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La Vitalidad es el presente. Todo está en la vida y es la vida, los cuerpos mueren pero la vida continúa, es eterna. Siempre se está en medio de la vida y la vida en medio de nosotros. Nos atravisa para llegar a otros, así como atravesó a otros, para llegar hasta nosotros. La vida es incontrolable, poderosa, inalienable, misteriosa, creativa. La vida es salvaje: es el amor.



viernes, 29 de noviembre de 2024

México y el Surrealismo

El surrealismo,  a pesar de sus tropiezos y limitaciones, no deja de ser ese fenómeno liminar o remanente de la gran imaginación en el arte occidental. Esa cola del cometa del Romanticismo a que se refería Breton. Pues en el surrealismo convergieron los anhelos y creaciones de los últimos grandes artistas europeos herederos de las visiones y los sueños románticos; continuadores de las grandes aventuras de Baudelaire a Rimbaud, de Delacroix a Goya. Es decir, la continuidad de las búsquedas espirituales del alma, la religión por otros medios y con otros fines, como le gustaba pensar al padre de todos los románticos, Baudealire.

Sin embargo, más allá de la nostalgia romántica, el surrealismo fue una de las últimas aventuras teóricas y estéticas de la cultura occidental, al tratar de apostar todos sus recursos a la acción y praxis propiamente artística que consiste en participar en la creación y concepción sensible de mundos nuevos. Por ello, el romanticismo se convierte en vanguardia artística e innovación técnica, pero también en revolución política pues las obras y los artistas permiten percibir y sentir cuáles son los obstáculos y las condenas que impiden a un nuevo mundo y sus relaciones sociales nacer. De tal modo, el arte surrealista se convierte simultáneamente en movimiento revolucionario, con los atinos y desatinos que conllevó hacer acuerdos, compromisos y vínculos con la política real, pasando de movimiento subversivo a partido político.

En tan atractiva y convulsa historia convergieron muchos relatos, encuentros, versiones y episodios. Uno de los más notables y hermosos es el capitulo dedicado a y vivido en México que se caracteriza por las particulares circunstancias y fenómenos históricos del siglo XX, así como, por las particularidades y características de la rica historia y cultura mexicanas. Pues más allá del cliché o el lugar común, simplistas y complacientes, de pensar a México como un país surrealista sólo para turistas distraídos, la sociedad mexicana y su cultura se convirtieron en un espacio privilegiado no sólo para inspirar, sino incluso,  para continuar con la aventura surrealista, desde las primeras intuiciones, pioneras, de Artaud, que viene a México en la década de los treinta creyendo encontrar a esos descendientes de la tierra roja que hicieron una revolución para recuperar la sabiduría de sus ancestros; pasando por el mismo Breton para quien México era el país que más le interesaba conocer y visitar, e incluso después de hacerlo afirmó que ahí todo lo hecho está como acariciado por las manos del amor. Hasta las posteriores y no menos importantes comunidades de artistas surrealistas desarrolladas por los exiliados en México tras  los sucesos de las Guerras Mundiales y particularmente la Guerra Civil Española, que trajo a México el importante grupo de surrealistas reunidos en torno a la figura de Remedios Varo y cuyas ramificaciones alcanzaron con Leonora Carrington a recibir a un joven Alejandro Jodorowsky, que como aquellos, terminó de formarse en México mezclando y nutriendo su búsqueda de espiritualidad y nueva estética con la mitología indígena y la cultura popular barroca de la sociedad mexicana que tiene una de sus expresiones en lo que se ha dado en llamar realismo mágico.

En estos términos resulta ilustrativo pensar y considerar la importancia del  capítulo surrealista mexicano a través del cuadro de Remedios Varo, La fuga, perteneciente a una trilogía dedicada entre otros temas al itinerario personal de Varo que la llevó del claustro y la cerrazón católica en su infancia y juventud -que vivió en las instituciones religiosas en las que fue educada-, y los posteriores horrores de la guerra y su intolerancia en contra de la creatividad y la disidencia política en España; a fugarse a un mundo o un espacio propicio para ensoñar ese mundo u otros mundos mágicos, México, espacio de la calma que nunca antes había tenido -en sus propias palabras- en el que se mezclan la aspiración de otra realidad con los contenidos y los saberes de la magia medieval, la mitología indígena y el saber psicoanalítico, así como, una tradición cultural y amistades -como Leonora Carrington- con quienes se pudo dedicar lúdica y creativamente a la literatura, la brujería o la cocina recreando y ensoñando despierta los ingredientes y las costumbre mexicanas. Pues se trata de un cuadro en el que una mujer que dirige una fantástica máquina de transporte es acompañada en una especie de huida por un hombre, rodeados por una especie de aura milagrosa o preciosa a través de peligrosos y hostiles acantilados en dirección a una montaña, símbolo tradicional de la conquista espiritual. Así el cuadro La fuga, es un testimonio de lo que fue y significó estéticamente México para los surrealistas; pero también, la realidad de libertad y tolerancia que en ciertos espacios los procesos sociales del pueblo mexicano lograron conquistar, y que sirvieron para dar unas condiciones a artistas y pensadores que en esos momentos, e incluso en estos, ningún otro lugar del mundo ha podido ofrecerles. Un lugar y una mitología que alimentó a uno de los últimos grandes momentos del espíritu artístico mundial y que llevan el nombre de México.


  

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