La historia desde siempre ha sido algo muy importante quizá tan importante como la poesía para el espíritu de los hombres y los pueblos, y en cierto grado quizá, ambas, historia y poesía, han estado unidas en los momentos originarios de los pueblos, al nombrar los relatos fundacionales de la comunidad a través de relatos míticos.
Los relatos que cuentan lo que se ha sido para ser lo que se es ahora, desde siempre y para siempre, parece que tendrán una importancia fundamental para los hombres. Esto, como muchas otras cosas fundamentales más, los poderes establecidos lo saben, o mejor dicho, lo intuyen o han llegado a conocer no por el gran ejercicio de pensamiento y abstracción que se requiera para llegar a ello como por la práctica de la violencia y el sometimiento crudos que muestran sin más los resortes y engranes de los hombres, así, los poderes han adquirido gran conocimiento en torno al sometimiento y la rebeldía de los hombres, ejemplo, la importancia y la forma de entristecer a los hombres, de enajenarlos, de determinarlos-amaestrarlos como animales o sub-humanizarlos como bestias.
Particularmente el monopolio de la historia es uno de los recursos fundamentales del poder para eliminar la posibilidad individual y colectiva de la autoconciencia y la emancipación, haciendo olvidar a los hombres de qué son capaces o quién es el enemigo, lo cual ha sido sabido también por los pueblos que se han aferrado a conservar sus relatos e historia. En la filosofía, como estrategia de la vida o terapia emancipatoria, también existe este conocimiento desde la antigüedad, basta pensar la obra de Diógenes Laercio, sin embargo, a partir de la modernidad y el individualismo hay un movimiento deshistorizante o historizante a la manera tiránica, reivindicando la historia de dominación, donde todo y todos se confunden con la versión del vencedor, pralela a la cual se hace correr una historia de la filosofía que selectivamente empareja a la escuela o al pensador idóneo para legitimar el poder en turno.