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La Vitalidad es el presente. Todo está en la vida y es la vida, los cuerpos mueren pero la vida continúa, es eterna. Siempre se está en medio de la vida y la vida en medio de nosotros. Nos atravisa para llegar a otros, así como atravesó a otros, para llegar hasta nosotros. La vida es incontrolable, poderosa, inalienable, misteriosa, creativa. La vida es salvaje: es el amor.



jueves, 25 de octubre de 2012

MATERIALISTAS, INMORALISTAS Y ATEOS



El modo en que abordaremos el perspectivismo en la díada Spinoza-Nietzsche será a partir de sus elementos básicos que a nuestra consideración son suficientes para mostrar la manera en que opera la mutación casi alquímica con que Deleuze trabaja el pensamiento filosófico, las “coincidencias”, más bien continuidades que Deleuze identifica en Spinoza y Nietzsche. No es casual, sino sistemático y metodológico que dos de los tres estudios que Deleuze dedica a Spinoza inicien con la presentación de su semejanza y coincidencias temáticas con Nietzsche, en el texto de Spinoza, contenido en el ya clásico compendio monográfico Spinoza, Kant y Nietzsche presenta la vida de Spinoza a partir de los motivos que dominaron la vida de Nietzsche y dan la libertad del pensamiento humildad, castidad, y pobreza[1]; y en Spinoza: una filosofía práctica Deleuze inicia mostrando las coincidencias temáticas entre los dos pensadores: reivindicación del cuerpo, el pensamiento no consciente, la crítica de los valores y de las pasiones tristes que convierten a ambos según el juicio de la historia en materialistas, inmoralistas y ateos.[2]


I.1 El grito en Filosofía


Para Deleuze la filosofía no solamente tiene que ser vitalista en abstracto, en sí es un ejercicio vital, en el cual, la vida concreta se encuentra en juego, pues se piensa por necesidad, por la imperiosa necesidad de dar respuesta a problemas reales que comprometen la vida individual y colectiva. Ya que para Deleuze lo que da sentido a los conceptos filosóficos son los problemas a los que responden, de manera contraria al ejercicio suntuoso u ocioso en que se convierte al pensamiento desde la imagen tradicional de la filosofía que impone una imagen de una filosofía neutral, trascendente y lujosa exclusiva de una élite que puede dedicarse al lujo pensar.[3]

La filosofía, para Deleuze, es potencialmente una actividad de los hombres en general, filósofos y no filósofos, y versa fundamentalmente sobre sus vidas, sobre los problemas que implica la existencia humana particular y concreta, que reclama soluciones para mejorar la forma de vivirla pues “la filosofía no es una meditación sobre la muerte sino una meditación sobre la vida”.[4] Así las cosas, pensar filosóficamente, es decir, pensar con conceptos es tan imperioso en términos vitales que es equivalente a un grito con el que la vida misma nos hace un reclamo o un llamado respecto de algo de suma importancia, pues si un hombre grita es por algo que le es vital para él mismo y para los otros, por algo que reclama imperiosamente ser atendido o resuelto. 

Los conceptos son tan completamente vivientes que no pueden existir sin estar en relación con algo que sin embargo parece lo más lejano del concepto: el grito. Pienso que cada vez que ustedes tienen necesidad de gritar no están tan lejos de una especie de llamado de la filosofía. ¿Qué quiere decir que el concepto sería una especie de forma del grito? Es eso, tener necesidad de un concepto es tener algo que gritar. Habrá que encontrar el concepto de ese grito…[5]

lunes, 1 de octubre de 2012

En busca de una Poesía Materialista


El objetivo de desarrollar una poética materialista se basa en la hipótesis de que existe una poesía mundana y radical, que ancla sus raíces y tiene por objeto la tierra: la producción de un territorio para el animal espiritual que es el hombre.

Ya que como todo ser vivo el animal hombre requiere de un territorio para poder existir. Un espacio convertido en tierra tanto exterior como interior a él mismo donde encuentre las condiciones y recursos para poder vivir. Y así como el caos deviene cosmos el espacio llano deviene tierra, y en ambos casos, se hace en gran medida a través de la palabra.

En la historia del arte, la literatura y la filosofía existen los rastros de esa poética materialista que desde ya reconocemos como una auténtica poyesis que en su sentido original es producción de mundo, creación de territorio, a través del actuar del hombre.[1] Un territorio que es exterior, el mundo objetivo de las cosas y las relaciones sociales con los otros; así como interior, la vida psicológica -tanto consciente como inconsciente- y social de los hombres, una subjetividad que reconocemos como material ya que desde este planteamiento nada está dado sino que todo está siendo producido y reproducido constantemente, incluso el alma –psique, conciencia o inconsciente- del hombre.

Sin embargo, a pesar de esta puntual distinción entre interior y exterior del territorio humano en un punto de necesaria convergencia tal distinción se diluye, puesto que no deja de ser el territorio de una misma vida: convirtiéndose la sociedad en la exteriorización de la psique, interioridad, de los individuos que la componen y el alma del hombre en el reflejo del mundo en que vive. De tal manera, si la literatura en general y la poesía en particular constituyen una labor poyética, necesariamente se realizan en este punto de convergencia entre exterior e interior del territorio vital, ocupándose así, necesariamente, de lo individual-psicológico y lo colectivo-político en su más profundo sentido: el territorial.

En estos términos concebimos a la poesía como productora de humanidad, como una herramienta, producto de primera necesidad, y en el límite, como un arma...