Para
Gilles Deleuze no existía un centro o corazón de la realidad en su totalidad ni
de las cosas en particular.[1]
Nada que fuera superior o mejor que el resto, no porque las cosas y sus
características carezan de dignidad, sino porque todas participan de la misma
dignidad, la dignidad de ser.[2]
Puesto que para él, no existe instancia alguna por encima del ser, sino
que el ser lo es Todo, un Todo que es infinito y absoluto,
por lo que no puede ser limitado por nada (es infinito), y por esa razón,
tampoco ajeno a nada (es absoluto), pues lo ajeno o lo otro sería su
límite. El Ser es lo más común, y por ello, carece de jerarquías.
Por el contrario, pensar la realidad en
términos de una jerarquía de los entes no es propiamente pensar sino repetir,
replicar errores, ilusiones de la trascendencia… forzarse y forzar a concebir
lo que es siempre idéntico a otra cosa, el lugar ocupado en una
jerarquía, donde la superioridad y la inferioridad relativas son dictadas por
un orden de la representación, que por (su) derecho, ocupa el lugar de lo que
existe en realidad. En el pensamiento de la jerarquía,[3]
lo que las cosas son, su identidad, se define por la superioridad o
inferioridad relativas entre ellas y dictadas por una escala de valores que es
ajena a lo que las cosas son. El ser y lo que es como la representación de
otra cosa. Cuando lo que es está cambiando constantemente tanto en
lo general, realidad, como en lo particular, entes; y pensarlo, consiste en
percibir y entender ese cambio que se expresa como diferencición constante de
lo que es: en y por el ser, como causa inmediata, al no existir
jerarquía.