El tiempo de hoy es el de lo post y la muerte. Es el Apocalipsis. Tan semejante a los anuncios de una religión milenarista que se promociona por televisión entre comercial y comercial, que termina por trivializar el final. De tal manera, ya es común escuchar hablar sobre todos los finales: de la historia, del arte, de la filosofía, la literatura, el estado, las identidades y las utopías... Paradójicamente relatados por la historia, la literatura, la filosofía y el arte.
Sin embargo, como un no-muerto el capitalismo y su cultura están más vivos que nunca mientras que todo aquello en lo que se sostiene muere, o por lo menos anuncia como un espectáculo (con elevadas regalías por supuesto) su agonía. Quizá Marx tenía una profunda razón que se deja ver en estos momentos liminares, cuando se refería al capitalismo con la metáfora de un vampiro que alimenta su vitalidad de la muerte en todas sus modalidades (trabajo enajenado, enfermedad, sufrimiento, barbarie, violencia y muerte física).
O quizá esta versión apocalíptica de nuestro tiempo se trate del paroxismo de una ilusión, de una locura o un sueño con el que la humanidad sustituyo la realidad, llamada modernidad. Ya que, si bien la post-modernidad implica una crisis fundamental en la cultura y las estructuras sociales, la modernidad no agota la cultura ni mucho menos lo que el hombre es y puede vivir, a pesar de que uno de los principio de esta haya sido la cancelación de cualquier otra cultura en la creencia de que la racionalidad moderna implicaba la superación del saber llevado a su más alto grado. Así el pensamiento moderno embarcado en el entusiasmo del humanismo, racionalismo y positivismo tan pragmáticos como capitalistas niega los valores no únicamente de las otras épocas histórico-conceptuales occidentales (paradójicamente la primera víctima de oxidente es occidente mismo) sino también cualquier otra cosmovisión cultural de cualquier lugar o tiempo.
Por su parte, en la post-modernidad partiendo de tal universalidad se pretende que el derrumbe de lo que en la modernidad se construyó es el derrumbe absoluto de lo humano e incluso del mundo. Y así, se hace pasar la crisis actual como un hoyo negro con la capacidad de tragarse una galaxia, y en un descuido, al universo entero.
Por su parte, en la post-modernidad partiendo de tal universalidad se pretende que el derrumbe de lo que en la modernidad se construyó es el derrumbe absoluto de lo humano e incluso del mundo. Y así, se hace pasar la crisis actual como un hoyo negro con la capacidad de tragarse una galaxia, y en un descuido, al universo entero.
Antes bien y siguiendo con las analogías concibamos al tiempo presente sí como una cavidad oscura, como un espejo negro. Pero no tan afectada de dramatismo ingenuo, pensémoslo… como la boca de un caldero, sí… como un caldero al cual interrogar por el futuro, a la manera de un caldero de bruja o cualquiera de esos utensilios que en los primeros tiempos, los primeros hombres usaban para saber el porvenir cuando era propicio o necesario.
Y así, preguntemos por la literatura atizando el fuego del caldero o del utensilio adivinatorio de su preferencia, viendo como el humo lucha con las sombras hasta mezclarse y ya no ser ni sombras ni humo sino imágenes: las imágenes de sonidos que milagrosamente son entendidos y repetidos, conocidos, y que cada vez que aparecen en su fugacidad recrean las maravillas y los misterios que están a cada paso; el consuelo ante lo incomprensible y la fatiga de arduas jornadas donde se juega la vida, pero que son recompensadas con el fuego adentro y afuera en las reuniones de la tribu; las respuestas a las preguntas en forma de cantos, gritos y danza; el extravió a medio camino y el encuentro de las rutas en las estrellas, también a medio camino…
Lo que tratamos de decir con esto, es que así como la cultura –en tanto conjunto-mundo de estrategias para satisfacer las necesidades humanas-, el hombre y la historia no se acaban con la post-modernidad puesto que no son reductibles a lo moderno. Y que paralelamente, ni la literatura ni el arte son rebasados por la inercia de la crisis cultural haciéndolas perder ni su significación ni mucho menos su función sociocultural, pues no se reducen únicamente a ser expresión de lo establecido, sino que, producen y reproducen la dimensión simbólica y sensible de la realidad. Por lo que resulta necesario, ponderar adecuadamente la labor de la literatura frente a la crisis generalizada de valores que tiende a hacer pensar que todo da igual o que todo vale lo mismo, incluso desde la perspectiva misma del momento artístico creador de la literatura con preguntas tales como ¿por qué escribir?, ¿para qué escribir? y ¿cómo escribir? en un contexto de este tipo.
La respuesta o el simple planteamiento de estas preguntas son fundamentales para entender la vigencia del arte y la literatura pues en medio de un campo devastado donde aparentemente se ha perdido el sentido de todo, una labor tan elemental y primitiva como la del decir tiene una actualidad de primer orden. Pues como siempre, el hombre busca y se encuentra en medio de algo que acaba de pasar pero también en medio de algo que está a punto de suceder, siempre con la misma insistencia y siempre con la misma necesidad de continuar a donde sea, el problema estaría entonces en la tenacidad con que es capaz de encarar esta labor. Y si la literatura, y en general el arte en la modernidad habían sido desplazadas como instancias donde se podía encontrar el sentido que diera fuerza en esta búsqueda, sustituidas por un racionalidad llena de verdades pragmáticas, la inviabilidad del pragmatismo en una labor más sutil que la de producir-comercializar mercancías y administrar recursos hace voltear a prácticas más elementales y humanas como son las del sentir y experimentar en la propia vida las fuerzas de la vida, que como plantea Nietzsche a lo largo de toda su obra, son la alternativa a una época donde la pesadez y el nihilismos quitan hasta las ganas de morir, la expresión de una voluntad que es tan débil que ya ni siquiera es capaz de desear su propia muerte, que es de por sí, el límite de la debilidad y la enfermedad.
Y es que la obra de Nietzsche como señala Albert Camus en El hombre rebelde, es la del gran clínico, la de aquel que es grande en hacer diagnósticos no ya de un enfermo sino de la humanidad, al prever con una agudeza de vidente los males de la humanidad. Pues la muerte de dios no es otra cosa sino un diagnóstico, el diagnóstico de la crisis que un siglo después de ser pronunciado está aquejando a Occidente y que más que provocar, Nietzsche previó, al saber interpretar el augurio del cuerpo de dios tendido a los pies de Zaratustra, ya que como bien señala Camus: Nietzsche no mata a dios, lo encuentra ya muerto “en el alma de su época” y quien lo mató fue el hombre mismo, y si sabemos entender las implicaciones que la idea de dios como centro conceptual tuvo para las anteriores épocas occidentales e incluso como un resabio oscuro para la modernidad, advertiremos la importancia de un acontecimiento histórico fundamental que marca una nueva era para el hombre, al exigirle más de sí mismo para poder enfrentarla, pues en palabras de Nietzsche:
“Si no hacemos de la muerte de Dios un gran renunciamiento y una perpetua victoria sobre nosotros mismos, tendremos que pagar esa pérdida”.
Esto es, que si bien la desaparición filosófica de dios como absoluto principio, sentido y causa de todo implica un relativismo también absoluto donde lo único que pareciera predominar éticamente es la sentencia mencionada por uno de los personajes de los hermanos Karamasov de Dowstoyevski: “todo está permitido”, para Camus, en la reflexión que hace a propósito del nihilismo, por el contrario, la situación de la abolición del absoluto inaugura la posibilidad de la creación de valores y de sentido para la vida, que es la labor del superhombre y no el relativismo del sin sentido, pues a decir de Camus “Negamos a Dios, negamos la responsabilidad de Dios; solamente así liberaremos al mundo” (…) Una lógica más profunda reemplaza entonces al “si nada es cierto, todo está permitido” de Karamazov por un “si nada es cierto, nada está permitido”. Negar que una sola cosa esté prohibida en este mundo equivale a renunciar a lo que está permitido”<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]-->. Entonces, el autor de El hombre rebelde considera que Nietzsche no es el autor ni material ni intelectual de la muerte de Dios, Nietzsche no mata a Dios, lo encuentra ya muerto, por lo que no tiene que argumentar ni convencer sobre su inexistencia, pues dios existió como creencia pero la edad moderna lo ha matado a través de una cosmovisión a la que ya no le basta como causa, ni en la ciencia, ni en la política, ni en la moral, y de tal manera ha dejado de existir también como creencia. La frase de Nietzsche no es otra cosa que un diagnóstico que en su labor de gran crítico sabía hacer tan diestramente que su capacidad llegó a adelantarse por siglos a los acontecimientos del devenir occidental. Como lo dice en una de las primeras menciones de la muerte de dios en un texto titulado El insensato, en voz de un loco que enciende una linterna en pleno día buscando a Dios: “¡Dónde se ha ido Dios, exclamó, voy a decíroslo! ¡Lo hemos matado vosotros y yo! ¡todos nosotros somos sus asesinos! (…) No hubo jamás acción más grande, y los que nazcan tras nosotros pertenecerán por obra de esta acción, a una historia más alta que ninguna otra historia (…). Llego demasiado pronto, dijo entonces, mi tiempo no está aún cumplido. Este acontecimiento enorme está aún en marcha, camina, y no ha llegado aún hasta el oído de los hombres. Hace falta tiempo al relámpago y al trueno, hace falta tiempo a la luz de los astros, para ser vistas y entendidas. Este acto está más lejos de ellos que el astro más lejano –y no obstante son ellos quienes lo han cumplido”<!--[if !supportFootnotes]-->[2]<!--[endif]-->.
En este panorama es que Camus plantea el tipo del nihilismo de Nietzsche, en el que “el nihilista no es quien no cree en nada, sino quien no cree en lo que es”, para así ser capaz de superarlo, subvertirlo, creando otros valores, y con ello, otro mundo ahí donde es necesario. Así, resulta ser el nihilista el hombre rebelde, pues en palabras de Camus, el autor de Así habló Zaratustra, “no pensó nunca sino en función de un apocalipsis futuro, no para ensalzarlo, pues adivinaba el aspecto sórdido y calculador que ese apocalipsis tomaría al final, sino para evitarlo y trasformarlo en renacimiento”.
Ahora bien, la labor de dar sentido y crear nuevos valores es pensada por Nietzsche desde el arte, al proponer como un sustituto ontológico, metafísico y epistemológico de la verdad esencial que sostiene el mundo y da sentido a la existencia humana, la verdad de la obra de arte, pues si ya no existe orden esencial, si ya no existe ni principio ni fin ordenado en función de un principio superior, trascendente, entonces, la verdad se construye, así como, el principio, el fin y el orden en una realidad donde lo único que se da es la existencia. Ahora bien, esta existencia se da con toda la dramática contundencia de lo que ha sido y siempre será pues a juicio de Nietzsche si el universo fuera a desaparecer ya lo habría hecho desde hace mucho, y ahí, en medio de esa eternidad que es el pasado y el futuro infinitos del universo, se encuentra el hombre, interpelado por las fuerzas de lo que ha existido desde siempre y para siempre existirá, con la disyuntiva de dar sentido a su existencia, y con ello continuidad, al hacer suyas las fuerzas de lo existente, o padecer el sin sentido de su existencia y la indiferencia de la realidad que lo amenaza. Es así como la realidad tiene que ser obra del hombre, y por lo tato, tal actividad creativa o productora de lo real es un arte. La vida como obra de arte y el hombre como un artista. De este modo, tendremos una noción artística de lo real y del mundo, si más que negar la tesis de lo real versus el arte ponemos de cabeza este cuadro conceptual y pensamos al arte no como una falsación simulada como real sino como una construcción de lo real, como una participación de lo real en la construcción de lo real, cuando el hombre se pone en relación con las fuerzas de la existencia; y para poder hacerlo, no sólo tendríamos que voltear el cuadro conceptual de cabeza sino también romper su marco para advertir que la visibilidad que teníamos se circunscribía a límites más artificiales que verdaderos, y que quizá, la verdad esta más allá de un marco ideal y más acá, en lo real, en donde el contenido del cuadro sólo es una parte de todo lo demás que por supuesto no se circunscribe a las leyes de apenas un marco de una de sus partes. Y de tal manera, advirtamos así, que al trabajar con el contenido de los cuadros, arte, que ya no sería únicamente el contenido dentro de marcos sino también realidad, trabajamos con lo real, puesto que el arte es parte del mundo, y el mundo, creación ya no trascendente sino constante e inmanente. El modelo de esta reflexión es el teatro, si es pensado más que sólo como un simulacro artificial como una actualización de las fuerzas de lo existente, un teatro de la crueldad como decía Artaud, que haciendo las veces de rito convoca las fuerzas más íntimas del hombre, su voluntad, pues con su puesta en escena además de romper con el continuum del orden de lo cotidiano, evidenciando así su carácter contingente y no esencial, se construye un islote de realidad en cuanto a creación de sentido, emotividad y temporalidad específica. Y con ello, se deja de concebir el arte como representación siguiendo el modelo antiguo, para pensarlo ahora como la actuación en un teatro de máscaras donde lo que existe es un festival de máscaras, de simulacros-actuaciones que son la actualización de las fuerzas de la realidad aprovechadas por el hombre en su propia existencia.
Y decimos que no es sólo simulación o arbitrariedad esta fiesta de máscaras si no la recreación de lo real por lo real y la vida por la vida si consideramos al artista-creador a la manera del chamán, a la manera del hombre primitivo que en su comunidad cura a la comunidad indiscriminadamente haciendo uso indiscriminado de los recursos de la comunidad: entonando y componiendo cantos, actuando, danzando, pero sobre todo, viendo y escuchando por la comunidad los signos y las fuerzas de la realidad que le interpela con los peligros que amenazan, pero también, con los caminos que salvan esos peligros. Y es que si bien la literatura como el arte puede intentar evadir, acallar o simplemente relatar lo que sucede, su actividad puede encarar la realidad y hacer la diferencia entre la deificación de la decadencia o la reivindicación del hombre, de la vida y la existencia a través del sentido, buscando y encontrando caminos.
Así es como nuestra analogía del tiempo presente rueda metamorfoseándose y pasa de ser un hoyo negro, un espejo humeante, un caldero de bruja a ser un oráculo al cual consultar para peguntarle por el provenir de la comunidad.
Una experiencia de este tipo lo da la literatura que busca mitos que den sentido, siendo con ello una alternativa a la crisis de racionalidad, como la antipoesía de Nicanor Parra con la reivindicación del hombre común como un héroe y del poeta como un descubridor de héroes; o, experiencias tan recientes como la de Hakim Bey que identifica la piratería con una experiencia de anarquismo real, y el discurso del zapatismo, con la recuperación de la mitología y la simbología maya. Hombres rebeldes que han descreído de este mundo y no han quedado paralizados con ello.
Para finalizar escuchemos el eco de estas búsquedas en una visión latinoamericana del primer manifiesto infrarrealista:
“…la mejor pintura de América Latina es la que pintamos con verdes y rojos y azules sobre nuestros rostros, para reconocernos en la creación incesante de la tribu.”
“Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos.”
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<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]--> Camus Albert. El hombre rebelde. Editorial Losada. Buenos Aires. 1975.
<!--[if !supportFootnotes]-->[2]<!--[endif]--> Nietzsche F. La gaya ciencia. Alianza Editorial. Barcelona 1984. p. 125.
Estimado Joel Jair,
ResponderEliminarEstoy terminando de leer tu artículo y, para comprenderlo, intento resumirlo con las siguientes ideas, tú dirás si he acertado o no:
Hay un momento inicial —cuando pones un pie en la realidad capitalista que todos experimentamos a diario— que te preguntas si esa visión apocalíptica con la que arrancas no es una ilusión. Pero inmediatamante la abandonas deshaciendo esa sombra de duda con la idea de que el carácter moderno, al que tanto combate el defensor del posmoderno, «no agota la cultura». Lo que es más, dices que alguien «en la posmodernidad» quiere hacernos creer que la demolición de la modernidad es también la demolición de la vida y del mundo.
Luego viene una especie de ejercicio literario en el que aparecen brujas y calderos para finalmente llegar a la parte clave de tu artículo: el hombre, con sus actividades y sus creaciones, no se ve afectado por la destructividad posmoderna porque ésta sólo combate el estereotipo del hombre moderno, en el cual desde luego no puede disolverse ni el hombre de todas las épocas ni el hombre de todas las latitudes (orientales u occidentales, primitivos o contemporáneos). De acuerdo a esta indisolubilidad, las producciones del hombre del siglo XXI permanecen vigentes y actuales a su lado.
Por eso mismo —aunque el poder disolvente del pensamiento posmoderno consigue poner en crisis el conjunto de la cultura— la literatura y el arte preservan «su función sociocultural», su capacidad de producir y reproducir «la dimensión simbólica de la realidad». Con todo, dices, no es suficiente esta preservación; hace falta resaltar la importancia del papel reflexivo de la literatura ante el relativismo imperante. Y para validar esta importancia de la literatura y el arte por encima del racionalismo moderno y, por tanto, desacreditado, expones algunas ideas de Camus y de Niezsche, revelando que éste se adelantó a nuestro tiempo apelando tan sólo a los mitos y a la reflexión artístico-literaria.
Dos preguntas:
¿Dónde dice Niezsche este disparate?: "si el universo fuera a desaparecer ya lo habría hecho desde hace mucho".
¿De quién es el concepto de que el pensar posmoderno es un antihumanismo?
Agradezco de antemano tu atención.
"Si el mundo pudiese en absoluto entumecerse, desecarse, perecer, convertirse en nada, o si pudiera alcanzar un estado de equilibrio, o si tuviera en absoluto cualquier meta que incluyese en sí la duración, la invariabilidad, el de-una-vez-por-todas (en pocas palabras, hablando metafísicamente: si el devenir pudiera desembocar en el ser o en la nada), entonces este estado tendría que haberse alcanzado (...)" Fragmento Póstumos (1885-1889) Volumen IV. 1888, 14[188].
ResponderEliminarNo entiendo por qué dice que este argumento es un disparate. Por el contrario es una de las argumentaciones más sólidas y fundamentales de Nietzsche, que por una parte permiten entender la idea del eterno retorno (ya que entraña la concepción nietzscheana del tiempo); y por otra, la objeción que Nietzsche hace al absurdo de las concepciones creacionistas ex-nihilo y a las manipulaciones político-afectivas de las supersticiones apocalípticas de las religiones. Y no sólo es una idea de Nietzsche es una de las concepciones fundamentales de la metafísica desde los presocráticos, la de entender la positividad y plenitud del ser, que al identificarla en Nietzsche permite ir más allá de los prejuicios y los lugares comunes desde los que se le interpreta para permitir comprenderle como una parte de tradiciones serias y rigurosas (materialistas, inmanentistas) dentro de la historia de la filosofía.
Si realmente considera esta idea como un disparate le recomiendo esta lectura
http://www.raco.cat/index.php/Ontology/article/download/245085/328240
«(... si el devenir pudiera desembocar en el ser o en la nada) entonces ese estado tendría que haberse alcanzado»
ResponderEliminarAquí el problema, como siempre, es el de la interpretación de las ideas. A mi juicio, con esto Nietzsche no está diciendo que «si el universo fuera a desaparecer ya lo habría hecho desde hace mucho». Lo que puedo deducir de sus palabras es que el devenir no puede reducirse ni al ser, ni al no ser (a ninguno de los opuestos que el propio devenir contiene), porque la realidad, como el río que fluye, es inasible, inefable; de lo contrario todo estaría en reposo desde el principio. Por eso es que para Nietzsche la poesía y el pensamiento mítico son los únicos medios que permiten capturar ese movimiento universal en su fugaz viveza.
Agradezco el texto que anexas, lo leeré tan pronto pueda. Por mi parte yo te sugiero que leas las reflexiones del joven Paz acerca de La gaya ciencia y de Nietzsche en Primeras letras, o la, por supuesto, discutible, pero interesante, interpretación que hacen Crego y Groot en Friedrich Nietzsche y la fábula de la verdad (la introducción de La gaya ciencia, en la verión de Alianza Editorial, edición 2009.
No me has dicho si acerté o no, ni el origen del concepto antihumanista del pensar posmoderno.
Saludos.
Como usted dice, el problema es del orden de las interpretaciones, me parece que acertó a una parte importante de lo que quería decir en este texto. La cultura y el arte como dimensiones primarias y humanizantes. Considero que mientras la humanidad exista el mundo se expresará a través del espíritu-pensamiento indicando las formas de enfrentar los problemas propios de la vida. Y al contrario, entre menos el "hombre" exprese estos signos menos humanidad será, acercándose a la barbarie.
ResponderEliminarRespecto al concepto anti humanista del pensar post-moderno creo que es evidente la crisis del sujeto en el arte y la filosofía, incluso socialmente si pensamos en las identidades en la globalización. Un concepto es nada si sólo es la invención de un autor, tiene que ser la respuesta a un problema para que valga algo. Pero por supuesto que hay conceptos de este tipo como la muerte del hombre que menciona Foucault junto con la mayor parte del estructuralismo, o incluso el dividuo de Deleuze; no he profundizado en la obra de Bauman pero me parece que su concepto lo líquido apunta en el mismo sentido.
Me da curiosidad qué puede decir Paz sobre Nietzsche lo leere, pensando en la pobre lectura e interpretación sobre la obra de Nietzsche que hubo hasta ese momento en México, y obviamente, por el perfil conservador de Paz.
Será que discrepamos en el concepto de lo posmoderno por mi formación de arquitecto, pero para mí el antihumanismo confeso pertenece al postestructuralismo. Si en filosofía este postestructuralismo se toma como el pensar posmoderno, entonces hablamos de cosas distintas. Entiendo perfectamente que hables de una crisis del artista, del filósofo y en general del individuo, sólo que me parece que tal crisis no es resultado de una confabulación filosófica posmodernista, de la invención de conceptos supuestamente solucionadores de problemas; eso sería atribuirle un papel a la filosofía posmoderna que no parece tener en este mundo del Estado y el Capital. ¿Dirías tú que esta filosofía es la punta de lanza del Estado y el Capital para erosionar el humanismo?
ResponderEliminarSiempre partimos de nuestros prejuicios para acercarnos a la obra de todo autor que nos preceda (a veces podemos vencerlos, a veces no), creemos que al vivir en el presente disfrutamos de mejores medios y de una información de mayor calidad. La verdad es que muchas veces los desaprovechamos, pero si sabemos utilizar esos medios y esa calidad en la investigación de los años veinte y treinta del siglo XX, por ejemplo, estas décadas pueden darnos varias sorpresas. Por lo demás, las interpretaciones que hagamos de la obra de un autor siempre serán más pobres que el original. Esas reflexiones sobre Nietzsche las escribe un Paz de 21 años, de ahí que él mismo se ruborizara al volver a leerlas. En mi opinión en ellas aparecen ya algunos rasgos que serán típicos del Paz maduro.