*Ponencia pronunciada en el marco de las Primeras Jornadas sobre Gilles Deleuze, celebradas en junio de 2011 en Mar del Plata Argentina.
EL FILÓSOFO ARTISTA Y EL ARTE DE LA FILOSOFÍA
*Ponencia pronunciada en el marco de las Primera Jornadas sobre Gilles Deleuze, celebrada en junio de 2011 en Mar del Plata Argentina.
La obra de Gilles Deleuze es una obra de vida y de amor, y por eso mismo, también de destrucción. Sobre todo por los tiempos en los que vive y por los que se avecinan, tiempos oscuros, no sólo para la filosofía y la cultura, sino sobre todo, para el hombre. Los tiempos de noches interminables de errancias, puertas cerradas, abismos y desiertos, que ya vaticinaba Nietzsche para aquel que viera lo que sucede realmente en este mundo, por haber deseado, aunque sólo fuera en cierta medida, llegar a la libertad de la razón.[1] Y también como Nietzsche, Deleuze veía la necesidad del combate y la destrucción de todo lo que hace posible tal realidad y aparentemente imposible otro orden de cosas, paradójicamente por el amor y por la vida que existen también, de algún modo u otro, realmente en las cosas de este mundo. En tales términos, se vuelve vital para la filosofía destruir, si es preciso a martillazos, las estatuas y modelos que son los nuevos ídolos falsos en función de cuyas creencias se piensa, se siente y se vive el mundo del presente como el único posible, aunque sea evidente que su destino, también inevitable, sea el de la aniquilación y la barbarie.
La práctica iconoclasta, entonces, se vuelve una pieza o una máquina clave en la filosofía de Deleuze, pues identifica el edulcoramiento de la filosofía en el Occidente moderno y capitalista, en el cual, la filosofía se ablanda, se dulcifica y suaviza para convertirla como ideología en una disciplina sirvienta del orden y los poderes establecidos que sirve para justificarlos con el argumento de su legitimidad o con el testimonio de su carácter inevitable, con lo cual, la filosofía pasa a convertirse en el conjunto de razones que el hombre se da a sí mismo para obedecer.[2] En este tenor, en Nietzsche y la Filosofía, Deleuze recuerda la tercera intempestiva, Schopenhauer como educador, donde se rememora a Diógenes el cínico, para quien la filosofía tenía que entristecer a alguien para ser filosofía:
Diógenes objetó, cuando se alabó a un filósofo delante suyo: ¿Qué tiene que mostrar de grande, él, que se ha dedicado durante tanto tiempo a la filosofía sin entristecer jamás a nadie? En efecto, sobre la tumba de la filosofía de universidad habría que poner como epitafio: Jamás entristeció a nadie.” (In., II, “Shopenhauer educador”, 8).[3]
Con este recuerdo de Diógenes, Deleuze deja ver el carácter profundo que para él debe tener la filosofía, un carácter liberador y emancipatorio, pues si las cosas son como dice Diógenes, es porque la filosofía ha de inscribirse en un campo de batalla, en la guerra de las alegrías contra las tristezas donde si se ha de entristecer a alguien con la filosofía será a aquellos que entristecen para someter y provocar la obediencia, haciendo de la tristeza una forma de servidumbre en beneficio de los poderes establecidos y en detrimento de la vida y las potencialidades del hombre y la mujer; y entonces, la filosofía ha de entristecer al tirano pero también, y sobre todo, ha de alegrar al liberto, al emancipado, al hombre y la mujer libres.
Una de las dimensiones principales donde Deleuze centra la actividad de la máquina iconoclasta de su pensamiento es en el corazón mismo de la filosofía, con la destrucción de su historia unívoca y de su definición como disciplina. Ya que uno de los objetivos fundamentales de la obra de Deleuze es producir otra concepción y ejercicio de la filosofía, una vital y materialista en función de otra continuidad filosófica, alternativa o subterránea a la historia de la filosofía dominante, una estirpe vitalista de pensadores que atraviesa la historia como un secreto hilo de plata, que va de los atomistas antiguos, los presocráticos, los cínicos, los estoicos, Epicuro y Lucrecio; a Duns Scoto, Spinoza, Nietzsche y Bergson. En estos términos, la re-conceptualización de la filosofía para Deleuze, que parte en un primer momento de una historia alternativa de la filosofía, plantea en un segundo momento, el ejercicio de la transgresión disciplinaria de la filosofía dominante, y con ello, el cuestionamiento de la racionalidad y la forma de su ejercicio.
Los objetivos y las razones claramente definidos del proyecto de Deleuze lo llevan a la transgresión de la filosofía que se hace cómplice del orden y los poderes establecidos, cuando la filosofía se convierte en una modalidad del pensamiento fragmentario y disminuido en función de los criterios racionales modernos, en el extremo positivistas, que dictan los temas “objetivos” de los que ha de ocuparse y la metodología científica con que ha de hacerlo, en el límite, en la forma de una razón solamente instrumental. Todo esto, lleva a Deleuze a arremeter contra los principios y a lindar siempre con los límites que se le imponen a la filosofía como disciplina ocupada racionalmente, exclusivamente de manera intelectual, de los hechos mensurables del mundo; mientras su proyecto franquea, vulnera y viola tales límites transgrediendo los reinos, las especies, los géneros, los vicios y las trampas, haciendo que la filosofía vuelva a ser lo que una vez fue, el arte del concepto por excelencia.
Para que la filosofía vuelva a ser el arte del concepto, Deleuze pone el acento en el carácter artístico de la actividad filosófica, en el carácter artístico del filosofar que como todo arte se define, sobre todo, por la creación en todos los sentidos y dimensiones imaginables, para hacer posible pensar lo aún impensado e impensable, lo que implica el verdadero poder y la verdadera libertad de la filosofía que son los del pensamiento. Ya que Deleuze, así como no reconoce el a priori de universales tampoco reconoce límites disciplinarios tan reducidos que hagan perder los poderes y capacidades del pensamiento, sino que, siguiendo el máximo rigor en el ejercicio de las facultades del pensamiento, fundamentalmente del entendimiento, la imaginación, la sensibilidad y la memoria propone y ejercita el máximo uso de dichas facultades, a través de una manera de filosofar, donde así como se multiplican los contenidos, temas y motivos, sobre los que se piensa, también lo hará la forma de hacerlo, en los diferentes estilos y registros del discurso filosófico que se verán amplificados y diversificados portentosamente, como un arte de pensar, entender, sentir y vivir el concepto.
En su último libro ¿Qué es la filosofía? Deleuze se ocupa de la definición de la filosofía y de la creación del concepto, como si con ello tratara de concluir su proyecto filosófico que inicia con los estudios monográficos de su juventud (Hume, Spinoza, Kant. Nietzsche, Bergson), dirigidos a criticar y a fundar una nueva historia de la filosofía. Ya que en este último libro en particular, y en lo general, en la segunda parte de su obra dedicada al desarrollo de sus conceptos propios en estudios ontológicos (Lógica del sentido, Diferencia y repetición), clínicos (El Antiedipo, Mil mesetas) y literario-políticos (Kafka. Por una literatura menor, Presentación Sacher Masoch, Crítica y Clínica) es donde se concreta en definición, práctica y ejercicio a la filosofía como arte del concepto.
…la filosofía no es un mero arte de formar, inventar o fabricar conceptos, pues los conceptos no son necesariamente formas, inventos o productos. La filosofía, con mayor rigor, es la disciplina que consiste en crear conceptos… El concepto remite al filósofo como aquel que lo tiene en po-tencia, o que tiene su poder o su competencia, porque tiene que ser creado. No cabe objetar que la creación suele adscribirse más bien al ámbito de lo sensible y de las artes, debido a lo mucho que el arte contribuye a que existan entidades espirituales, y a lo mucho que los conceptos filosóficos son también sensibilia. A decir verdad, las ciencias, las artes, las filosofías son igualmente creadoras, aunque corresponda únicamente a la filosofía la creación de conceptos en sentido estricto.[4]
En estos términos, en la segunda parte de su obra Deleuze concreta y muestra la filosofía como arte del concepto, mostrando el cómo y el para qué del concepto. En el cómo, Deleuze se convierte en un auténtico innovador, pues por una parte reivindica la legitimidad y el valor del pensamiento en su integridad, recurriendo a todas las facultades del pensamiento para su trabajo filosófico, y no reduciéndose sólo al entendimiento como se ha venido haciendo desde los albores del pensamiento moderno, y con ello, se ha desembocado en una reflexión puramente analítica o lógica como el quehacer filosófico. Deleuze no sólo pondera y ejercita rigurosamente el entendimiento, también y sobre todo, reivindica y trabaja con la imaginación, la sensibilidad y la memoria como columna vertebral de su trabajo filosófico que es el del pensamiento en su integridad, así, los temas de los que se ocupa no son solamente los de la abstracción, sino sobre todo, los de la vida humana concreta en sus diferentes dimensiones: los sentimientos, las sensaciones, los recuerdos, los deseos; y su forma de hacerlo, también es acorde con dichas facultades, generando un estilo que se caracteriza por ser capaz de con-mover y abordar los más múltiples temas desde la psicología y la política hasta la literatura y la ontología, de una forma tal, que implique y provoque efectos en la razón, pero también en los sentimientos y el inconciente del lector, que constituyen la integridad del pensamiento y la vida misma de quien filosofa. Pues como promovía y practicaba, un estilo filosófico tiene que ocuparse de lo filosófico y de lo no filosófico, para llegar a un público de filósofos y de no filósofos, pues para hacer realmente filosofía no basta solamente con “pensar” si no se viven y sienten también los pensamientos, como nos dice Deleuze en relación con el estilo de Spinoza el filósofo de los filósofos:
…estrictamente todo el mundo puede leer a Spinoza y extraer de su lectura emociones enormes o renovar completamente su percepción, aunque comprenda mal los conceptos spinozistas. Inversamente, un historiador de la filosofía que sólo comprendiera los conceptos de Spinoza tendría una comprensión insuficiente. Se precisan dos alas, como diría Jaspers, aunque sólo fuera para llevar-
nos a todos, filósofos y no filósofos, hasta un límite común. Y las tres alas son el mínimo necesario para constituir un estilo, un pájaro de fuego.[5]
Ya que:
El estilo, en filosofía, tiende hacia estos tres polos: el concepto (nuevas maneras de pensar), el percepto (nuevas maneras de ver y escuchar) y el afecto (nuevas maneras de experimentar). Tal es la trinidad filosófica como ópera: se necesitan los tres para que el movimiento tenga lugar.[6]
Paralelamente y en concordancia, el para qué de la filosofía como arte del concepto, tiene un sentido positivo y otro negativo. El sentido negativo es profundamente crítico y es expresado literalmente por Deleuze en Nietzsche y la filosofía.
La filosofía no sirve al Estado, ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o contraría a nadie no es una filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa... Denunciar todas las ficciones sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer… Y, a este respecto, que nadie se atreva a proclamar el fracaso de la filosofía. Por muy grandes que sean la estupidez y la bajeza serían aún mayores si no subsistiera un poco de filosofía que, en cada época, les impide ir todo lo lejos que querrían, que respectivamente les prohíbe, aunque sólo sea por el qué dirán, ser todo lo estúpida y baja que por su cuenta desearía.[7]
En estos términos, la filosofía ya tiene una utilidad de primer orden y necesidad, detestar la estupidez, lo cual se encuentra radicalmente lejos de una concepción canónica de la misma, más bien una imagen dogmática de la filosofía para Deleuze, propia de las alturas y de los cielos ideales desde donde se pretende caracterizar y consagrar a la filosofía como un artificio, un lujo inútil pero refinado que en función de su inutilidad ennoblece al filósofo y con él al hombre alejado de todas las dimensiones groseras de la realidad práctica. Todo lo contrario, para Deleuze el valor de la filosofía es tan práctico como vital, pues ubicándose, territorializándose, en el campo de batalla social se confronta directamente con todas las fuerzas negativas, poderes, intereses y energías que atentan contra la vida plena del hombre, y en el límite, contra la existencia misma de la humanidad y la cultura.
El sentido positivo del para qué de la filosofía como arte del concepto es profundamente creativo, pues para Deleuze la realidad, el Ser, no es creado ni inmortal sino más bien infinito, eterno y productivo, siguiendo a Spinoza, con lo cual, las posibilidades de la realidad y el pensamiento son inagotables y constantemente recreadas en las infinitas posibilidades mismas del mundo, pues no es solamente uno el mundo posible y mucho menos el del presente, que sólo habría de representarse en las diferentes actividades del pensamiento, sino infinitos mundos, todas las posibilidades que como virtuales es capaz de concebir el pensamiento, particularmente en la filosofía a través de la creación de conceptos.
Crear el concepto, esa es la labor y el sentido positivo de la filosofía como arte del concepto, y para Deleuze, se ha de realizar en la realidad misma, sin referencia alguna a otra dimensión o instancia superior o trascendente, en el plano de inmanencia que es el mundo mismo del hombre, y a partir de sus posibilidades, que constituyen el plano de virtualidad. Es precisamente en la relación con la realidad existente y virtual donde la filosofía adquiere plenamente su sentido como arte del concepto, a diferencia de gran parte de la filosofía canónica que se desvincula de la realidad y sus problemas esperando encontrar los conceptos eternos en otra dimensión, con lo cual, sus conceptos son propios de un pensamiento estúpido, a decir de Deleuze, de un pensamiento que se ha enajenado perdiendo su libertad y su poder, y con ello, su sentido y razón de ser.
De tal manera, con la creación del concepto la filosofía participa activamente y de un modo protagonista en la producción de realidad y mundo, en concreto, de nuevas formas de pensar pero también, y sobre todo, de nuevas formas de sentir y de vivir, alternativas que son necesarias en el mundo en crisis del presente que causa sus estragos no solamente en la dimensión del conocimiento sino también en la dimensión interior de los hombres. De ahí, la importancia que adquiere la estética en la filosofía como arte del concepto, que será la otra dimensión o cara de lo artístico, pues la filosofía no solamente se trata de una digna tecné productora de conceptos, sino, sobre todo, de una poyesis, creadora y estética, es decir, ocupada de la sensibilidad en su doble dimensión que son las sensaciones -sentir el mundo- y los sentimientos -sentirse a uno mismo- que Deleuze desarrolla como perceptos y afectos, a partir de su propio discurso y en relación con los discursos artísticos de la literatura, el cine y la pintura, y de la psicología, sobre todo, en relación con los sentimientos y los deseos. Situación que permite a Deleuze, como a casi ningún otro filósofo, retomar estratégicamente la dimensión de la estética en el pensamiento filosófico, cada vez más relegada, seguramente por constituir la dimensión humana por excelencia de la indeterminación y la libertad, dimensión de la subjetividad por excelencia donde se ubican los sentimientos, las sensaciones y los deseos que mueven a actuar o paralizan, y se ha procurado relegar de la filosofía en la forma de lo no científico, a pesar de que constituyen partes fundamentales del pensamiento y la conciencia que una filosofía plena no puede ignorar ni obviar.
Es importante destacar en este sentido que las dimensiones del pensamiento de la imaginación, la sensibilidad y la memoria relegadas u obviadas convencionalmente de la filosofía canónica por a-científicas o por ser materias de otras disciplinas especializadas en ellas como la psicología, la psiquiatría o el arte; son dimensiones basta y desmedidamente trabajadas por el régimen político y económico a través de la publicidad, la mercadotecnia, los medios de comunicación, la industria cultural y la psicología con el objetivo alcanzado de propagar la servidumbre, el conformismo y la mediocridad. A través de imponer mezquinos y miserables pensamientos, sentimientos, deseos y sensaciones, que determinan la imaginación, la sensibilidad y la memoria del hombre masificado.
Así las cosas, si la filosofía se convierte en un arte el filósofo de algún modo deviene una especie de artista, singularísimo, que en su riguroso trabajo creador se ocupa de la importante y seria labor que en la antigüedad tenía la filosofía como sabiduría, y tras la modernidad trata de recuperar Nietzsche: formar al hombre, esculpirlo como si fuera una escultura, y así, transformar la existencia en una obra de arte. En este sentido, la labor del filósofo no consiste sólo en enseñar cualquier cosa del modo más riguroso, profundo y erudito de que sea capaz el pensamiento especulativo, sino sobre todo, en colaborar con la realización del hombre y con la espiritualización del mundo, enseñando a pensar, y con ello, también a sentir y actuar de la mejor manera posible en el mundo en crisis en que hoy vive el hombre, y que en su labor iconoclasta, la filosofía busca destruir a martillazos sus ídolos falsos, principios y dogmas para a partir de los escombros y el polvo esculpir y moldear otras vez al hombre y su mundo. Ya que después de las horas más oscuras de la noche aún pueden venir las horas más luminosas de la mañana, la luz del medio día, y con ella, también un nuevo pensamiento. La filosofía de la mañana del filósofo artista y del arte de la filosofía. Pues, en palabras de Nietzsche si bien le esperan al viajero noches oscuras:
… luego vienen, en compensación, las mañanas deliciosas de otras comarcas y de otros días, donde desde el rayar del día ve en la bruma de los montes los coros de las Musas adelantándose bailando a su encuentro; donde luego, cuando apacible, en el equilibrio del alma de las mañanas, se pasee bajo los árboles, vera desde sus caminos y sus frondas caer a sus pies una abundancia de cosas buenas y claras, las ofrendas de todos los espíritus libres que están en su casa en medio de la montaña, del bosque y de la soledad y que, como él, a su manera tan pronto reflexiva como gosoza, son viajeros y filósofos. Nacidos de los misterios de la mañana, piensan en qué pueda dar el día, entre la décima y la duodécima campanada, una faz tan pura, tan luminosa, tan radiante de claridad: buscan la filosofía de la mañana.[8]
BIBLIOGRAFÍA
Deleuze Gilles. Conversaciones. 2ª ed. Editorial Pre-textos. España. 1996.
Deleuze Gilles. Nietzsche y la filosofía. 8ª ed. EDITORIAL ANAGRAMA. 2008.
Deleuze Gilles. ¿Qué es la filosofía? 4ª ed. EDITORIAL ANAGRAMA. Barcelona. 1997.
Deleuze Gilles. Spinoza, Kant, Nietzsche. Editorial Labor S. A. Barcelona. 1974.
Nietzsche Friedrich. Humano demasiado humano. Editorial EDAF, S.A. Madrid. 1998
[1] El viajero.- Quien desee, aunque sólo sea en cierta medida, llegar a la libertad de la razón no tiene derecho, durante largo tiempo, a sentirse sobre la tierra más que como un viajero, y ni siquiera como un viajero hacia un objetivo final, pues no lo hay. Se propondrá, sin embargo, observar y tener los ojos abiertos para todo lo que sucede realmente en este mundo; por eso no puede ligar demasiado su corazón reciamente a nada en particular: es preciso que haya siempre en él algo de viajero, que encuentra su placer en el cambio y en el paisaje. Indudablemente este hombre pasará malas noches, en las que se sentirá cansado y encontrará cerrada la puerta de la ciudad que debía ofrecerle un descanso: puede ser además, como en Oriente, el desierto se extienda hasta su puerta, que las fieras aúllen tan pronto lejos como cerca, que se levante un viento violento, que unos bandidos le roben sus acémilas. Tal vez entonces la noche espantosa descienda sobre él como un segundo desierto, y su corazón se sentirá cansado de viajar (…) Friedrich Nietzsche. Humano demasiado humano. Editorial EDAF, S.A. Madrid. 1998. p. 309.
[2] “La filosofía ya no es más que el recuento de todas las razones que el hombre se da para obedecer. El filósofo invoca el amor a la verdad, pero en verdad no daña a nadie, aparece como una criatura bonachona y amiga de las comodidades, que da sin cesar a todos los poderes establecidos la seguridad de no causar a nadie la menor molestia (…) El único cambio es este: en lugar de ser cargado desde fuera, el propio hombre toma los pesos para colocárselos sobre sus espaldas (…)” Gilles Deleuze. Spinoza, Kant, Nietzsche. Editorial Labor S. A. Barcelona. 1974. pp. 213-215.
[3] Gilles Deleuze. Nietzsche y la filosofía. 8ª ed. EDITORIAL ANAGRAMA. 2008. p.149.
[4] Gilles Deleuze. ¿Qué es la filosofía? 4ª ed. EDITORIAL ANAGRAMA. Barcelona. 1997. p.11.
[5] Guilles Deleuze. Conversaciones. 2ª ed. Editorial Pre-textos. España. 1996. CARTA A REDA BESMAÏA SOBRE SPINOZA. p. 261.
[6] Ibíd. p. 260.
[8] Friedrich Nietzsche. Humano demasiado humano. pp. 309 y 310.
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