Escribir telegramas hoy es una acción disidente y una delicadeza como ayer lo fue pasear una langosta como si fuera un perro. Caminar con una lámpara encendía en pleno día. Apuntar con una pistola al público burgués que va a entretenerse con un espectáculo burgués mientras el mundo es saqueado y vendido por usureros y ladrones.
Para producir una nueva poética es urgente hacer una historia y una economía política de las palabras-imágenes.
Hay que cuidarnos económicamente. Hoy todo se despilfarra y se malgasta porque todo tiene precio pero poco valor. Las palabras ya no valen ni dicen nada.
En París está la memoria del siglo XX. El lugar de las vanguardias y retaguardias. Aquí levantaron la voz el artista y el comerciante al mismo tiempo. El mismo día abrieron sus puertas las galerías y los prostíbulos.
Hoy todos tienen el derecho de hablar y la posibilidad concreta de escribir y que se les lea. Pero no dicen nada. Las palabras abundan como las imágenes de las mercancías. Y así como nadie tiene lo que quiere nadie tiene algo que decir.
En Europa se cree que todo es mercancía por eso se tiene la necesidad de comprar y de vender todo lo más caro que sea posible.
Las pantallas se convierten en aparadores de mol y estantes de supermercado en los que las personas ofrecen su imagen como si buscarán a alguien que quiera comprarlas.
Así como el café es descafeinado. La leche deslactosada. Y el sexo sólo se hace con preservativo. Las palabras son un gesto más de una selfi. Las palabras no tienen cuerpo. Ni peso. Ni significan nada. Son hologramas.
Las palabras hologramas abundan como un cacareo. En otro momento lo subversivo era guardar silencio hoy es hablar poco y encontrar las palabras que aún tengan cuerpo. Y si es posible. Aquellas todavía capaces de cantar y danzar.
El surgimiento y desarrollo del capitalismo requirió de nuevos hombres capaces de vivir asinados y trabajando en fábricas y oficinas todo el tiempo. Así surgen las ciudades. Sin embargo con ellas también. Nuevas formas de percibir y gozar. Eso Baudelaire lo supo muy bien.
El flaneur es un habitante más de las ciudades pero también una nueva forma de artista hecha posible por las condiciones materiales de la ciudad y la tecnología. Un parásito del trabajo de otros pero al mismo tiempo el último preocupado y ocupado por los otros.
Antes. Al principio. Se hablaba poco y sólo se escribía sobre cosas importantes. Pocos hombres sabían escribir y leer. Y cuando un hombre leía los demás guardaban silencio.
Antes. Sólo se fotografiaba lo que era importante. Hoy se fotografía todo. No porque todo sea importante sino porque ya no se sabe qué lo es.
El capitalismo es una máquina destructora y un organismo parasitario que parlotea sobre la producción pero sólo produce baratijas mientras se apropia de lo que realmente tiene valor. A saber. La vida de los hombres. Su pensamiento. Sus sentimientos. Sus palabras.
Si el capitalismo hubiera existido desde el principio no existiría el mundo ni la palabra mundo. El hombre solitario y avaro nunca hubiera podido hablar. Son los pueblos y los colectivos los que hablan para compartir lo común. El mundo.