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La Vitalidad es el presente. Todo está en la vida y es la vida, los cuerpos mueren pero la vida continúa, es eterna. Siempre se está en medio de la vida y la vida en medio de nosotros. Nos atravisa para llegar a otros, así como atravesó a otros, para llegar hasta nosotros. La vida es incontrolable, poderosa, inalienable, misteriosa, creativa. La vida es salvaje: es el amor.



miércoles, 8 de agosto de 2012

El Perspectivismo Filosófico y el Retrato Espiritual en Gilles Deleuze
























La filosofía en Deleuze es una auténtica máquina de pensar que permite concebir lo nuevo y lo aún no-pensado que es la verdadera labor del pensamiento filosófico. La pieza clave de esa máquina es la perspectiva, la manera sui géneris de abordar los conceptos y los problemas desde puntos de inflexión varios, desde latitudes aparentemente inconexas y distantes, puntos de vista, miradas, que se articulan entre ellos como auténticos engranajes. Por eso comparamos el perspectivimo deleuzeno con un calidoscopio o un juego de lentes (telescopios, binoculares, microscopios) para el pensamiento, con los cuales, Deleuze ve y hace ver para comprender lo que sólo es posible hacerlo con ciertas lentes para el alma, usando una analogía spinozista. Y es que lo que hace ver tal dinámica no es una mera invención, sino en cierto modo, una de las infinitas dimensiones de la realidad que se oculta o es contenida en las profundidades de la rugosa realidad, en los pliegues del mundo que ocultan más realidad que la aparente.

Deleuze parte de la díada de la “gran identidad Spinoza-Nietszche”, en la que funciona su dinámica del perspectivismo, de tal manera que la transmutación de los rostros de ambos pensadores en sus respectivos retratos filosóficos es una constante desde el inicio y a lo largo de su obra. Así, Spinoza y Nietzsche sorprendentemente van adquiriendo una fisonomía inusitada e ignorada por la tradición.

Deleuze puede ver en Spinoza más allá del sereno pensador del orden y casi santo de la razón al revolucionario del futuro y de todos los tiempos, al hombre que pudo ver de frente la servidumbre del pasado y del futuro encarnada en la propagación de las pasiones tristes en la forma de la superstición y la ignorancia que predominaban en su tiempo y servían para quebrar almas, y sobre ellas, sostener el poder de los tiranos.

De tal manera, en la mirada de Deleuze que ve con los ojos de Nietzsche, el rostro de Spinoza va adquiriendo los rasgos de lo siniestro y de todo lo prohibido por las buenas y conformistas conciencias, ve claramente el rostro de aquel hombre que era descrito con espanto por sus biógrafos y contemporáneos, aquel hombre que se encerraba durante meses en su cuarto y escribía todos sus textos después de las diez de la noche donde con un ahínco insensato elaboraba sus “tenebrosos libros”, en palabras de su biógrafo Kortholt. El rostro de Spinoza se convierte en el del destructor y vengador en nombre de la felicidad presente y por venir, en el rostro del príncipe y cristo de los filósofos.

Paralelamente, Deleuze mira el rostro de Nietzsche con la afirmación extrema y la inocencia de Spinoza en sus ojos, recordemos que el fundamento de Spinoza es siempre la afirmación del Ser. Y así logra advertir la gran positividad y sobreabundancia del pensamiento de Nietzsche que si se presenta en un primer momento como destructor es siempre en virtud de la posibilidad y apremiante necesidad de crear, de re-construir absolutamente el todo de la cultura que empieza a entrar en una situación crítica en la modernidad, como un médico de la cultura que no solamente diagnostica el mal sino que también prescribe el remedio que de no existir será necesario buscar en el pasado, y en el límite, posible inventar en el futuro, de ahí el énfasis en el carácter artístico de la labor del filósofo. En tales términos, Deleuze logra hacernos ver la positividad extrema del pensamiento nietzscheano, y con ello, su carácter esencialmente revolucionario…

El Perspectivismo Filosófico y el Retrato espiritual en Gilles Deleuze
*Fragmento del primer capítulo de la tesis de maestría “El poder en Nietzsche desde la perspectiva deleuzeana."

La filosofía en Deleuze es una auténtica máquina de pensar que permite concebir lo nuevo y lo aún no-pensado que es la verdadera labor del pensamiento filosófico. La pieza clave de esa máquina es la perspectiva, la manera sui géneris de abordar los conceptos y los problemas desde puntos de inflexión varios, desde latitudes aparentemente inconexas y distantes, puntos de vista, miradas, que se articulan entre ellos como auténticos engranajes. Por eso comparamos el perspectivimo deleuzeno con un calidoscopio o un juego de lentes (telescopios, binoculares, microscopios) para el pensamiento, con los cuales, Deleuze ve y hace ver para comprender lo que sólo es posible hacerlo con ciertas lentes para el alma, usando una analogía spinozista.[1] Y es que lo que hace ver tal dinámica no es una mera invención, sino en cierto modo, una de las infinitas dimensiones de la realidad que se oculta o es contenida en las profundidades de la rugosa realidad, en los pliegues del mundo que ocultan más realidad que la aparente.

Así las cosas, desde su perspectiva, con su visión Deleuze incursiona con agudeza en la realidad del pensamiento, escruta en sus profundidades y nos hace ver sus continuidades subterráneas, los guiños y los ecos que en la distancia de los siglos se hacen los filósofos, quizá aun inconsciente o involuntariamente, movidos por fuerzas que ellos mismos desconocen pero encarnan. Pues en gran parte en eso consiste el importante esfuerzo que Deleuze dedicó al trabajo de hacer una historia de la filosofía alternativa a la oficial -todos sus estudios monográficos que constituyen con justicia un género dentro de la obra deleuzeana-, en un auténtico empeño por mostrar una alternativa real al pensamiento idealista. La alternativa de un pensamiento vital, materialista y emancipatorio que en pensadores tan distantes como Epicuro, los estoicos, Lucrecio y Bergson se corresponde como el eco de un mismo grito que atraviesa la historia del pensamiento como un secreto hilo de plata que recorre subterráneamente la historia de la filosofía[2] en su versión oficial o escolar, como la encarnación de la vida y la realidad en la filosofía.

No sólo como ejemplo del perspertivismo deleuzeano sino como su principio básico, y al mismo tiempo, su grado máximo de expresión, que da pauta al resto de sus perspectivismos intelectuales (filosóficos, literarios, pictóricos y fílmicos) desarrollaremos en este capítulo inicial de una forma sucinta, pero consistente, la manera en que funciona el perspectivismo de la díada de la “gran identidad Spinoza-Nietszche”[3], desde la cual, parte y se desarrolla el pensamiento deleuzeano y guía fundamentalmente todo el tiempo la lectura nietzscheana.

Deleuze es capaz de ver en el retrato filosófico que hace de cada uno de estos dos pensadores,[4] elementos “ocultos” para la tradición a partir de los conceptos y el sistema del otro filósofo, desde la perspectiva total de la filosofía del otro, en un juego de espejos donde como en aquella célebre fotografía tomada a Deleuze por Gérard Uferas,[5] la imagen en dos espejos puestos uno frente al otro no dejan de reflejar una imagen nueva y distinta nutrida con la perspectiva siempre reflejada del otro espejo hasta donde la mirada nos permite seguir ese juego infinito de reflejos y la imagen de Deleuze siempre diferente se va perdiendo en ese infinito. Así es el perspectivismo deleuzeano que yendo de Spinoza a Nietszche, y viceversa, con los ojos o la mirada del otro va transformando los conceptos hasta hacer algo por completo irreconocible pero nuevo: su propio pensamiento, la filosofía deleuzeana.

El modo en que abordaremos el perspectivismo en la díada Spinoza-Nietzsche será a partir de sus elementos básicos que a nuestra consideración son suficientes para mostrar la manera en que opera la mutación casi alquímica con que Deleuze trabaja el pensamiento filosófico, las “coincidencias”, más bien continuidades que Deleuze identifica en Spinoza y Nietzsche. No es casual, sino sistemático y metodológico que dos de los tres estudios que Deleuze dedica a Spinoza inicien con la presentación de su semejanza y coincidencias temáticas con Nietzsche, en el texto de Spinoza, contenido en el ya clásico compendio monográfico Spinoza, Kant y Nietzsche presenta la vida de Spinoza a partir de los motivos que dominaron la vida de Nietzsche y dan la libertad del pensamiento humildad, castidad, y pobreza[6]; y en Spinoza: una filosofía práctica Deleuze inicia mostrando las coincidencias temáticas entre los dos pensadores: reivindicación del cuerpo, el pensamiento no consciente, la crítica de los valores y de las pasiones tristes que convierten a ambos según el juicio de la historia en materialistas, inmoralistas y ateos.[7]

Como decíamos desde el principio, sostenemos que Deleuze parte de la díada de la “gran identidad Spinoza-Nietszche”, y que en esta misma díada ya funciona su dinámica del perspectivismo, de tal manera que la transmutación de los rostros de ambos pensadores en sus respectivos retratos filosóficos es una constante desde el inicio y a lo largo de su obra. Así, Spinoza y Nietzsche sorprendentemente van adquiriendo una fisonomía inusitada e ignorada por la tradición.

Spinoza recupera rasgos olvidados o desapercibidos, confundidos en la leyenda negra de un pensador proscrito del que parecieran ignorarse las causas y las razones profundas de su proscripción, no solamente su disidencia con el pensamiento religioso, sino sobre todo, con el pensamiento filosófico y las prácticas del poder, que no dejaban de pensar en términos teológicos y monárquicos, pero sobre todo, trascendentes. Mientras, Spinoza arremete con una fuerza explosiva contra todas las categorías, axiomas y sistematicidades de toda posible trascendencia convirtiéndose en un pensador de lo inmanente en todos sus sentidos pasando del plano ontológico a la dimensión ética, psicológico-afectiva y política, pugnando por la liberación de los hombres y la creación de sociedades que permitan tal libertad. Ya que como lo denota claramente en el título de su Tratado teológico político, Spinoza nunca deja de comprender y pugnar por el carácter práctico de la filosofía: cómo de las cuestiones especulativas de la metafísica y la teología se pasa, en la continuidad de un mismo movimiento, a las determinaciones de la ética y de la política. Es decir, a partir de cómo se concibe el universo o la creación se ha de pugnar e imponer un orden de valores morales y una forma de organización política; o por el contrario, a partir de la comprensión se ha de pugnar por la abolición de la servidumbre en todas sus dimensiones y por la conformación de comportamientitos éticos y políticos que promuevan y conserven la libertad y la realización de la existencia plena de los hombres. Dando así pleno sentido al trato con que durante los siglos fue considerado el peligroso pensamiento del filósofo proscrito[8] que antes que Hegel y Marx mereció el calificativo de perro muerto en palabras de Jacobi,[9] quizá por el hecho de que el encono contra el príncipe de los ateos llegó a tanto que ni sus restos, que desde la antigüedad son considerados el último objeto de respeto a la dignidad de un hombre, escaparon al escarnio siendo robados casi inmediatamente de la sepultura donde fue enterrado en la Iglesia Nueva protestante de La Haya. [10]

Desde la perspectiva radicalmente crítica que le dona la mirada de Nietszche, Deleuze puede ver en Spinoza más allá del sereno pensador del orden y casi santo de la razón al revolucionario del futuro y de todos los tiempos, al hombre que pudo ver de frente la servidumbre del pasado y del futuro encarnada en la propagación de las pasiones tristes en la forma de la superstición y la ignorancia que predominaban en su tiempo y servían para quebrar almas, y sobre ellas, sostener el poder de los tiranos. Y aquel que entendía la posibilidad y la necesidad de la destrucción radical de ese “orden” de cosas en nombre de la dignidad y la felicidad de los hombres. De tal manera, en la mirada de Deleuze que ve con los ojos de Nietzsche, el rostro de Spinoza va adquiriendo los rasgos de lo siniestro y de todo lo prohibido por las buenas y conformistas conciencias, ve claramente el rostro de aquel hombre que era descrito con espanto por sus biógrafos y contemporáneos, aquel hombre que se encerraba durante meses en su cuarto y escribía todos sus textos después de las diez de la noche donde con un ahínco insensato elaboraba sus “tenebrosos libros”, en palabras de su biógrafo Kortholt.[11] El rostro de Spinoza se convierte en el del destructor y vengador en nombre de la felicidad presente y por venir, en el rostro del príncipe[12] y cristo[13] de los filósofos.

Por su parte, el rostro de Nietzsche adquiere otros rasgos a partir de otras luces con que es iluminada su imagen sombría hecha con el mito romántico del filósofo que pierde la razón, del filósofo maldito que arremete sin piedad contra todo hasta llegar al caos, del gran destructor de ídolos. Del gran maestro del nihilismo, que primero analiza el nihilismo para después utilizarlo como arma en su análisis de la decadencia de Occidente: “Conozco mi suerte. Alguna vez irá unido con mi nombre el recuerdo de algo monstruoso,- de una crisis como jamás la hubo antes en la Tierra, de la más profunda colisión de conciencias, de una decisión tomada mediante un conjuro, contra todo lo que hasta este momento se ha creído, exigido, santificado. Yo no soy un hombre, soy dinamita...”[14]

Deleuze mira el rostro de Nietzsche con la afirmación extrema y la inocencia de Spinoza en sus ojos, recordemos que el fundamento de Spinoza es siempre la afirmación del Ser, Dios, que es esencialmente existencia y en el que la negación sólo tiene una forma relativa, como un modo más de la afirmación de la existencia.[15] Y así logra advertir la gran positividad y sobreabundancia del pensamiento de Nietzsche que si se presenta en un primer momento como destructor es siempre en virtud de la posibilidad y apremiante necesidad de crear, de re-construir absolutamente el todo de la cultura que empieza a entrar en una situación crítica en la modernidad, como un médico de la cultura que no solamente diagnostica el mal sino que también prescribe el remedio que de no existir será necesario buscar en el pasado, y en el límite, posible inventar en el futuro, de ahí el énfasis en el carácter artístico de la labor del filósofo. En tales términos, Deleuze logra hacernos ver la positividad extrema del pensamiento nietzscheano, y con ello, su carácter esencialmente revolucionario, sobre todo, en el ámbito inmenso de la cultura que comprende como un eje cardinal la política tanto de la existencia concreta del individuo-cuerpo como de la civilización, pues como hemos ya señalado la determinación de los valores y su concomitante concepción del mundo no se realiza a través del convencimiento o el entendimiento sino de la imposición y la violencia, y su cambio implica necesariamente una confrontación con todo un orden político-social que es legitimado y realizado a través de la vigencia de ciertos valores.

En estos términos de la perspectiva spinozista con que Deleuze concibe el pensamiento de Nietzsche, es que desarrollaremos en el presente trabajo el estudio de los conceptos políticos nietzscheanos. Perspectiva que será el contrapunto permanente de la negación y destrucción revolucionarias de que hace uso explícito y constante Nietzsche. Conceptos políticos que son creados como una labor cultural y civilizatoria eminentemente revolucionaria que partiendo de una crítica radical busca una o varias salidas a la crisis del nihilismo de la cultura occidental, una labor que tiene como epicentro de su actividad la dimensión política, puesto que, siendo realmente cultural se juega en el ámbito de los intereses políticos, ya que atenta directamente contra el orden del sometimiento y la servidumbre de la mayoría de los hombres en provecho de unos cuantos que lejos de ser señores son esclavos que esclavizan a los otros con su manera servil de entender y valorar el mundo y la vida. Lo cual, desemboca en una de las líneas arguméntales principales de este trabajo que es mostrar el carácter político del pensamiento nietzscheano y su tendencia de izquierda, que aquí entendemos como la búsqueda de la emancipación y liberación del hombre, que para Nietzsche sólo será posible con la destrucción de los viejos valores, pero sobre todo, con una intensa actividad creativa y productora de nuevos valores para un mundo nuevo.

Así, el rostro de Nietzsche adquiere la sonrisa, la luz y el vigor de la alegría spinozista          -laetitia, que es vis exsitendi, fuerza de existir, y potentia agendi, potencia para actuar- y la ligereza del gey saber con la que Nietzsche también sabe reír sin dejar de observar el mundo con una mirada de dulce malicia por la labor inusitada que busca realizar: crear el mundo del hombre otra vez.




[1]Los ojos del alma, por los cuales este ve y observa las cosas, son, en efecto, las demostraciones mismas.” (E, Prep. XXIII, Esc.) Baruch Spinoza. Ética demostrada según el orden geométrico de las cosas. FCE. México. 2002, p. 260.
  “Si alguien cree que no se necesita conocer los atributos de Dios, sino creer simplemente y sin demostración, será esta una verdadera humorada, porque las cosas invisibles y todo lo que es objeto propio del entendimiento, no pueden percibirse de otro modo que por los ojos de la demostración; aquellos pues,  a quienes falten estas demostraciones, no tienen conocimiento alguno de las cosas…”. Baruch Spinoza. Tratado Teológico Político. Juan Pablos Editor, S.A. México. 1975, p. 228.
[2] “… hay para mí un vínculo secreto entre Lucrecio, Hume, Spinoza o Nietzsche, un vínculo constituido por la crítica de lo negativo, la cultura de la alegría, el odio a la interioridad, la exterioridad de las fuerzas y las relaciones, la denuncia del poder…” Gilles Deleuze. Conversaciónes. 3ª ed. Pre-textos. Valencia. 1999, p. 14.
[3] Expresión con la que Deleuze se refiere al pensamiento de Spinoza y Nietzsche haciendo alusión simultáneamente a las correspondencias entre ellos, como si se tratara de una especie de unidad, y a su importancia fundamental en la historia de la filosofía que él desarrolla: “Empecé, en efecto, con libros de historia de la filosofía, pero todos los autores de los que me he ocupado tienen para mí algo en común. Y todo tendía hacia la gran identidad Spinoza–Nietzsche.”  Ibíd. p. 216.
[4] Esta metáfora del retrato y el paralelismo entre retratos espirituales, de manera sumamente interesante y sugerente, es muy semejante a la metodología con la que el intelectual vienés Stefan Zweig, integrante del círculo judío de Pernserstorfer -uno de los primeros grupos de admiradores de Nietzsche-, realiza su trabajo de investigación biográfica en su libro publicado en 1925, La lucha contra el demonio (Hölderlig, Kleits, Nietzsche): “En la presente obra lo mismo que en la anterior trilogía titulada Tres maestros, se exhiben tres retratos de poetas unidos por una íntima afinidad; pero esta afinidad no debe tomarse más que como algo alegórico. No trato de buscar fórmulas para lo espiritual, sino que plasmo espiritualidades. Si en mis libros, con toda intención, coloco siempre unos retratos frente a otros, lo hago para lograr un efecto pictórico, como lo hace el pintor, que buscando efectos de luz y de contraluz, logra poner de manifiesto, por medio del contraste, cualidades y analogías que de otro modo quedarían ocultas. Siempre me ha parecido la comparación un elemento creador de gran eficacia, y hasta me gusta como método, ya que puede ser usado sin necesidad de forzarse; así como las fórmulas empobrecen, la comparación enriquece, pues realza los valores, dando una serie de reflejos que, alrededor de las figuras, forman como un marco de profundidad en el espacio. Ese secreto plástico lo sabía ya Plutarco, ese antiguo creador de retratos, quien, en sus Vidas paralelas, presenta siempre un personaje romano a la par que uno griego, para que así, detrás de la personalidad, pueda verse de modo más claro su proyección espiritual, es decir, el tipo.” Stefan Zweig. (Hölderlig, Kleits, Nietzsche). Página Biblioteca virtual universal. pp. 2 y 3.
[5] Ver Lámina 1.
[6] “Nietzsche lo vio claramente, por haberlo vivido, en qué consiste el mérito de la vida de un filósofo. El filósofo se apropia de las virtudes ascéticas –humildad, pobreza, castidad- para utilizarlas con fines totalmente particulares, inauditos, muy poco ascéticos en verdad. Las convierte en expresiones de su singularidad. En él no son máscaras morales, ni medios religiosos para otra vida, sino más bien los <<efectos>> de la filosofía misma. Pues para el filósofo no existe en absoluto otra vida. Humildad, pobreza, castidad se convierten desde ahora en los efectos de una vida particularmente rica y sobreabundante, suficientemente poderosa por haber conquistado el pensamiento y haberse subordinado cualquier otro instinto –lo que Spinoza llama la Naturaleza: una vida que ya no se vive a partir de la necesidad, en función de los medios y de los fines, sino a partir de una producción, de una productividad, de un poder, en función de las causas y de los efectos. Humildad, pobreza y castidad son su propia manera (del filósofo) de ser un Gran Viviente y de convertir su propio cuerpo en un templo para una causa demasiado orgullosa, demasiado rica, demasiado sensual…” Gilles Deleuze. Spinoza, Kant y Nietzsche. Editorial Labor S. A. Barcelona. 1974, pp. 9 y 10.
[7]  “No basta con mostrar cómo el panteísmo y el ateísmo se combinan en esta tesis negando la existencia de un Dios moral, creador y trascendente; es más bien necesario comenzar con las tesis prácticas que hicieron del spinozismo piedra de escándalo. Estas tesis implican una triple denuncia: de la “conciencia”, de los “valores” y de las “pasiones tristes”. Son las tres grandes afinidades con Nietzsche. Y, todavía en vida de Spinoza, son las razones por las que se le acusa de materialismo, de inmoralismo y de ateísmo. Gilles Deleuze. Spinoza: una filosofía práctica. TUSQUETS EDITORES S.A. Barcelona. 2001, p. 27.
[8] “… No obstante, Iglesias y autoridades ganaron en gran parte de la batalla, porque las ideas de Spinoza difícilmente podían citarse impresas desde una consideración positiva. La amonestación fue implícita en lugar de legislarse de marea patente, pero de esta manera produjo resultados incluso mejores. Pocos filósofos o políticos se atrevían a ponerse de parte de Spinoza, porque ello hubiera sido provocar el desastre. Apoyar cualquier declaración con la cita explicita de las argumentaciones de Spinoza o hacer remontar una idea a sus textos hubiera socavado las posibilidades de que se escuchara dicha declaración. Spinoza era anatema. Esto se aplicó en toda Europa durante la mayor parte de los cien años que siguieron a su muerte. Por el contrario, las referencias negativas eran bien recibidas y abundantes. En algunos lugares, como fue el caso de Portugal, las menciones de Spinoza conllevaban un obligado calificativo peyorativo, como “sin vergüenza”, “pestilente”, “impío” o “estúpido”. En ocasiones las opiniones críticas eran cortinas de humo y consiguieron diseminar las ideas de Spinoza de manera encubierta. El ejemplo más notable de este escenario confuso fue el artículo de Pierre Bayle sobre Spinoza en el Dictionnaire Philosophique et Critique (….). Resulta notable que el apartado dedicado a Spinoza sea el más extenso de todo el diccionario.” Damasio Antonio. En busca de Spinoza. 2ª ed. CRÍTICA Barcelona. Madrid. 2003. p. 238.
[9] “Este concepto de perro muerto debe entenderse como una categoría filosófico-trascendental basada en una discusión entre Jacobi, Lessing y Mendelssohn. En una conversación Jacobi (quien además introdujo el concepto de nihilismo en filosofía) llama la atención sobre lo parecido de las ideas panteístas de Lessing y Spinoza, porque en la conciencia pública Spinoza ya era un perro muerto. A consecuencia de ello, Jacobi publicó este modo de expresión en sus cartas a Mendelssohn, y es de allí que Hegel conoce también la categoría de perro muerto. Es muy probable que Marx encontrara esta denominación leyendo a Hegel y la aplicó a él. Marx, entonces, no tenía ninguna idea de que se iba a encontrar más tarde también como perro muerto: pero con ello se encuentra en la mejor compañía con Spinoza y Hegel. Esta categoría sigue siendo actual, porque en ella también se refleja la ambivalencia  del pensamiento filosófico en el campo de tensión  entre utopía y realidad.” Heinz Krumpel. Utopía y realidad en el pensamiento intercultural. en América Latina: democracia, pensamiento y acción; reflexiones de utopía. Cerutti Horacio y Páez Rodrigo compiladores. Plaza y Valdés. México. 2003, p. 63. 
[10]  “El patio de la iglesia está rodeado de puertas, pero abierto de par en par. No hay cementerio propiamente dicho, sólo matorrales, hierba y musgos, y senderos fangosos entre los altos árboles. Encuentro la tumba ahí donde pensé que estaría, en la parte posterior del patio, detrás de la iglesia, al sur y al este; es una piedra plana al nivel del suelo y la lápida vertical, sin adornos y con señales de haber estado sometida a la intemperie. Además de anunciar a quien corresponde la tumba, la inscripción reza ¡CAUTE!, que en latín significa “¡Ten cuidado!”. Se trata de un consejo un poco estremecedor, si consideramos que los restos de Spinoza no se hallan realmente dentro de la tumba, y que su cuerpo fue robado, nadie sabe por quién, poco después del entierro, cuando el cadáver descansaba al interior de la iglesia…” Ibid. pp. 24 y 25.
[11] “Demasiado diligente –escribe- (Spinoza) se entregaba al estudio incluso en plena noche y la mayor parte de sus tenebrosos libros fueron elucubrados entre las diez de la noche y las tres de la madrugada… (Así) comenzó a ponerse enfermo, agotado por el trabajo nocturno. Siempre pensaba, sin embargo, en la vida, y ni le venía en mente la muerte inminente…”. Domínguez Atilano. Biografías de Spinoza. Alianza Editorial. Madrid. 1995. pp. 91-95.
[12] “Quien sabía plenamente que la inmanencia sólo pertenecía a sí misma, y que por lo tanto era un plano recorrido por los movimientos del infinito, rebosante de ordenadas intensivas, era Spinoza. Por eso es el príncipe de los filósofos. Tal vez el único que no pactó con la trascendencia, que le dio caza por doquier. Hizo el movimiento infinito, y le confirió al pensamiento velocidades infinitas en el tercer tipo de conocimiento, en el último libro de la Ética. Alcanzó en él velocidades inauditas, atajos fulminantes que ya sólo cabe hablar de música, de tornado, de vientos y de cuerdas. Encontró la única libertad en la inmanencia. Llevó a buen puerto a la filosofía, porque cumplió su supuesto prefilosófico. No se trata de que la inmanencia se refiera a la sustancia y a los modos spinozistas, sino que, al contrario, son los conceptos de sustancia de modos los que se refieren tanto al plano de inmanencia como a su presupuesto…” Deleuze Gilles. ¿Qué es la filosofía? 8ª ed. Anagrama. España. 2009, p. 51 y 52.
[13] “Tal vez éste sea el gesto supremo de la filosofía: no tanto pensar EL plano de inmanencia, sino poner de manifiesto que está ahí, no pensado en cada plano. Pensarlo de este modo, como el afuera y el adentro del pensamiento, el afuera no exterior o el adentro no interior. Lo que no puede ser pensado y no obstante debe ser pensado fue pensado una vez, como Cristo, que se encarnó una vez, para mostrar esta vez la posibilidad de lo imposible. Por ello Spinoza es el Cristo de los filósofos, y los filósofos más grandes no son más que apóstoles, que se alejan y se acercan a este misterio. Spinoza, el devenir-filósofo infinito. Mostró, estableció, pensó el plano de inmanencia <<mejor>>, es decir, el más puro, el que no se entrega a lo trascendente ni vuelve a confundir trascendencia, el que inspira menos ilusiones, menos malos sentimientos y percepciones erróneas…” Ibíd. p. 62.
[14] Friedrich Nietzsche. Ecce Homo. Alianza Editorial. Madrid. 2005, (Porque soy un destino I) p. 135.
[15] “En el reproche que Hegel hará a Spinoza, haber ignorado lo negativo y su potencia, reside la gloria de Spinoza, su más propio descubrimiento.  En un mundo roído por lo negativo, él tiene suficiente confianza en la vida, en la potencia de la vida,  como para convertir la muerte, el apetito asesino de los hombres, las reglas del bien y del mal, de los justo y de lo injusto. Suficiente confianza en la vida como para denunciar todos los fantasmas de lo negativo.” Deleuze. Spinoza: una filosofía práctica. p. 22.

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