cactus. Buenos Aires. 2011. (Clase del  25/11/80) p. 26.
[2] Gilles Deleuze. Clase grabada y mecanografiada del día 12/12/80. Fuente electrónica consultada el día 21/11/13: http://www.webdeleuze.com/php/texte.php?cle=21&groupe=Spinoza&langue=3
[3] En los libros Empirismo y subjetividad (1953) y PRESENTACIÓN DE SACHER-MASOCH. Lo frío y lo cruel (1967).
[4] En los libros Nietzsche y la filosofía (1962), Nietzsche (1965), Spinoza y el problema de la expresión (1968).
[5] ¿Existe alguna disciplina, fuera de la filosofía, que se proponga la crítica de todas las mixtificaciones, sea cual sea su origen y su fin? Denunciar todas las ficciones sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en la mixtificación esta mezcla de bajeza y estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las víctimas y de los autores (…) La filosofía como crítica nos dice lo más positivo de sí misma: empresa de desmitificación. Gilles Deleuze. Nietzsche y la filosofía. 8 ed. ANAGRAMA. Barcelona 2008. p. 150.
[6] Y al referirnos a su muerte topamos con una historia que rueda por los siglos como una leyenda infamante desde que San Jerónimo, en una escueta nota, había afirmado que el poeta se había intoxicado con un filtro amoroso y había enloquecido, si bien pudo escribir su poema (que luego recogería Cicerón) en intervalos de lucidez antes de acabar suicidándose… El caso es que el cuento prende y forma parte ya de la memoria de los siglos. Sobrevuela o impugna cualquier juicio que se haga sobre el poeta. Los editores renacentistas, que con una suerte de horror al vacío aprovechan todo para confeccionar sus “Vidas” de Lucrecio, lo recogen y amplifican… Hay en toda la historieta, es evidente, una intención de desacreditar a Lucrecio. La pretendida locura anularía cada verso del poema (pues el autor no sabe lo que dice), mientras que el acto final, el suicidio, refuta por vía práctica el mensaje de una doctrina que se proclama gozosa pero que no sabe mantener al que  enseña en la felicidad mínima de seguir vivo.” Lucrecio. La Naturaleza. Editorial Gredos. Madrid. 2003. pp. 10-12.
[7] “Finalmente, Horacio escribe bien alto lo que muchos romanos piensan por lo bajo: los discípulos del filósofo del Jardín se parecen a los cerdos. En una taza de plata encontrada en Boscoreal, cerca de Nápoles, al pie del Vesubio, el animal incriminado examina con el hocico un velador ante el que parlotean los esqueletos de Epicuro y de un acólito, probablemente Zenón de Sidón. Otro cerdito votivo de bronce yace en los descubrimientos arqueológicos de Herculano, siempre cerca del volcán, en la villa de los papiros, al lado de los manuscritos de Filodemo de Gádara, el iniciador de Horacio en las modalidades del epicureismo campaniano. El animal se ajusta muy pronto a la reputación de los individuos que invocan la filosofía epicúrea…” Michel Onfray. Teoría del cuerpo enamorado. Por una erótica solar. PRE-TEXTOS. España. 2002. p. 135.
[8]Spinoza era anatema. Esto se aplicó en toda Europa durante la mayor parte de los cien años que siguieron a su muerte. Por el contrario, las referencias negativas eran bien recibidas y abundantes. En algunos lugares, como fue el caso de Portugal, las menciones de Spinoza conllevaban un obligado calificativo peyorativo, como “sin vergüenza”, “pestilente”, “impío” o “estúpido”. En ocasiones las opiniones críticas eran cortinas de humo y consiguieron diseminar las ideas de Spinoza de manera encubierta. El ejemplo más notable de este escenario confuso fue el artículo de Pierre Bayle sobre Spinoza en el Dictionnaire Philosophique et Critique (….). Resulta notable que el apartado dedicado a Spinoza sea el más extenso de todo el diccionario.” Antonio Damasio. En busca de Spinoza. 2ª ed. CRÍTICA Barcelona. Madrid. 2003. p. 238.
[9] Al tratar este tema Deleuze se refiere al Uno en el sentido de que ese algo que se piensa crea el ser, además le da unidad, pues lo limitaría en el momento de la creación, pues antes no existiría y si tiene el poder de crearlo también tiene el poder de destruirlo, límite escatológico. 
[10] Expresión con la que Spinoza define el conato, que es la esencia del hombre (E., III, Prop. 7) y considerada en lo qe se refiere sólo al alma es la voluntad  y referida sólo al cuerpo apetito o deseo -cuando es consciente- (E., III, Prpo. 9, esc.)
[11] “La filosofía es un cosntructivismo, y el cosntructivismo tiene dos aspectos complementarios que difieren en sus características: crear conceptos y establecer un plano. Los conceptos son como las olas múltiples que suben y bajan, pero el plano de inmanencia es la ola única que los enrolla y desenrrolla…” Gilles Deleuze, Félix Guattari. ¿Qué es la filosofía? 8ª  ed. ANAGRAMA. España. 2009. p. 39. 
[12] Este producir cartografías es en gran parte la metodología de investigación que utiliza Deleuze, plantear aquello en que se ha convertido algo en función de una especie de genealogía de las relaciones, siguiendo lo que entiende por interpretación en Nietzsche: buscar qué fuerzas se han apoderado de un cuerpo en un momento específico, y con ello, lo han definido en su potencia. Ejemplos de esta metodología son todos y cada uno de sus trabajos monográficos, los estudios sobre los socius y las patologías mentales en los tratados de Esquizofrenia y capitalismo, así como, el método terapéutico desarrollado con Félix Guattari que busca hacer las cartografías del inconsciente del paciente.
[13] Gilles Deleuze. Spinoza, Kant, Nietzsche. Editorial Labor S. A. Barcelona. 1974. p. 23.
[14] Ibid. p. 25.
[15] Leibniz tiene una metáfora que ama. Están cerca del mar y escuchan las olas. Escuchan el mar y escuchan el ruído de una ola. Oigo el ruido de una ola, léase: tengo una apercepción, distingo una ola. Leibniz dice que no oirían la ola si no tuvieran una pequeña percepción inconciente del ruido de cada gota de agua que se desliza contra otra y forma el objeto de las pequeñas percepciones. Exsite el rumor de todas las gotas de agua, y ustedes tienen su pequeña zona de claridad; captan clara y distintamente una resultante parcial de ese infinito de gotas, de ese infinito rumor, y fabrican vuestro pequeño mundo, vuestra pequeña propiedad. (Clase del día 15/04/80) Gilles Deleuze. Exasperación de la filosofía. Cactus. Argentina. 2006. p. 37.
[16] Spinoza y el problema de la expresión (1968), Spinoza (1970), Spinoza: Filosofía práctica (1981).
[17] “Por ellos Spinoza es el Cristo de lso filósofos, y los filósofos más grandes no son más que apóstoles, que se alejan o se acercan a este misterio. Spinoza, el devenir-filósofo infinito. Mostró, estbaleció, pensó el plano de inmanencia <<mejor>>, es decir, el más puro, el que no se entrega a lo trascendente ni vuelve a conferir trascendencia, el que inspira menos ilusiones, menos malos sentimientos y percepciones erróneas…” Gilles Deleuze, Félix Guattari. ¿Qué es la filosofía? p. 62.
[18] Diferencia y repetición (1968), Lógica del sentido (1969).
[19] Tratado de esquizofrenia y capitalismo: Antiedipo (1972) y Mil Mesentas (1980).
[20] Crítica y clínica (1993).
[21] Francis Bacon: Lógica de la sensación (1981).
[22] Cine-1: La imagen-movimiento (1983); Cine-2: La imagen-tiemopo (1985).




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