El tiempo de hoy es el de lo post y la muerte. Es el Apocalipsis. Tan semejante a los anuncios de una religión milenarista que se promociona por televisión entre comercial y comercial, que termina por trivializar el final. De tal manera, ya es común escuchar hablar sobre todos los finales: de la historia, del arte, de la filosofía, la literatura, el estado, las identidades y las utopías... Paradójicamente relatados por la historia, la literatura, la filosofía y el arte.
Sin embargo, como un no-muerto el capitalismo y su cultura están más vivos que nunca mientras que todo aquello en lo que se sostiene muere, o por lo menos anuncia como un espectáculo (con elevadas regalías por supuesto) su agonía. Quizá Marx tenía una profunda razón que se deja ver en estos momentos liminares, cuando se refería al capitalismo con la metáfora de un vampiro que alimenta su vitalidad de la muerte en todas sus modalidades (trabajo enajenado, enfermedad, sufrimiento, barbarie, violencia y muerte física).

Por su parte, en la post-modernidad partiendo de tal universalidad se pretende que el derrumbe de lo que en la modernidad se construyó es el derrumbe absoluto de lo humano e incluso del mundo. Y así, se hace pasar la crisis actual como un hoyo negro con la capacidad de tragarse una galaxia, y en un descuido, al universo entero.
Antes bien y siguiendo con las analogías concibamos al tiempo presente sí como una cavidad oscura, como un espejo negro. Pero no tan afectada de dramatismo ingenuo, pensémoslo… como la boca de un caldero, sí… como un caldero al cual interrogar por el futuro, a la manera de un caldero de bruja o cualquiera de esos utensilios que en los primeros tiempos, los primeros hombres usaban para saber el porvenir cuando era propicio o necesario.