“Y volví la espalda
a los poderosos cuando vi que lo
que llamaban poder consistía en regatear y
chalanear
por el poder con la chusma. Me he tenido que tapar los
oídos e irme a
vivir entre pueblos con idiomas distintos al
mío para no oírlos ni entenderles
cuando se pusieran a
chalanear y regatear por el poder."
Nietzsche. Así habló Zaratustra
A partir de elementos
interpretativos: textos, claves y perspectivas, queda claro que por voluntad de poder, Nietzsche no se
está refiriendo al dominio-sometimiento de los otros como finalidad de la
voluntad, sino de un autodominio, de la conquista de uno mismo que era el
objeto principal de la sabiduría antigua y con Nietzsche se convierte
nuevamente en la finalidad más importante de la filosofía, acceder a una
“voluntad libre”, a una voluntad de poder afirmativa de la vida. Interpretación
que es posible hacer legítimamente desde las claves de la multiplicidad de las
fuerzas, su interioridad y el título del apartado donde se menciona por primera
vez el concepto. La superación de uno
mismo, se refiere a un proceso fundamentalmente interno y personal, pues si
se es señor se es señor de uno mismo,
superando la servidumbre impuesta por los otros y concretada en la asimilación
de sus valores; y si se es siervo, se es siervo de otro y de los valores
impuestos por otro. De tal manera, la cuestión del poder se refiere sobre todo
a la cuestión de una autarquía resultante de una autonomía o de una servidumbre basada en la heteronomía, de tal
modo se puede mandar, someter o dominar a otro sin dejar de ser esclavo de los
valores establecidos, la única diferencia es la de ser un esclavo vencedor o un
esclavo vencido:
Nuestros señores son esclavos que
triunfan en un devenir-esclavo universal: el hombre europeo, el hombre domesticado,
el bufón… Nietzsche describe los Estados modernos como hormigueros, en los que
los jefes y los poderosos vencen por su bajeza, por el contagio de esa bajeza y
esa bufonería. Cualquiera que sea la complejidad de Nietzsche, el lector
adivina fácilmente en qué categoría (es decir, en qué tipo) habría colocado
Nietzsche a la raza de los<<señores>> concebida por los nazis.
Cuando el nihilismo triunfa, entonces y sólo entonces la voluntad de poder deja
de querer decir <<crear>> y
significa: querer el poder, desear dominar (por tanto, atribuirse o hacerse
atribuir los valores establecidos, dinero, honores, poder…) Ahora bien, esa
voluntad de poder es precisamente la del esclavo, es la manera como el esclavo
o el impotente concibe el poder, la idea que tiene de él, y que aplica cuando triunfa…[1]
Mientras la auténtica libertad y poder se definen
por la capacidad de valorar desde la afirmación de la vida, siendo ella misma
superación constante de sí misma (creación, cambio y devenir), con lo cual, el
hombre de la voluntad de poder es aquel que encarna las fuerzas creativas y
“dominadoras”[2] de la vida. Por ello,
Deleuze enfatizará a lo largo de su obra que con la voluntad de poder no se
busca el poder ni el dominio del otro,[3]
sino, la conquista del inconciente, y con ello, de la afectividad y las propias
capacidades físicas e intelectuales. Si fuera de otro modo, el aparatado donde
menciona Nietzsche por primera vez la voluntad de poder se titularía “Sobre el dominio de los otros”, “La voluntad de dominar” o algún otro
título relativo a la relación política con la otredad, mientras que el título
asignado, La superación de uno mismo, implica la dimensión política, sobre
todo, en relación con uno mismo y la ética, los valores que uno mismo se impone
para la autosuperción de sí mismo y el dominio de las propias fuerzas
reactivas.
La obra filosófica de Nietzsche
tiene una complejidad singular a consecuencia de varios elementos inherentes a
la obra misma y a la persona de su autor: una crítica tan radical (en el
sentido literal del término) que implica una erudición, rigurosidad filológica
e histórica, tanto en filosofía como en cultura antigua y moderna; una
capacidad expresiva y un talento como escritor que hacen del estilo de
Nietzsche un prodigio de innovación (aforismo, poema, tratado, prólogo,
intempestiva, autocrítica) y polisemia; una búsqueda absolutamente creativa de
un nuevo pensamiento que requiere de una nueva metodología y nuevos medios
expresivos; una obra inconclusa interrumpida por la enfermedad que deja
conceptos y líneas en ciernes. Como hemos visto a lo largo de este trabajo, la
complejidad en la comprensión del concepto de la “voluntad de poder” se
intensifica, todavía más, al ser tomado como el centro de la interpretación
canónica del pensamiento nietzscheano, por parte de la corriente conservadora
política e intelectual germana, que para poder llevar a cabo su labor
tendenciosa llegó al extremo de falsificar y promover como la principal obra de
Nietzsche el texto apócrifo de La
voluntad de poder.
Si bien en sus apuntes de trabajo
Nietzsche habla y desarrolla un proyecto de libro que sería como el culmen o la
desembocadura de su pensamiento, en el cual realizaría el tan anhelado proyecto
de una “transvaloración de los valores”, titulado La voluntad de poder (Der Wille
zur Macht) y subtitulado como “una transvaloración de
todos los valores” o “compendio de mi filosofía”. Dicho proyecto cambió de estructura en reiteradas
ocasiones, así como de título (La transvaloración de todos los valores,
Medio día y eternidad, Pensamiento para pasado mañana, Sabiduría para pasado
mañana, Magnum in parvo), y finalmente, terminó por ser abandonado en 1888[1]
y recuperados los textos que ya había realizado para los libros de El Anticristo y El crepúsculo de los ídolos. Esto constituye el conjunto de razones
a medias, uno de los títulos y la estructura de uno de los esbozos realizado
por Nietzsche en sus apuntes, en las que pretendió basarse su hermana Elizabet
Förster para la selección de los 1067 fragmentos –alterados por ella junto a
Peter Gast- que escogió entre miles de
hojas de apuntes que integran el Archivo Nietzsche, y anunció como la obra
principal de su hermano, que habría dejado inconclusa pero que siguiendo con
sus indicaciones tuvo a bien terminar, y darla a conocer al público.
En
resumen, y haciendo un balance de casi un siglo de debate sobre este asunto,
hoy puede tenerse por cierto que Nietzsche, en efecto, había anunciado, en la
contraportada de Más allá del bien y del
mal y en La genealogía de la mortal,
párrafo 27 de la Tercera parte, una obra titulada La voluntad de poder: Intento de una inversión de los valores. Los
cuadernos manuscritos testimonian no sólo la concepción de un proyecto de obra con
este título (verano de 1885), acompañado de una diversidad de esquemas
relativos a títulos y orden de los capítulos (1885-1888), sino así mismo un
intenso trabajo en la ejecución del mismo desde el otoño de 1887, o sea,
después de la publicación de La genealogía
de la moral. Pero es cierto que también, en la Correspondencia de Nietzsche, existen testimonios incontestables en
relación a su intención de abandonar finalmente, a partir de 1888, la
realización de esta obra, al estar Nietzsche profundamente insatisfecho de lo
logrado hasta ese momento.[2]
Los criterios de selección de
Elizabet además de ser abusivos –sus propias convicciones e intereses- fueron
tendenciosos, pues tenían como finalidad servir de ideología y propaganda nazi,
lo cual oscurece considerablemente la inteligibilidad original del término
“voluntad de poder”, y lo carga con los signos del contexto en el que surge la
supuesta obra homónima. De tal manera, si bien se ha logrado con rigurosos
trabajos de investigación desvincular a la persona de Nietzsche de la sombra
del nazismo no ha sucedido lo mismo con su obra; y sobre todo, con este
concepto en el que pesa como en ningún otro, si bien ya no el estigma del
nazismo, sí el de la simpatía con el abuso de poder y la dominación.
Por su parte Deleuze, una vez
establecidas las coordenadas de los conceptos del sentido y el valor en la
metodología crítica de la genealogía, pasa a ocuparse del concepto de la
voluntad de poder en los términos de la Filosofía
de la voluntad, el tercer subtema de su Nietzsche
y la filosofía. Concepto que concibe como ya hemos adelantado desde el
horizonte ontológico de la interioridad y la multiplicidad inmanentes del
cuerpo existente.
La polémica en torno a la
autenticidad del texto La voluntad de
poder fue una constante desde la primera mitad del siglo XX, tanto en
Francia como en algunos casos excepcionales en Alemania, como sucedió con el
cuestionamiento pionero de Karl Schlechta.[3]
En medio de esta polémica, Deleuze opta por no renunciar a la preciosa fuente
que constituían los textos póstumos de Nietzsche en el contexto de una obra, si
bien evidentemente rica en contenidos, críptica y oscura por la novedad de los
temas y la metodología de un pensamiento que buscaba la novedad que sirviera
primero como alteridad desde la cual fuera posible la crítica de la cultura
occidental, y en un segundo movimiento, como la filosofía que brindara los
recursos para la concepción de una nueva cultura. En estos términos, Deleuze
elige para su interpretación servirse de la edición francesa de La Volonté de puissance (1935)[4]
editada por Friedrich Würzbach en Gallimard, que en ese momento era la
colección de fragmentos póstumos más completa de la que se disponía, con un
total de 2937 fragmentos, el doble de los contenidos en las ediciones alemanas
de Elizabet Förster (1901-06), Max
Brahn (1917) y August Messer (1930).
Para entender la forma en que
Deleuze utiliza las fuentes biliográficas en su interpretación, hay que tener
presente que si bien, no prescinde de La
voluntad de poder, la lectura que
hace de ella se supedita a las claves de los libros publicados en vida por el
propio Nietzsche, básicamente La
genealogía de la moral y Así habló
Zaratustra. Con lo cual, su interpretación va acompañada de una nueva
sistematicidad en la lectura de los textos nietzscheanos, con una audacia
sorprendente que supera la mera intuición y especulación de sus predecesores
franceses. Deleuze, lee atentamente las claves interpretativas y las líneas de
sentido que hay en las obras de Nietzsche, pero sobre todo, lo hace guiado por
el contrapunto de la perspectiva spinozista. Y en gran parte también, siguiendo
las enseñanzas del propio Nietzsche, realiza un ejercicio interpretativo, una
genealogía de los conceptos nietzscheanos que determinan el sentido del
concepto de la voluntad de poder.
Para Deleuze resulta fundamental
distinguir entre voluntad y fuerza, puesto que de la voluntad de poder resulta
la dinámica de las fuerzas, y en un segundo movimiento, de esta dinámica la
voluntad del cuerpo. Lo cual se traduce, en la importancia dada por Deleuze en
distinguir la novedad, pero sobre todo la diferencia, del concepto de voluntad
nietzscheano. Ya que si bien existía por una parte una concepción del sentido
común que daba por un hecho el conocimiento de lo que es la voluntad desde la
concepción moral-religiosa del libre albedrío; por otra, en filosofía,
partiendo de la influencia judeo-cristiana se daba por supuesto que se entendía
la voluntad, en los términos del libre albedrío, como atributo de la razón o de
la esencia del hombre, en todo caso, como un presupuesto fundamental de lo
humano en la confusión entre libertad y
voluntad.
“¿Qué
entre el concepto de la voluntad no hay divergencia entre filósofos, porque
todos ellos creen que sobre ello poseemos una certeza inmediata, que constituye
un hecho fundamental y que sobre este punto no cabe opinar? ¿Y que los lógicos
todos enseñan la trinidad “pensar, sentir, querer”, como si el querer no
contuviese ningún sentir ni pensar? Después de todo lo cual, el gran error de
Schopenhauer, que considera la voluntad como la cosa más conocida del mundo, y
hasta como la cosa únicamente conocida, este gran error, digo, nos parece menos
necio y caprichoso: no han hecho más que aceptar un gran prejuicio de la
filosofía tradicional, y como generalmente hacen los filósofos: le han
exagerado.”[5]
Mientras Nietzsche, como Spinoza,
niega la existencia del libre albedrío en virtud de la investigación de las
causas reales del deseo y la afectividad, que son explicados en los términos
del cuerpo y el pensamiento inconciente. Es decir, en los términos de las
fuerzas internas y múltiples, expresadas en los signos de sentimientos y
pensamientos, que en su interacción determinan una volición particular, que no
es el fenómeno puro de un sujeto-individuo aislado definido por su libertad
sino la determinación de causas-fuerzas, tanto internas como externas, que
determinan al cuerpo en su existencia-experiencia y al pensamiento en su conciencia-volición.
“Voluntad”:
En cada volición hay: 1) una pluralidad de sentimientos reunidos: el
sentimiento del estado del que se quiere salir y el sentimiento del estado al
que se quiere llegar, el sentimiento de esta misma acción de dejar un estado y
tomar otro, todo ello acompañado de un sentimiento muscular concomitante, que
ha pesar de que no pongamos en movimiento los brazos ni las piernas se opera en
nosotros por una especie de hábito en el momento en que “queremos”. Por
consiguiente, el sentimiento, un sentimiento múltiple, es el ingrediente de la
voluntad, y luego también 2), el pensar: en cada acto de voluntad hay un
pensamiento que manda, y no hay que creer que este pensar se puede separar del
“querer”, como si después de separado quedase la “voluntad”; 3), la voluntad no
es sólo un complejo de sentimientos y pensamientos, sino también, y ante todo,
un afecto: la pasión del mando. Lo que se ha llamado “voluntad libre” es aquel
estado mixto del que quiere, que manda, y a la vez se complace, y a la vez goza
del triunfo de la superioridad sobre la resistencia, y que juzga o cree que la
voluntad vence las resistencias: toma el sentimiento placentero del instrumento
victorioso que ejercitó, la voluntad que sirve y la subvoluntad por el
sentimiento placentero del que manda…”[6]
Así las cosas, la voluntad se
entiende en dos dimensiones, por una parte, desde la perspectiva de la
particularidad de las fuerzas, como el principio diferencial de la cantidad y
la cualidad de la multiplicidad de las fuerzas que determina tanto la
intensidad, cantidad, como el sentido
afirmativo o reactivo de cada una, cualidad,
al implicar lo que “quiere” cada fuerza y la intensidad con la que lo quiere[7];
y por otra, desde la perspectiva de la totalidad del cuerpo, y como resultado
de la dinámica de las fuerzas, se define como el sentido que adquiere el cuerpo
en un estado determinado. De lo que resulta que la voluntad de poder es “el
principio de la síntesis de las fuerzas”, así como, el resultado y la
determinación del sentido del cuerpo, aquello a lo que se dirige o lo impulsa
su afectividad, resultando de ello la fórmula deleuzeana: “La fuerza es quien
puede, la voluntad de poder es quien quiere”[8].
Y nuevamente, para esta distinción,
resulta clarificadora la perspectiva spinozista que distingue en la afirmación
del conato, la afirmación de los
cuerpos simples (fuerzas) que en su multiplicidad y heterogeneidad como partes
extensas integran los cuerpos compuestos, en sus estados disposiciones-particulares,
constitutio,[9]
que su vez son una afirmación de sí mismos como conjunto de esencia y
existencia en la duración, precisamente como compuesto de partes extensas
(cuerpos simples):
En
cuanto al modo existente, cierto es que está determinado a existir y a actuar,
que se opone a otros modos y pasa a perfecciones mayores o menores. Sin embargo,
1.º decir que está determinado a existir es decir que una infinidad de partes
están determinadas desde fuera a entrar en la relación que caracteriza a su
esencia; pero no la constituyen; esta esencia no carece de nada cuando el modo
todavía no existe o cuando ya no existe (IV, final del prefacio). Y mientras
existe, afirma su propia existencia a través de todas sus partes –su
existencia, es pues, un nuevo tipo de distinción extrínseca por la que la
esencia se afirma en la duración; 2.º el modo existente se opone a otros modos
que amenazan destruir sus partes, es afectado por otros modos, nocivos o
útiles. Y según las afecciones de sus partes, aumenta su potencia de actuar o
pasa a una mayor perfección, pierde su potencia de actuar o pasa a una
perfección menor (gozo y tristeza)…” [10]
Concepción que Nietzsche comparte y
si bien plantea implícitamente en la dimensión afectiva de la voluntad, lo hace
también de manera explícita en los fragmentos póstumos, con al término tan
común con Spinoza, y que Deleuze tiene la clave para saber identificar, del
“estado del cuerpo”: ““Voluntad” es un concepto que sirve de unificación a
todas nuestras pasiones (…) Las “pasiones” son sentimientos para designar ciertos
estados del cuerpo, que nosotros no atribuimos al cuerpo. “Sentimiento común”
(…) Pasiones-estados de nuestros órganos y su repercusión sobre el cerebro, con
un deseo de solución.”[11]
En el caso particular de la voluntad
de poder nietzscheana y en su terminología, cuando las fuerzas activas son las
que predominan convirtiendo a las fuerza pasivas en su elemento plástico, la
vida del cuerpo se afirma, y la voluntad se convierte en un querer afirmativo
de existencia y vida; mientras que cuando triunfan las fuerzas reactivas, hay
una limitación de las fuerzas activas, y por lo tanto, la imposición de un
estado que niega la creatividad y el cambio, determinando un querer reactivo,
que es un querer que niega la existencia de otros, y en el límite, la propia.
Dinámica con la cual queda claro también de qué clase de dominio y
enseñoramiento está hablando Nietzsche: un autodominio que simultáneamente es
una autosuperación del hombre que afirma su vida, y se expresa como afecto.
Todo esto que resulta completamente
ajeno y opuesto a la lectura canónica germana, queda claro desde el texto en
que menciona Nietzsche por primera vez el concepto de la voluntad de poder, La superación de sí mismo de la primera
parte de Así habló Zaratustra,
publicada en 1883. Texto que si lo leemos con el cuidado y las claves de la
perspectiva deleuzeana, muestra dos elementos fundamentales destacados por
Deleuze: 1) que el fundamento de la voluntad de poder es ser el elemento
diferencial de la multiplicidad de las fuerzas de la vida[12];
y 2) que el dominio de que habla Nietzsche primordialmente se refiere a un
autodominio de las fuerzas activas imponiéndose a las fuerzas reactivas en la
interioridad de uno mismo.
Allí
donde encontré seres vivos oí hablar siempre de obediencia. Y es que todo ser
vivo es obediente. Lo segundo que vi: que sólo se manda a quien no sabe
obedecerse a sí mismo. Así es la especie de los seres vivos. Y lo tercero: que
resulta más difícil mandar que obedecer. Y no sólo esto, sino que quien manda
ha de soportar el peso de quienes obedecen, corriendo el riesgo de que le
aplasten. En todo acto de mandar he
visto siempre un ensayo y un riesgo.
Siempre el ser vivo que manda se arriesga a sí mismo, y hasta cuando se
manda a sí mismo ha de expiar su acto de
mandar, ha de ser juez, vengador y víctima de su propia ley. ¿Qué es lo que
induce a los seres vivos a obedecer y a mandar, y a que obedezcan incluso
cuando mandan? ¡Escuchad, pues, mis
palabras, sapientísimos! ¡Examinad pues si he penetrado en el corazón mismo de
la vida, si he llegado hasta las mismas raíces de su corazón! (…) Siempre que
he visto un ser vivo he encontrado voluntad de poder: hasta en la voluntad del
siervo encontré la voluntad de ser señor. Al más débil le induce su voluntad de
servir al más fuerte, porque esa voluntad quiere dominar a lo que es más débil
aún: se trata de un goce del que no quiere privarse…[13]
Y decimos que desde estos elementos
interpretativos: textos, claves y perspectivas, queda claro que Nietzsche no se
está refiriendo al dominio-sometimiento de los otros como finalidad de la
voluntad, sino de un autodominio, de la conquista de uno mismo que era el
objeto principal de la sabiduría antigua y con Nietzsche se convierte
nuevamente en la finalidad más importante de la filosofía, acceder a una
“voluntad libre”, a una voluntad de poder afirmativa de la vida. Interpretación
que es posible hacer legítimamente desde las claves de la multiplicidad de las
fuerzas, su interioridad y el título del apartado donde se menciona por primera
vez el concepto. La superación de uno
mismo, se refiere a un proceso fundamentalmente interno y personal, pues si
se es señor se es señor de uno mismo,
superando la servidumbre impuesta por los otros y concretada en la asimilación
de sus valores; y si se es siervo, se es siervo de otro y de los valores
impuestos por otro. De tal manera, la cuestión del poder se refiere sobre todo
a la cuestión de una autarquía resultante de una autonomía o de una servidumbre basada en la heteronomía, de tal
modo se puede mandar, someter o dominar a otro sin dejar de ser esclavo de los
valores establecidos, la única diferencia es la de ser un esclavo vencedor o un
esclavo vencido;
Nuestros señores son esclavos que
triunfan en un devenir-esclavo universal: el hombre europeo, el hombre domesticado,
el bufón… Nietzsche describe los Estados modernos como hormigueros, en los que
los jefes y los poderosos vencen por su bajeza, por el contagio de esa bajeza y
esa bufonería. Cualquiera que sea la complejidad de Nietzsche, el lector
adivina fácilmente en qué categoría (es decir, en qué tipo) habría colocado
Nietzsche a la raza de los<<señores>> concebida por los nazis.
Cuando el nihilismo triunfa, entonces y sólo entonces la voluntad de poder deja
de querer decir <<crear>> y
significa: querer el poder, desear dominar (por tanto, atribuirse o hacerse
atribuir los valores establecidos, dinero, honores, poder…) Ahora bien, esa
voluntad de poder es precisamente la del esclavo, es la manera como el esclavo
o el impotente concibe el poder, la idea que tiene de él, y que aplica cuando triunfa…[14]
Mientras la auténtica libertad y
poder se definen por la capacidad de valorar desde la afirmación de la vida,
siendo ella misma superación constante de sí misma (creación, cambio y
devenir), con lo cual, el hombre de la voluntad de poder es aquel que encarna
las fuerzas creativas y “dominadoras”[15]
de la vida. Por ello, Deleuze enfatizará a lo largo de su obra que con la
voluntad de poder no se busca el poder ni el dominio del otro,[16]
sino, la conquista del inconciente, y con ello, de la afectividad y las propias
capacidades físicas e intelectuales. Si fuera de otro modo, el aparatado donde
menciona Nietzsche por primera vez la voluntad de poder se titularía “Sobre el dominio de los otros”, “La voluntad de dominar” o algún otro
título relativo a la relación política con la otredad, mientras que el título
asignado, La superación de uno mismo, implica la dimensión política, sobre
todo, en relación con uno mismo y la ética, los valores que uno mismo se impone
para la autosuperción de sí mismo y el dominio de las propias fuerzas
reactivas. Para finalizar, sólo consideremos como último factor de esta
interpretación que el propio Nietzsche consideraba su pensamiento como
innovador, se consideraba a sí mismo como un artista, y por ello, de suponer
que su obra consistiese únicamente en una teoría sobre el sometimiento, su
pensamiento no habría sido nada innovador, sólo una simple glosa de la
filosofía política convencional que trata precisamente de ello exhaustivamente,
lo cual equivaldría al absurdo de considerar a Nietszche ingenuo o ignorante
del pensamiento político. Más bien, la cualidad creativa e innovadora del
pensamiento de Nietzsche sostenemos consiste en su carácter revolucionario:
emancipatorio y afirmativo.
[1] “… entre el 26 de agosto y el 3 de
septiembre renunció el filósofo a lo
que hasta entonces había estado preparando como La voluntad de poder. Proyecto éste, pues, definitivamente
abandonado (…) El Anticristo se
convertirá no mucho tiempo después –quizá ya el 30 de septiembre, una vez
concluido el manuscrito, pero, en todo caso, el 20 de noviembre fecha de
redacción de la carta a Georg Brandes, fruto de una decisión que la carta a
Paul Deussen del 26 de noviembre confirma sin lugar a dudas-, no en el primer libro, sino en toda
la transvaloración entera. Con lo
cual es menester concluir, repetimos lo siguiente: de los materiales redactados
para La voluntad de poder desde el
otoño de 1887 surgieron luego, un año después, al cambiar los planes, dos
libros de Nietzsche, El Crepúsculo de los
ídolos y El Anticristo; el resto
es, sencillamente, éste conjunto de fragmentos póstumos que el lector tienen a
su disposición, y nada más. Ciertamente, en el otoño de 1888, antes de que
acabase noviembre, ya no había en los cuadernos del filósofo ninguna obra
inédita, grande y decisiva, ni con el título de La voluntad de poder, ni con el de Transvaloración de todos los valores, obra que la irrupción de la
locura hubiese impedido publicar. Afirmarlo es, por tanto, una impostura…”
Nietzsche. Fragmentos Póstumos. IV, pp. 28 y 29.
[2] Ibíd. Prólogo escrito por Diego Sánchez Meca, pp. 21 y 22.
[3] “Entre quienes se ocuparon de esta
edición se encontraba Karl Schlechta, que una vez acabada la Guerra, llevó a
cabo una edición de las obras de Nietzsche en tres volúmenes. La importancia de
esta edición de Schlechta consistía en la nueva publicación, además de las obras
editadas por el propio Nietzsche, del material póstumo de Elisabeth y Peter
Gast habían reunido y ordenado en 1906 bajo el título La voluntad de poder, pero renunciando al orden sistemático que le
dieron ellos y presentándolo en simple orden cronológico. Esta edición suscitó
una fuerte polémica, parte de la cual apareció en la revista Merkur entre noviembre de 1957 y agosto de 1958. Schlechta
defendía la tesis de que Nietzsche, en los últimos tiempos de su vida
consciente, había renunciado a preparar un Hauptwerk
constituido por todos los apuntes
que iba redactando, y que la idea de una supuesta gran obra sistemática al que
todo ese gran material estaría destinado no era más que una falsificación de la
hermana...” Ibíd. p. 20.
[4] Paolo
D’Iori. L’éternel retour. Genèse et
interprétation, p. 2. Texto revisado en la página electrónica: http://ancien.item.ens.fr/contenus/publications/articles_cher/Diorio/ER_originale.pdf.
Consultada el día 22/03/2012.
[5]
Friedrich Nietzsche. Filosofía general. M.
Aguilar. Madrid. 1933, p. 86.
(Antología de fragmentos póstumos).
[7] “La
voluntad de poder es: el elemento genealógico de la fuerza, diferencial y genealógico
a la vez. La voluntad de poder es el
elemento del que se desprende a un tiempo la diferencia de cantidad de las
fuerzas en relación, y la cualidad que, en esta relación, corresponde a cada
fuerza. Aquí revela su naturaleza la voluntad de poder: es el principio de
las síntesis de las fuerzas…” Deleuze. Nietzsche
y la filosofía. (¿Qué es la voluntad
de poder?) p. 73 y 74.
[8] Ibíd. p. 75.
[9] “En efecto, todas las ideas que
tenemos acerca de los cuerpos, indican más bien la disposición actual de nuestro
cuerpo que la naturaleza del cuerpo externo; pero esta idea que constituye la
forma de un afecto, debe indicar o expresar la disposición del cuerpo o de
alguna de sus partes, y por la cual su potencia de obrar, o su fuerza de
existir, es aumentada o disminuida, favorecida o reprimida. Pero ha de notarse
que cuando digo, una fuerza de existir
mayor o menor que antes, no entiendo por eso que el alma compare la
disposición actual de cuerpo con la pretérita, sino que la idea, que constituye
la forma del afecto, afirma del cuerpo algo que implica efectivamente mayor o
menor realidad que antes…”Spinoza. Ética.
(III. DEFINICIÓN GENERAL DE LOS AFECTOS) p. 170.
[10]
Deleuze. Spinoza, Kant y Nietzsche.
p. 81.
[11] Nietzsche. Filosofía general. p. 205.
[12]
Entendiendo por vida aquello que en la creación, el cambio y el devenir ha de
tender a la autosuperación: <<Mira –me dijo la vida revelándome su
secreto-, yo soy lo que siempre ha de superarse a sí mismo.>> Nietzsche. Así habló Zaratustra. (La superación de sí mismo) p. 106.
[14] Deleuze. Spinoza, Kant y Nietzsche. p. 219.
[15]
“<< ¿Qué es lo activo? Tener el poder>>. Apropiarse, apoderarse,
subyugar, dominar, son los rasgos de la fuerza activa. Apropiarse quiere decir
imponer formas, crear formas explotando las circunstancias.” Deleuze. Nietzsche y la filosofía. p. 63.
[16] “La
relación de la fuerza con la fuerza se llama <<voluntad>>. Por ello, ante todo, es preciso evitar
cualquier contrasentido sobre el principio nietzscheano de la voluntad de
poder. Este principio no significa (al menos no significa en primer lugar) que
la voluntad quiera el poder o desee dominar…” Ibíd. p. 216.
Joel Jair:
ResponderEliminarTu artículo amerita una crítica seria, pero no quiero importunarte, como parece que he hecho la última vez.
Me limitaré entonces a preguntarte si la repetición de los primeros tres párrafos al final del texto nos la ofreces como clave interpretativa o qué.
Hasta otra ocasión