La encrucijada de la Modernidad
La modernidad es un cruce de caminos. Un encuentro de espejos opuestos. Un laberinto a veces con el hilo de Ariadna; a veces sin el hilo de Ariadna. La búsqueda y la pérdida de Teseo. Las danzas de Minotauro. El conocimiento y la ignorancia. La luz y la oscuridad que intermitentemente muestran y ocultan los caminos como un acertijo o como una pregunta. A veces y aún el mito, a veces y todavía no la razón.
Es la dialéctica, en realidad muy mencionada y poco entendida. Nunca un plan ni un mapa que en un laberinto que cambia de poco serviría. Más bien, se trata de inventar, de encontrar, de re-crear nuevos caminos. De contar de mil maneras nuevas la historia de lo que será; de encontrar lo que se perderá y volver a perder lo encontrado. Pues todo está cambiando desde las aguas de aquel viejo río que nunca ha dejado de ser el mismo.
En 1932 Diego Rivera inicia una obra monumental, un mural titulado Man at the crossroads, que nunca conoceremos por dos razones: 1) porque la obra no se terminó ante su cancelación por parte de los dueños del inmueble en Nueva York donde se estaba realizando, y al cual, se suponía que iba a decorar, El Centro fotográfico y vestíbulo del Rockefeller Center (parte del primer complejo comercial que comprende catorce edificios y era la construcción privada más moderna de su momento) ubicado en la quinta y la sexta avenida; y 2) porque lo que iba de la obra fue mandado destruir por sus dueños y reemplazada por los murales de otros artistas.
La violenta reacción y censura de la familia Rockefeller respondió a la actitud irónica y militante del artista, que ante el pedido de los magnates realizó una misteriosa obra mural en la que aparecía la figura de Lenin y la representación de las manifestaciones del primero de mayo que a sus propietarios por lo menos les pareció de mal gusto o una provocación infundada pues al verla inmediatamente solicitaron al autor eliminarlas de la obra quien en lugar de hacerlo agregó retadoramente las imágenes del todavía peor padre de todos los líderes y autores revolucionarios, Carlos Marx, acompañado de Engels y de varios líderes revolucionarios socialistas; por lo que la afrenta, reto o burla si aún no había sido entendida o había quedado en duda era confirmada. Pues ¿qué esperaban los Rockefeller de Rivera? ¿querían que decorara su edificio con motivos pintorescos y folcloristas mexicanos?, y algo aún más interesante ¿por qué Rivera aceptó tal pedido?, y una vez empezada la obra con tales temas y motivos ¿qué reacción esperaba de sus patrones, o por lo menos, de aquellos que se creían sus patrones y se comportaron como tales?
Un misterio cubre a otro misterio y como único indicio concreto sólo contamos con los esbozos conservados en el Museo Anahuacalli y el mural El hombre controlador del universo ubicado en del Palacio Nacional de Bellas artes. En los cuales, el artista recuperando los motivos y temas del proyecto neoyorkino muestra la poderosa imagen de una encrucijada, un momento de la historia del siglo XX, el acontecimiento del enfrentamiento entre dos visiones del mundo que signaron el inicio y el final del siglo XX y que se enfrentan una a la otra en las imágenes o los reflejos de dos espejos o lentes enfrentados que buscan guiar en su decisión al hombre de la técnica. La encrucijada del hombre moderno que cuenta con los conocimientos de la ciencia y los instrumentos y máquinas de la técnica, ubicado en el centro de la imagen, presidiendo un fantástico universo hecho de imágenes y luces: los reflejos, conocimientos y espejismos de las ciencias naturales y las ideologías políticas que con sus instrumentos muestran la imagen amplificada de la realidad física y social; átomos, células, bacterias, virus, estrellas y constelaciones que se mezclan con los comportamientos animalizados y brutales de burgueses haraganes, así como, con la injusticia de la miseria y la respuesta socialista a esa injusticia en las movilizaciones obreras y militares del ejército soviético.
Una encrucijada que como lo indicó Bolívar Echeverría, varias décadas después, es el sino de la modernidad, un dilema en el que se debate la posibilidad de dos mundos, uno, el de la brutalidad de la violencia y la explotación del hombre por el hombre agudizadas por el uso generalizado de la técnica, que de ninguna manera puede calificarse de una frase panfletaria o retórica frente a una realidad social que desde el siglo XX y la actualidad muestran a cualquiera los perniciosos efectos de la comercialización capitalista de las relaciones sociales en los fenómenos de la pobreza generalizada, incluso en los países autodenominados desarrollados, la migración forzada, la persecución política, el crimen organizado y el deterioro político-social y ambiental; y el otro, un mundo en el que el conocimiento científico y la técnica, al servicio del bienestar de todos y usados con la guía de la razón que no solamente permite utilizar sino también comprender, haga posible la satisfacción de las necesidades sociales y el desarrollo de las capacidades y los anhelos de todos, un mundo que si bien está por descubrirse también se ha vivido en diferentes grados y modos en las formas de otros mundos y sociedades en el pasado...