La película La fórmula secreta (México;1965) dirigida por Rubén Gámez, es un caso excepcional y en cierta forma raro de un cine poco filmado en México, el cine experimental que podríamos entender de muchas maneras, pero también, de una simple y profunda -como señala Jean-Luc Godard-, como esas películas que dejaron de ser filmadas por la uniformación primero del uso político que el fascismo hizo del cine y después del uso comercial hollywoodense y de la televisión, ambas, formas de limitar las posibilidades narrativas, sensibles y expresivas del cine a un medio de consumo; con lo cual, las historias a contar se limitan a reproducir en su representación las posibilidades de las relaciones parentales normalizadas y las relaciones económicas y sociales capitalistas: la realización del sueño americano y/o la conformación de una familia consumista, o la superioridad militar o política de algún Estado; fórmulas canonizadas que se repiten como la misma historia contada repetidas veces de la misma forma.
Por lo cual, podemos afirmar, que este espécimen cinematográfico explora de una forma ejemplar o pionera las posibilidades sensibles y narrativas de esas otras películas que en México dejaron de producirse, abriendo un horizonte de posibilidades a los conflictos y realidades que han dejado de filmarse, por lo que dándole pleno sentido a su nombre explora como una novedosa fórmula las posibilidades narrativas y plásticas del cine en el complicado y conservador ámbito del cine y la sociedad mexicanos.
Lo cual, resulta de particular importancia y valor en un momento como el actual en el que los excesos en las formas de producir y consumir, así como, las negligencias en las formas de gobernar propias de la modernidad capitalista han producido las condiciones sociales y ecológicas de la crisis social mundial de la pandemia del Covid 19.
La fórmula secreta, es un experimento realizado en los márgenes de la cultura y la industria cinematográfica mexicanas, pues solamente en esos espacios excepcionales de la normalidad podía concebirse y realizarse una obra tan anómala como retadora y crítica. Puesto que mientras el afán de comercio y consumo rige las formas expresivas, productivas y de distribución del cine, La fórmula secreta al ubicarse en los márgenes de estas dinámicas y relaciones puede tratar temas no solamente poco comunes, sino incluso, prohibidos desde la normalidad de lo que puede ser filmado para ser consumido y hacerlo explorando las posibilidades plásticas de la técnica cinematográfica como la dislocación del tiempo y la mezcla onírica y dramática de planos en los que la composición fotográfica y la experimentación con el montaje destacan haciendo reminiscencias al crudo surrealismo de Luis Buñuel o a las exploraciones del cine soviético de Dziga Vértov y Sergei Einsentein. La fórmula secreta desde su nombre inicial censurado Con Coca cola en la sangre crítica y confronta las dinámicas del consumismo, puesto que ese nombre que le valió la demanda judicial de la empresa homónima que exigió cambiarle el nombre, se refería a su contenido y forma críticos pues trataba no de una historia lineal convencional sino de las alucinaciones y rememoraciones de un mexicano pobre, sin nombre y sin rostro que en su agonía delira con las imágenes y ensoñaciones de su realidad atravesadas por una zonda que vía intravenosa le realiza una transfusión de Coca Cola que más que un remedio parece ser la causa de su situación.
Una de las razones por las cuales la película resulta más complicada para un observador pasivo pero al mismo tiempo más potente, es su forma, completamente experimental que la ubica más allá de una historia convencional en el ámbito del poema fílmico y el manifiesto político. La forma de la película básicamente está compuesta por una intercalación de secuencias delirantes, surrealistas y violentas que sin dejar de ser lúdicas, por la burla a los representantes de la autoridad y el uso del absurdo, evocan de una manera bella en su composición cuadros políticos, tomas citadinas o breves estampas costumbristas que por su riqueza implican cada uno una historia propia; secuencias que se suceden con la lógica del sueño y parecen evocar desde la nostalgia recuerdos de un pasado rural, hasta las experiencias de violencia y dolor de un inmigrante campesino o indígena en la ciudad como las consecuencias de un medio social mexicano injustamente violento con los pobres, los campesinos y los indígenas que los despoja de sus tierras y la posibilidad de vivir en ellas, es decir, con la mayor parte de la sociedad mexicana, que de algún modo u otro aún podía vivir de acuerdo a sus modos y costumbres tradicionales, no solamente de la década de los sesentas sino del resto del siglo XX y de la actualidad. Solamente desde una mirada poética y política, aunque sí desde diferentes grados y ángulos, es posible captar la belleza y potencia del discurso fílmico que como un pronóstico prefigura el futuro de México y de sociedades como la mexicana, que serán sojuzgadas, violentadas y en varias formas asesinadas por la realidad social normalizada, es decir, capitalista, que promueve las relaciones comerciales y la norteamericanización como únicas posibilidades culturales. La visión poética y la crítica social de La fórmula secreta es capaz de diagnosticar y prever la dinámica del capitalismo transnacional o globalizado, cincuenta años antes de que la teoría política o los movimientos sociales empezaran a hablar de esto, con las capacidades de comprensión y síntesis de la realidad que tiene el arte.