l

La Vitalidad es el presente. Todo está en la vida y es la vida, los cuerpos mueren pero la vida continúa, es eterna. Siempre se está en medio de la vida y la vida en medio de nosotros. Nos atravisa para llegar a otros, así como atravesó a otros, para llegar hasta nosotros. La vida es incontrolable, poderosa, inalienable, misteriosa, creativa. La vida es salvaje: es el amor.



lunes, 24 de agosto de 2015

Infancia e Inmanencia en Gilles Deleuze


¿Qué es la infancia? Para algunos o según lo que dicen algunos, lo es todo. Infancia es destino reza la setencia. El momento más importante de la vida donde se reparten fortunas y condenas como antaño hacían las hadas en el viejo cielo. O un idilio al que toda la vida se anhela regresar, pero a veces, y según un secreto por todos sabido desde que existe el psicoanálisis -y pocas veces  confesado públicamente -, la infancia es el infierno del cual se busca toda la vida inutilmente escapar. Ya que se ha concebido la mente, pero sobre todo, al inconsciente del hombre como una profunda memoria infantil, un teatro en el que se escenifica una y otra vez la misma obra llamada infancia, puesto que es la única que existe.[1]

Mientras que para otros, la infancia carece de importancia cuando lo que se busca no es volver ni escapar, sino encontrar, descubrir o conocer algo nuevo. Para ellos, creadores y buscadores, la infancia carece de importancia, o solamente la tiene como una coordenada más en la geografía de sus vida, solamente un conjunto de puntos y fragmentos, de líneas que indican el momento de un proceso más grande, ni siquiera el principio del mismo,  pues "las cosas" empezaron mucho antes y son obra de fuerzas sociales y naturales que producen y a traviesan la existencia infantil.  






Para quienes la infancia deja de tener una importancia trascendente lo que empieza ha adquirir una importnacia fundamental es la aventura del viaje y la búsqueda de un nuevo lugar, la creación, en los cuales, siempre existe la posibilidad de nacer nuevamente, de tener no un segundo ni un tercero, sino "n" nacimientos del espíritu.

…si Artaud pretende reconstruirse un cuerpo, como veremos más adelante, es sin duda este teatro de flujos no codificados el camino perfecto para un nuevo nacimiento de la corporalidad: “rehacerse un cuerpo, surgir como cuerpo en el teatro ˂˂ cruel ˃˃ implica, en última instancia, un nuevo nacimiento, un parto desgenitalizado, y una auténtica guerra contra la ley papá-mamá […]. Lo que Artaud indica es la necesidad de acabar de una vez con el sujeto ˂˂triangulado˃˃, bloqueado en el modo en que la familia (burguesa, patriarcal, ˂˂monogámica˃˃) le ha enseñado a pensar, a hacer el amor, a no luchar; la necesidad de ˂˂nacer˃˃ de otro modo. Los temas centrales del Antiedipo deleuziano están bullendo en este modelo teatral. [1]

Una posición radicalmente inmanente niega toda trascendencia, incluso la de la propia infancia, pues concebirla como la instancia o edad que determina el resto de la vida es otorgarle una posición superior, que incluso, trasciende al resto de etapas, acontecimientos y potencias de la vida determinándolos completamente. En este sentido, restarle importancia a la infancia consiste en reconocer la importancia de la vida misma y de cada instante de ella, y con ello, en valorar lo que "es" y lo que "podría ser" más que el "deber ser", que no es otra cosa, sino las circusntancias en las que se nace convertidas por la fuerza y la debilidad de la repetición en destino.

Por ello, cuando se busca saber de la vida de estos hombres como un recurso más para acercarse de otra forma a la estela que dejaron en su camino, hay que considerar la infancia como un momento entre otros que da las coordenadas de recursos, obstáculos y problemas posteriores (condiciones), pero pocas veces, como la fuente de sus singulares soluciones, que de otro modo las habrían tenido sus contemporáneos. Por lo que hacer una biografía sobre ellos sirve únicamente para conocer sus contextos, y sobre todo, los problemas a los que tratron de responder con sus creaciones, pero no sus particulares respuestas. Elaborar un trabajo biográfico en estos términos, consistirá en realizar una ubicación, hacer el trazado de coordenandas y umbrales en un mapa que indique movimientos, direcciones, obstáculos, intensidades, que son las condiciones en las que se desarrolla el proceso creativo.

Por otro lado, qué sería del mundo sin infancia, pero sobre todo, sin niños. Si esto fuera posible, seguramente sería un mundo peor que el catastrófico que leemos en los libros de historia del siglo XX y vemos en los noticieros nocturnos. Pues la infancia implica algunas de las culiadades más positivas de la vida, o almenos, la imagen que de la infancia se ha hecho en la cultura occidental. Y es que difícilmente podría ser de otro modo, ya que la infancia implica, por una parte, la potencialidad de la vida, de una vida que inicia su camino; y por otra, la inocencia de inicar ese camino sin trabas ni pesos.

Por ello, Nietzsche identificaba la imagen del niño con la de la ligereza y el gozo, más que con la superación con la nulificación del pasado, pero sobre todo, con el buen funcionamiento de las fuerzas reactivas en el espíritu, que son capaces de renovar la consciencia cada vez que sea necesario para que la actividad tenga espacio y condiciones para acontecer. Ya que el olvido como facultad reactiva, junto con el resto de facultades activas como la sensibilidad, la memoria o el intelecto dan su calidad maleable al pensamiento, son la cera de la conciencia, que permite pasar de una impresión a otra, de una idea a otra, de un sentimiento a otro, pues lo vivido, sentido y pensado deja huellas o trazas en la consciencia que es preciso desavanecer para dejar espacio a lo que está aconteciendo. En estos términos, en la conceptualización de la infancia realizada por Nietzsche, la condición “natural” de olvido del niño[2] es buscada “artificialmente”.

La infancia para Nietzsche no es una edad o una etapa de la vida sino el resultado de un proceso, una transformación del espíritu por la que es preciso atravesar en el proceso general de la liberarción del espíritu, que a su vez, consiste, en afirmar la propia vida y lo que esta puede independientemente del pasado y quizá también del futuro.[3] Gran signo o efecto de la inmanencia en las profundidaes de la vida psíquica, consistente en la nulificación del mal funcionamiento de las fuerzas reactivas como resentimiento (odio) y mala conciencia (culpa)[4], concomitante al hecho de restarle influencia y fuerza al pasado, de arrebatárselas alimentando la facultad del olvido[5] y las capacidades del cuerpo y la mente, fuerzas activas.

Para Nietzsche, el hombre no está determinado esencialmente ni por Dios ni por nada, ni por supuesto, por el pasado, eso sería todavía idealismo[6], sino que tiene que autodeterminarse, transformase a sí mismo conquistando su propia voluntad, o el poder de su voluntad, eso es la voluntad de poder: la voluntad de querer intensamente aquello que realmente lo vuelve más sano, más vivo, más potente y no solamente lo que ha queriedo o debería de querer, y simultáneamente, la liberación del espíritu por esa voluntad que quiere lo que puede, es decir, la conquista de las capacidades y potencias, tanto del cuerpo como del pensamiento, a la que sólo se llega tras una guerra interior que produce un adecuado funcionamiento entre las  fuerzas activas y reactivas que permitan la acción. El proceso en el que sucede todo esto es el de las tres transformaciónes del espíritu,[7] integrado por tres estadios definidos por la disposicion de las relaciones entre dichas fuerzas: 1) la transformación del espíritu en camello que es cuando el espíritu busca lo más pesado para cargarse con ello a cuestas y medir así sus propias fuerzas; 2) la transformación del espíritu en león, nos dice Nietzsche, sucede en pleno desierto, que es el espacio al que llega el espíritu en su transformación anterior, y donde el león se rebela contra su último amo que es el "Debes", ansioso por conquistar la libertad que le permita por fin decir "Quiero"; y por último, la transformación del espíritu en niño, que es un estado de inocencia y novedad que permite afirmar, es un santo decir "sí"que consiste en la creación de nuevos valores.

El niño es inocencia, olvido, un nuevo principio, un juego, una rueda que se pone en movimiento por sí misma, un echar a andar inicial, un santo decir "sí": Para el juego del crear, hermanos, se requiere un santo decir "sí": el espíritu quiere ahora hacer su propia voluntad; al retirarse del mundo, conquista ahora su propio mundo.[8]

En estos términos, la infancia implica un conjunto de fuerzas vitales que participan en el proceso de liberación del espíritu, es una convergencia de fuerzas y un estado tal entre ellas -una serie de relaciones en las que las fuerzas activas prevalecen sobre las reactivas- que implican una transformación fundamental del ser humano, por ello, más que un error es una gran pérdida identificarla solamente con una edad del ser humano, pues de tal modo, se pierde la posibilidad de concebir los inicios inocentes todas las veces que estos sean necesarios, y en la vida de los hombres esta necesidad se presenta más de una vez.

Por su parte, Deleuze era de aquellos para quienes la infancia no tenía importancia o no debía de tenerla, sobre todo, en la obra de un artista o un filósofo, pues estos, se definen por buscar lo nuevo, las nuevas posibilidades de la vida para el ser humano singular y para los pueblos; mientra que aquellos que proyectan su privacidad, pero sobre todo, los recuerdos de infancia en sus obras no hacen sino rebajar las potencialidades del pensamiento a su estatura infantil, a los problemas y a las respuestas convencionales de su tiempo.

Considero que, a decir verdad, la actividad de escribir no tiene nada que ver con un asunto propio. ¡Lo que no quiere decir que uno no ponga en ello toda su alma! ¡La literatura tiene una relación profunda y fundamental con la vida! Pero la vida es algo más que personal. Todo lo que aporta en la literatura algo de la vida de la persona, de la vida personal del escritor, es por naturaleza molesto. Por naturaleza lamentable, porque ello le impide ver, le rebaja en verdad a su pequeño asunto privado. Creo que uno escribe para que algo de la vida pase en uno.¡Eso es! Y uno deviene algo; escribir es devenir. Pero es devenir lo que uno quiera, menos devenir escritor. Y es hacer todo lo que uno quiera, menos archivo.[9]

En estos términos, volvemos a plantear la pregunta ¿Qué es la infancia? Nada sino un devenir, si realmente importa es un proceso, un estado que adquiere el cuerpo y el espíritu,  incluso podríamos decir que es un estado de gracia definido por el gozo, el juego, la ligereza y el baile, es la alegría y la inocencia, es un empezar de nuevo: un amanecer.

En fin, las tareas del escritor no consisten en rebuscar en los archivos familiares, no consisten en interesarse por su infancia: nadie se interesa, nadie digno de cualquier cosa se interesa por su infancia. Ésa es otra tarea: devenir niño mediante la escritura, ir hacia una infancia del mundo, restaurar una infancia del mundo, ésa es una tarea, son las tareas de la literatura.[10]

Por todas estas razones, Deleuze trató de no hablar de su infancia y cuando lo hizo habló muy poco al respecto, como si hubiera tratado con ello de reducirla a unas cuantas coordendas sobre las condiciones en que surge su pensamiento. Una de las pocas ocasiones en que habló publicamente de su infancia fue en el documental El Abecedario, en el que al empezar a hablar de su infancia definió su memoria como una facultad para repeler el pasado: yo no tengo muchos recuerdos de infancia. No tengo muchos porque, para mí, la memoria es más birn una facultad que debe repeler el pasado en vez de convocarlo. Hace falta mucha memoria para repeler el pasado, justamente porque no es un archivo.[11]

Precisamente a causa de esta capacidad de olvido Deleuze, en sus propias palabras, no podía ser un hombre culto, pues lo olvidaba todo, por lo que siempre que tenía que ponerse a trabajar sobre algún tema, tenía que volver a estudiarlo de nuevo desde el principio. [12] Y al referirse a los autores que hablaban sobre su infancia no ocultaba un profundo desprecio por un rebajamiento de la actividad radicalmente creativa de escribir, que en tales casos solamente servía para reproducir:

...echar mano de la infancia, es la típica forma de hacer de la literatura el pequeño asunto privado de uno. Es algo que te revuelve las tripas, es de veras la literatura de supermercado, de bazar, son los best-sellers, es una verdadera mierda (…) Entonces, los que se interesan por su infancia, que se vayan a paseo, y luego que continúen, está muy bien: harán la literatura que merecen...[13]

Entonces, los recurdos de infancia carecen de imporatancia en la labor de un artista o de un creador, pero no así la infancia, todo lo contrario. Si bien, reducir una obra creativa a la propia infancia o a la infancia de otro es empobrecerla, pues de esa manera lo que se hace es costreñirla a los códigos y a las formas conservadoras de su tiempo, pues son los de la reproducción familiar  y educativa, cuando lo que el autor busca es precisamente lo nuevo oponiéndose o simplemente tratando de superar el tiempo del presente; encontar los momentos en la obra en que el autor se convierte en niño, en que deviene niño, es fundamental, puesto que son los momentos en que él ha conseguido crear algo, y con ello, ha conseguido arrivar a otro estado como resultado de su conquista, son los momentos en los que el creador goza y ríe mientras trabaja, y también, los momentos en donde más tiene que ofrecernos. Esto último, es uno de los principales prósitos de este capítulo biográfico, mostrar el recorrido en la búsqueda de la creación y los momentos de su conquista en la vida de Gilles Deleuze, los momentos en que deviene niño, en que la alegría de la creación lo atraviesa, en que la vida emerge de su obra como una gaya ciencia:

Todo lo que aporta en literatura algo de la vida de la persona, de la vida personal del escritor, es por naturaleza molesto, por naturaleza lamentable, porque ello le impide ver,  rebaja en verdad a su pequeño asunto privado. Mi infancia nunca ha sido esto. ¡y no porque me produzca horror! Lo que me importa, si acaso, es, tal como y como decíamos: hay devenires animales que el ser humano contiene, hay devenires niño. Escribir, creo, es siempre devenir algo. Por esa misma razón uno tampoco escribe por escribir. Creo que uno escribe para que algo de la vida pase en uno. Sea lo que sea... hay cosas que... uno escribe para la vida. ¡Eso es! Y uno deviene algo; escribir es devenir...[14]





[1] “Contra aquellos que piensan “soy esto, soy aquello”, y que lo piensan aún de una manera psicoanalítica (refiriéndose a su infancia o a su destino), hay que pensar en términos de incertidumbre y de improbabilidad: no sé lo que soy, harían falta tantas investigaciones y tantos tanteos no narcisistas ni edípicos (ningún homosexual puede decir con certeza: soy homosexual. El problema  no es ser esto o aquello como ser humano, sino devenir humano, el problema es el de un niversal devenir animal: no confundirse con una bestia, sino deshacer la organización humana del cuerpo, atravesar tal o cual zona de intensidad del cuerpo, descubriendo cada cual que zonas son las suyas, los grupos, las poblaciones, las especies que las habitan…” Gilles Deleuze. Conversaciones. pp. 22 y 23.

[1] José Fernandez Gonzalo. El devenir Artaudiano. Lectura de Deleuze sobre Artaud. Aparte Rei. 75 Mayo 2011. p. 7
[2] El hombre, en cambio, a de bregar con la carga cada vez más y más aplastante del pasado, carga que lo abate o lo doblega y obstaculiza su marcha como invisible y oscuro fardo que él puede alguna vez hacer ostentación de negar y que, en el trato con sus semejantes, con gusto niega: para provocar su envidia. Por eso le conmueve, como si recordase un paraíso perdido, ver un rebaño pastando, o en un círculo más familiar, al niño que no tiene ningún pasado que negar, y que en su feliz ceguedad, se concentra en su juego, entre las vallas del pasado y del futuro. Y sin embargo, su juego a  de ser interrumpido: bien pronto será despertado de su olvido. Enseguida aprende la palabra ˂˂fue˃˃. Friedrich Nietzsche. Sobre la utilidad y los prejuicios de la historia para la vida. Edaf. Madrid. 2000. pp. 36 y 37.
[3] “La expresión «espíritu libre» quiere ser entendida aquí en este único sentido: un espíritu devenido libre, que ha vuelto a tomar posesión de sí.” Friedrich Nietzsche. Ecce Homo. Alianza Editorial. 2002. p. 89.
[4]Precisemos, en el caso del hombre, las etapas del nihilismo. Estas etapas forman los grandes descubrimientos de la psicología nietzschena, las categorías de una tipología de las profundidades:

1.ª El resentimiento: por tu culpa, por tu culpa… Acusación y recriminación proyectivas. Por tu culpa soy débil y desdichado. La vida reactiva elude las fuerzas activas (…) la reacción se vuelve algo sentido, <<resentimiento>>, que se ejerce contra todo lo que es activo. Se <<avergüenza>> a la acción: la propia vida es acusada, separada de su poder, separada de lo que puede (…)

2.ª La mala conciencia: por mi culpa… Momento de la introyección. Habiendo cogido a la vida como en un anzuelo, las fuerzas reactivas pueden volver a sí mismas. Interiorizan la culpa, se llaman culpables, se vuelven contra sí. Pero de ese modo dan ejemplo, invitan a toda la vida a que se una a ellas, adquieren el máximo poder contagioso –forman comunidades reactivas.” Deleuze. Spinoza, kant y Nietzsche. p. 220
[5] “… la fuerza de la capacidad del olvido. Esta no es una mera vis inertiae [fuerza inercial], como creen los superficiales, sino, más bien, una activa, positiva en el sentido más riguroso del término, facultad de inhibición, a la cual hay que atribuir, el que lo únicamente vivido, experimentado por nosotros, lo asumido en nosotros, penetre en nuestra conciencia, en el estado de digestión (se lo podría llamar ˂˂asimilación anímica˃˃)… Cerrar de vez en cuando las puertas y ventanas de la conciencia; no ser molestados por el ruido y la lucha con que nuestro mundo subterráneo de órganos serviciales desarrolla su colaboración y oposición; un poco de silencio, un poco de tabula rasa [tabla rasa] de la conciencia, a fin de que haya sitio para lo nuevo, y sobre todo para las funciones y funcionarios más nobles, para gobernar, el prever, el predeterminar… éste es el beneficio de la activa como hemos dicho facultad de olvido, una guardiana de la puerta por así decirlo, una mantenedora del orden anímico, de la tranquilidad, de la etiqueta: con lo cual resulta visible que sin facultad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente. El hombre en el que ese aparato de inhibición se halla deteriorado y deja de funcionar es comparable a un dispéptico (y no sólo comparable), ese hombre no ˂˂digiere˃˃ íntegramente nada…“ Friedrich Nietzsche. Genealogía de la Moral. Alianza Editorial. Madrid. 2000. pp. 75 y 76
[6] “Humano, demasiado humano es el monumento de una crisis. Dice de sí mismo que es un libro para espíritus libres: casi cada una de sus frases expresa una victoria - con él me liberé de lo que no pertenecía a mi naturaleza. No pertenece a ella el idealismo: el título dice «donde vosotros veis cosas ideales, veo yo ¡cosas humanas, ay, sólo demasiado humanas!» (…) Si se mira con mayor atención, se descubre un espíritu inmisericorde que conoce todos los escondites en que el ideal tiene su casa, en que tiene sus mazmorras y, por así decirlo, su última seguridad. Una antorcha en las manos, la cual no da en absoluto una luz «vacilante», es lanzada, con una claridad incisiva, para que lo ilumine, a ese inframundo del ideal. Es la guerra, pero la guerra sin pólvora y sin humo, sin actitudes bélicas, sin pathos ni miembros dislocados, todo eso sería aún «idealismo». Un error detrás del otro va quedando depositado sobre el hielo, el ideal no es refutado, se congela. Aquí, por ejemplo, se congela «el genio»; un rincón más allá se congela «el santo»; bajo un grueso témpano se congela «el héroe»; al final se congela «la fe», la denominada «convicción», también la «compasión» se enfría considerablemente; casi en todas partes se congela «la cosa en sí». Nietzsche. Ecce Homo. p. 89.
[7]Os señalo las tres transformaciones del espíritu: la del espíritu en camello, la del camello en león y la de león en niño. Para el espíritu fuerte, sufrido y reverente, hay muchas cosas pesadas; su fortaleza le hace apetecer cosas pesadas, e incluso las más pesadas (…) Pues con todo esto que es lo más pesado de todo, carga el espíritu sufrido; como el camello cargado que se interna en el desierto, también él se interna en el desierto. Pero en el desierto se produce la segunda transformación: la del espíritu en león ansioso de conquistar su libertad, como si fuera una presa,  y ser dueño y señor de su propio desierto (…) El león no es capaz de crear nuevos valores, pero sí de conquistar la libertad requerida para esa nueva creación. Conquistar la libertad y una santa negativa incluso frente al deber: para eso hace falta el león (…) ¿Por qué el rapaz león tiene que transformarse en niño? El niño es inocencia, olvido, un nuevo principio, un juego, una rueda que se pone en movimiento por sí misma, un echar a andar inicial, un santo decir “sí”: Para el jugo del crear, hermanos, hace falta un santo decir “sí”: el espíritu quiere hacer ahora su propia voluntad; al retirarse del mundo, conquista ahora su propio mundo.” Friedrich Nietzsche. Así habló Zaratustra. (Las tres transformaciones) Nietzsche Friedrich. Obras selectas (Así habló Zaratustra, Más allá del bien y del mal, El anticristo, El ocaso de los ídolos). EDITAM libros S.A. España. 2000. pp. 50 y 51. 
[8] Ibíd. (Las tres transformaciones) p. 50.
[9] El Abecedario de Gilles Deleuze (con Claire Parnet, realizado por Pierre-André Boutrang), DVD, 2005. (E de enfance).
[10] Ibíd.
[11] Ibíd.

[12] “… no soy ni culto ni un intelectual, quiero decir algo muy sencillo: no tengo ningún saber de reserva, ninguno. Así no tendré ningún problema: cuando me muera no habrá que buscar cosas mías sin publicar, nada, porque no tengo ninguna reserva, no tengo nada; ningún depósito, ningún saber provisional, y todo lo que aprendo lo aprendo para una tarea determinada, de tal forma que, una vez finalizada la tarea lo olvido, hasta tal punto que diez años después, me veo obligado –esto me produce una gran alegría, cuando me veo obligado a ponerme a trabajar sobre un tema anexo o sobre el mismo tema- debo empezar otra vez desde cero…” Ibíd.
[13] Ibíd.
[14] Ibíd

3 comentarios:

  1. A la infancia se la ningunea o mitifica sin medida, cuando lo único que pide es respeto.

    ResponderEliminar
  2. Una sorpresa magnífica encontrar tu blog, y este texto en particular. Te sigo.

    ResponderEliminar
  3. Gracias Ani, es un placer saber que le es de utilidad a otras personas, próximamente subiré las entradas de mis investigaciones del doctorado sobre el pensamiento de Deleuze como una filosofía de la imaginación, saludos

    ResponderEliminar