Es notable la manera en que el discurso popular habla y concibe aún hoy los hechos más significativos de la realidad en la forma de mito o relato legendario, aquellos hechos que tienen que ver con su existencia, su liberación o su resistencia a desaparecer. En América Latina los pueblos siguen existiendo y siguen soñando dormidos o despiertos, pues eso son los mitos, los sueños colectivos de un pueblo, las esperanzas fundadas en el pasado o en el futuro, que no una simple ficción o mentira, sino relatos fundacionales para una comunidad, la dimensión "irracional" pero intuitiva, afectiva y simbólica con la que el hombre tiende a dar sentido a su realidad, incluso en la modernidad donde se exalta dogmáticamente la razón el hombre funda y da sentido a partir de relatos míticos findacionales como el progreso, la ilustración, la democracia o el contrato social que más que ser una realidad objetiva y mesurable son imágenes y relatos ficticios con los que el hombre moderno funda sus esperanzas y la legitimidad de su actuar.
Un relato legendario más bien popular es el del Che Guevara en Bolivia, que como Zapata en México o Massanielo en Nápoles, pasa de boca en boca con el aliento de la esperanza y la confianza en la propia comuidad o los integrantes de la comunidad. Se cuenta que la última anciana que vió vivo al Che en Bolivia cuando este se encontraba arrestado, dijo a un reportero haberle dado su última sopa, que el Che estaba esposado y entonces ella les pidió a los soldados que le desataran las manos para que pudiera comer su sopa, y que al estar con las manos libres y antes de comer, el Che le preguntó si los demás compañeros ya habían comido, y después el Che la miró con una mirada con la que no podían mirar los ojos de los soladados. La anciana contaba ese relato con aquel plato en las manos donde el Che había comido su última sopa, en un poblado llamado la Higuera, donde se santificó al Che Guevara con el nombre de San Ernesto de la Higuera.
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