La filosofía en Deleuze
es una auténtica máquina de pensar que permite concebir lo nuevo y lo aún no-pensado
que es la verdadera labor del pensamiento filosófico. La pieza clave de esa
máquina es la perspectiva, la manera sui géneris de abordar los
conceptos y los problemas desde puntos de inflexión varios, desde latitudes
aparentemente inconexas y distantes, puntos de vista, miradas, que se articulan
entre ellos como auténticos engranajes. Por eso comparamos el perspectivimo deleuzeno
con un calidoscopio o un juego de lentes (telescopios, binoculares,
microscopios) para el pensamiento, con los cuales, Deleuze ve y hace ver para
comprender lo que sólo es posible hacerlo con ciertas lentes para el alma,
usando una analogía spinozista. Y es que lo que hace ver tal dinámica no es una
mera invención, sino en cierto modo, una de las infinitas dimensiones de la
realidad que se oculta o es contenida en las profundidades de la rugosa
realidad, en los pliegues del mundo que ocultan más realidad que la
aparente.
Deleuze parte de la
díada de la “gran identidad Spinoza-Nietszche”, en la que funciona su dinámica
del perspectivismo, de tal manera que la transmutación de los rostros de
ambos pensadores en sus respectivos retratos filosóficos es una constante desde
el inicio y a lo largo de su obra. Así, Spinoza y Nietzsche sorprendentemente
van adquiriendo una fisonomía inusitada e ignorada por la tradición.
Deleuze puede ver en
Spinoza más allá del sereno pensador del orden y casi santo de la razón al
revolucionario del futuro y de todos los tiempos, al hombre que pudo ver de
frente la servidumbre del pasado y del futuro encarnada en la propagación de
las pasiones tristes en la forma de la superstición y la ignorancia que
predominaban en su tiempo y servían para quebrar almas, y sobre ellas, sostener
el poder de los tiranos.
De tal manera, en la
mirada de Deleuze que ve con los ojos de Nietzsche, el rostro de Spinoza va
adquiriendo los rasgos de lo siniestro y de todo lo prohibido por las buenas y
conformistas conciencias, ve claramente el rostro de aquel hombre que era
descrito con espanto por sus biógrafos y contemporáneos, aquel hombre que se
encerraba durante meses en su cuarto y escribía todos sus textos después de las
diez de la noche donde con un ahínco insensato elaboraba sus “tenebrosos
libros”, en palabras de su biógrafo Kortholt. El rostro de Spinoza se convierte
en el del destructor y vengador en nombre de la felicidad presente y por venir,
en el rostro del príncipe y cristo de los
filósofos.
Paralelamente, Deleuze mira el rostro de Nietzsche con la afirmación extrema y la
inocencia de Spinoza en sus ojos, recordemos que el fundamento de Spinoza es
siempre la afirmación del Ser. Y así logra advertir la gran positividad y
sobreabundancia del pensamiento de Nietzsche que si se presenta en un primer
momento como destructor es siempre en virtud de la posibilidad y apremiante
necesidad de crear, de re-construir absolutamente el todo de la cultura que
empieza a entrar en una situación crítica en la modernidad, como un médico de
la cultura que no solamente diagnostica el mal sino que también prescribe el
remedio que de no existir será necesario buscar en el pasado, y en el límite,
posible inventar en el futuro, de ahí el énfasis en el carácter artístico de la
labor del filósofo. En tales términos, Deleuze logra hacernos ver la
positividad extrema del pensamiento nietzscheano, y con ello, su carácter
esencialmente revolucionario…
El Perspectivismo Filosófico y el Retrato espiritual
en Gilles Deleuze
*Fragmento del primer capítulo
de la tesis de maestría “El poder en Nietzsche desde la perspectiva deleuzeana."
La filosofía
en Deleuze es una auténtica máquina de pensar que permite concebir lo nuevo y
lo aún no-pensado que es la verdadera labor del pensamiento filosófico. La
pieza clave de esa máquina es la perspectiva, la manera sui géneris de
abordar los conceptos y los problemas desde puntos de inflexión varios, desde
latitudes aparentemente inconexas y distantes, puntos de vista, miradas, que se
articulan entre ellos como auténticos engranajes. Por eso comparamos el perspectivimo
deleuzeno con un calidoscopio o un juego de lentes (telescopios,
binoculares, microscopios) para el pensamiento, con los cuales, Deleuze ve y
hace ver para comprender lo que sólo es posible hacerlo con ciertas lentes
para el alma, usando una analogía spinozista.[1]
Y es que lo que hace ver tal dinámica no es una mera invención, sino en cierto
modo, una de las infinitas dimensiones de la realidad que se oculta o es
contenida en las profundidades de la rugosa realidad, en los pliegues
del mundo que ocultan más realidad que la aparente.
Así las
cosas, desde su perspectiva, con su visión Deleuze incursiona con agudeza en la
realidad del pensamiento, escruta en sus profundidades y nos hace ver sus
continuidades subterráneas, los guiños y los ecos que en la distancia de los
siglos se hacen los filósofos, quizá aun inconsciente o involuntariamente,
movidos por fuerzas que ellos mismos desconocen pero encarnan. Pues en gran
parte en eso consiste el importante esfuerzo que Deleuze dedicó al trabajo de
hacer una historia de la filosofía alternativa a la oficial -todos sus estudios
monográficos que constituyen con justicia un género dentro de la obra
deleuzeana-, en un auténtico empeño por mostrar una alternativa real al
pensamiento idealista. La alternativa de un pensamiento vital, materialista y
emancipatorio que en pensadores tan distantes como Epicuro, los estoicos,
Lucrecio y Bergson se corresponde como el eco de un mismo grito que atraviesa
la historia del pensamiento como un secreto hilo de plata que recorre
subterráneamente la historia de la filosofía[2]
en su versión oficial o escolar, como la encarnación de la vida y la realidad
en la filosofía.
No sólo como
ejemplo del perspertivismo deleuzeano sino como su principio básico, y
al mismo tiempo, su grado máximo de expresión, que da pauta al resto de sus
perspectivismos intelectuales (filosóficos, literarios, pictóricos y fílmicos) desarrollaremos
en este capítulo inicial de una forma sucinta, pero consistente, la manera en
que funciona el perspectivismo de la
díada de la “gran identidad Spinoza-Nietszche”[3],
desde la cual, parte y se desarrolla el pensamiento deleuzeano y guía
fundamentalmente todo el tiempo la lectura nietzscheana.
Deleuze es
capaz de ver en el retrato filosófico
que hace de cada uno de estos dos pensadores,[4]
elementos “ocultos” para la tradición a partir de los conceptos y el sistema
del otro filósofo, desde la perspectiva total de la filosofía del otro, en un
juego de espejos donde como en aquella célebre fotografía tomada a Deleuze por Gérard
Uferas,[5]
la imagen en dos espejos puestos uno frente al otro no dejan de reflejar una
imagen nueva y distinta nutrida con la perspectiva siempre reflejada del otro
espejo hasta donde la mirada nos permite seguir ese juego infinito de reflejos
y la imagen de Deleuze siempre diferente se va perdiendo en ese infinito. Así
es el perspectivismo deleuzeano que yendo de Spinoza a Nietszche, y
viceversa, con los ojos o la mirada del otro va transformando los conceptos
hasta hacer algo por completo irreconocible pero nuevo: su propio pensamiento,
la filosofía deleuzeana.
El modo en
que abordaremos el perspectivismo en la díada Spinoza-Nietzsche será a
partir de sus elementos básicos que a nuestra consideración son suficientes para
mostrar la manera en que opera la mutación casi alquímica con que Deleuze
trabaja el pensamiento filosófico, las “coincidencias”, más bien continuidades
que Deleuze identifica en Spinoza y Nietzsche. No es casual, sino sistemático y
metodológico que dos de los tres estudios que Deleuze dedica a Spinoza inicien
con la presentación de su semejanza y coincidencias temáticas con Nietzsche, en
el texto de Spinoza, contenido en el ya clásico compendio monográfico Spinoza,
Kant y Nietzsche presenta la vida de Spinoza a partir de los motivos que
dominaron la vida de Nietzsche y dan la libertad del pensamiento humildad,
castidad, y pobreza[6]; y en Spinoza:
una filosofía práctica Deleuze inicia mostrando las coincidencias temáticas
entre los dos pensadores: reivindicación
del cuerpo, el pensamiento no consciente,
la crítica de los valores y de las pasiones tristes que convierten a
ambos según el juicio de la historia en materialistas, inmoralistas y ateos.[7]
Como
decíamos desde el principio, sostenemos que Deleuze parte de la díada de la “gran
identidad Spinoza-Nietszche”, y que en esta misma díada ya funciona su dinámica
del perspectivismo, de tal manera que la transmutación de los rostros de
ambos pensadores en sus respectivos retratos filosóficos es una constante desde
el inicio y a lo largo de su obra. Así, Spinoza y Nietzsche sorprendentemente
van adquiriendo una fisonomía inusitada e ignorada por la tradición.
Spinoza
recupera rasgos olvidados o desapercibidos, confundidos en la leyenda negra de
un pensador proscrito del que parecieran ignorarse las causas y las razones
profundas de su proscripción, no solamente su disidencia con el pensamiento
religioso, sino sobre todo, con el pensamiento filosófico y las prácticas del
poder, que no dejaban de pensar en términos teológicos y monárquicos, pero
sobre todo, trascendentes. Mientras, Spinoza arremete con una fuerza explosiva
contra todas las categorías, axiomas y sistematicidades de toda posible
trascendencia convirtiéndose en un pensador de lo inmanente en todos sus
sentidos pasando del plano ontológico a la dimensión ética,
psicológico-afectiva y política, pugnando por la liberación de los hombres y la
creación de sociedades que permitan tal libertad. Ya que como lo denota
claramente en el título de su Tratado teológico político, Spinoza nunca deja de comprender y
pugnar por el carácter práctico de la filosofía: cómo de las cuestiones
especulativas de la metafísica y la teología se pasa, en la continuidad de un mismo
movimiento, a las determinaciones de la ética y de la política. Es decir, a
partir de cómo se concibe el universo o la creación se ha de pugnar e imponer
un orden de valores morales y una forma de organización política; o por el
contrario, a partir de la comprensión se ha de pugnar por la abolición de la
servidumbre en todas sus dimensiones y por la conformación de comportamientitos
éticos y políticos que promuevan y conserven la libertad y la realización de la
existencia plena de los hombres. Dando así pleno sentido al trato con que
durante los siglos fue considerado el peligroso pensamiento del filósofo
proscrito[8] que antes
que Hegel y Marx mereció el calificativo de perro muerto en palabras de
Jacobi,[9] quizá por
el hecho de que el encono contra el príncipe de los ateos llegó a tanto
que ni sus restos, que desde la antigüedad son considerados el último objeto de
respeto a la dignidad de un hombre, escaparon al escarnio siendo robados casi
inmediatamente de la sepultura donde fue enterrado en la Iglesia Nueva
protestante de La Haya. [10]
Desde la
perspectiva radicalmente crítica que le dona la mirada de Nietszche, Deleuze
puede ver en Spinoza más allá del sereno pensador del orden y casi santo de la
razón al revolucionario del futuro y de todos los tiempos, al hombre que pudo
ver de frente la servidumbre del pasado y del futuro encarnada en la
propagación de las pasiones tristes en la forma de la superstición y la
ignorancia que predominaban en su tiempo y servían para quebrar almas, y sobre
ellas, sostener el poder de los tiranos. Y aquel que entendía la posibilidad y
la necesidad de la destrucción radical de ese “orden” de cosas en nombre de la
dignidad y la felicidad de los hombres. De tal manera, en la mirada de Deleuze
que ve con los ojos de Nietzsche, el rostro de Spinoza va adquiriendo los
rasgos de lo siniestro y de todo lo prohibido por las buenas y conformistas
conciencias, ve claramente el rostro de aquel hombre que era descrito con
espanto por sus biógrafos y contemporáneos, aquel hombre que se encerraba
durante meses en su cuarto y escribía todos sus textos después de las diez de
la noche donde con un ahínco insensato elaboraba sus “tenebrosos libros”, en
palabras de su biógrafo Kortholt.[11]
El rostro de Spinoza se convierte en el del destructor y vengador en nombre de
la felicidad presente y por venir, en el rostro del príncipe[12] y cristo[13] de los
filósofos.
Por su
parte, el rostro de Nietzsche adquiere otros rasgos a partir de otras luces con
que es iluminada su imagen sombría hecha con el mito romántico del filósofo que
pierde la razón, del filósofo maldito que arremete sin piedad contra todo hasta
llegar al caos, del gran destructor de ídolos. Del gran maestro del nihilismo,
que primero analiza el nihilismo para después utilizarlo como arma en su
análisis de la decadencia de Occidente: “Conozco mi suerte. Alguna vez irá
unido con mi nombre el recuerdo de algo monstruoso,- de una crisis como jamás
la hubo antes en la Tierra, de la más profunda colisión de conciencias, de una
decisión tomada mediante un conjuro, contra
todo lo que hasta este momento se ha creído, exigido, santificado. Yo no
soy un hombre, soy dinamita...”[14]
Deleuze mira
el rostro de Nietzsche con la afirmación extrema y la inocencia de Spinoza en
sus ojos, recordemos que el fundamento de Spinoza es siempre la afirmación del
Ser, Dios, que es esencialmente existencia y en el que la negación sólo tiene
una forma relativa, como un modo más de la afirmación de la existencia.[15] Y así logra
advertir la gran positividad y sobreabundancia del pensamiento de Nietzsche que
si se presenta en un primer momento como destructor es siempre en virtud de la
posibilidad y apremiante necesidad de crear, de re-construir absolutamente el
todo de la cultura que empieza a entrar en una situación crítica en la
modernidad, como un médico de la cultura que no solamente diagnostica el mal
sino que también prescribe el remedio que de no existir será necesario buscar
en el pasado, y en el límite, posible inventar en el futuro, de ahí el énfasis
en el carácter artístico de la labor del filósofo. En tales términos, Deleuze
logra hacernos ver la positividad extrema del pensamiento nietzscheano, y con
ello, su carácter esencialmente revolucionario, sobre todo, en el ámbito
inmenso de la cultura que comprende como un eje cardinal la política tanto de
la existencia concreta del individuo-cuerpo como de la civilización, pues como
hemos ya señalado la determinación de los valores y su concomitante concepción
del mundo no se realiza a través del convencimiento o el entendimiento sino de
la imposición y la violencia, y su cambio implica necesariamente una
confrontación con todo un orden político-social que es legitimado y realizado a
través de la vigencia de ciertos valores.
En estos
términos de la perspectiva spinozista con que Deleuze concibe el pensamiento de
Nietzsche, es que desarrollaremos en el presente trabajo el estudio de los conceptos
políticos nietzscheanos. Perspectiva que será el contrapunto permanente de la
negación y destrucción revolucionarias de que hace uso explícito y constante
Nietzsche. Conceptos políticos que son creados como una labor cultural y
civilizatoria eminentemente revolucionaria que partiendo de una crítica radical
busca una o varias salidas a la crisis del nihilismo de la cultura occidental,
una labor que tiene como epicentro de su actividad la dimensión política, puesto
que, siendo realmente cultural se juega en el ámbito de los intereses
políticos, ya que atenta directamente contra el orden del sometimiento y la
servidumbre de la mayoría de los hombres en provecho de unos cuantos que lejos
de ser señores son esclavos que esclavizan a los otros con su manera servil de
entender y valorar el mundo y la vida. Lo cual, desemboca en una de las líneas
arguméntales principales de este trabajo que es mostrar el carácter político
del pensamiento nietzscheano y su tendencia de izquierda, que aquí entendemos
como la búsqueda de la emancipación y liberación del hombre, que para Nietzsche
sólo será posible con la destrucción de los viejos valores, pero sobre todo,
con una intensa actividad creativa y productora de nuevos valores para un mundo
nuevo.
Así, el rostro de
Nietzsche adquiere la sonrisa, la luz y el vigor de la alegría spinozista -laetitia, que es vis exsitendi, fuerza
de existir, y potentia agendi, potencia para actuar- y la ligereza del gey
saber con la que Nietzsche también sabe reír sin dejar de observar el mundo
con una mirada de dulce malicia por la labor inusitada que busca realizar: crear
el mundo del hombre otra vez.
[1] “Los ojos del alma, por los cuales
este ve y observa las cosas, son, en efecto, las demostraciones mismas.” (E,
Prep. XXIII, Esc.) Baruch Spinoza. Ética demostrada según el orden
geométrico de las cosas. FCE. México. 2002, p. 260.
“Si
alguien cree que no se necesita conocer los atributos de Dios, sino creer
simplemente y sin demostración, será esta una verdadera humorada, porque las
cosas invisibles y todo lo que es objeto propio del entendimiento, no pueden
percibirse de otro modo que por los ojos de la demostración; aquellos
pues, a quienes falten estas demostraciones,
no tienen conocimiento alguno de las cosas…”. Baruch Spinoza. Tratado Teológico Político. Juan Pablos
Editor, S.A. México. 1975, p. 228.
[2] “… hay para mí un vínculo
secreto entre Lucrecio, Hume, Spinoza o Nietzsche, un vínculo constituido por
la crítica de lo negativo, la cultura de la alegría, el odio a la interioridad,
la exterioridad de las fuerzas y las relaciones, la denuncia del poder…” Gilles
Deleuze. Conversaciónes. 3ª ed.
Pre-textos. Valencia. 1999, p. 14.
[3] Expresión con la que Deleuze se refiere
al pensamiento de Spinoza y Nietzsche haciendo alusión simultáneamente a las
correspondencias entre ellos, como si se tratara de una especie de unidad, y a
su importancia fundamental en la historia de la filosofía que él desarrolla:
“Empecé, en efecto, con libros de historia de la filosofía, pero todos los
autores de los que me he ocupado tienen para mí algo en común. Y todo tendía
hacia la gran identidad Spinoza–Nietzsche.” Ibíd.
p. 216.
[4] Esta metáfora del retrato y el
paralelismo entre retratos espirituales, de manera sumamente interesante y
sugerente, es muy semejante a la metodología con la que el intelectual vienés
Stefan Zweig, integrante del círculo judío de Pernserstorfer -uno de los primeros grupos de admiradores de
Nietzsche-, realiza su trabajo de investigación biográfica en su libro
publicado en 1925, La lucha contra el
demonio (Hölderlig, Kleits, Nietzsche): “En la presente obra lo mismo que
en la anterior trilogía titulada Tres maestros, se exhiben tres retratos de
poetas unidos por una íntima afinidad; pero esta afinidad no debe tomarse más
que como algo alegórico. No trato de buscar fórmulas para lo espiritual, sino
que plasmo espiritualidades. Si en mis libros, con toda intención, coloco
siempre unos retratos frente a otros, lo hago para lograr un efecto pictórico,
como lo hace el pintor, que buscando efectos de luz y de contraluz, logra poner
de manifiesto, por medio del contraste, cualidades y analogías que de otro modo
quedarían ocultas. Siempre me ha parecido la comparación un elemento creador de
gran eficacia, y hasta me gusta como método, ya que puede ser usado sin
necesidad de forzarse; así como las fórmulas empobrecen, la comparación
enriquece, pues realza los valores, dando una serie de reflejos que, alrededor
de las figuras, forman como un marco de profundidad en el espacio. Ese secreto
plástico lo sabía ya Plutarco, ese antiguo creador de retratos, quien, en sus
Vidas paralelas, presenta siempre un personaje romano a la par que uno griego,
para que así, detrás de la personalidad, pueda verse de modo más claro su
proyección espiritual, es decir, el tipo.” Stefan Zweig. (Hölderlig, Kleits, Nietzsche). Página Biblioteca virtual
universal. pp. 2 y 3.
[5] Ver Lámina 1.
[6]
“Nietzsche lo
vio claramente, por haberlo vivido, en qué consiste el mérito de la vida de un
filósofo. El filósofo se apropia de las virtudes ascéticas –humildad, pobreza,
castidad- para utilizarlas con fines totalmente particulares, inauditos, muy
poco ascéticos en verdad. Las convierte en expresiones de su singularidad. En
él no son máscaras morales, ni medios religiosos para otra vida, sino más bien
los <<efectos>> de la filosofía misma. Pues para el filósofo no
existe en absoluto otra vida.
Humildad, pobreza, castidad se convierten desde ahora en los efectos de una
vida particularmente rica y sobreabundante, suficientemente poderosa por haber
conquistado el pensamiento y haberse subordinado cualquier otro instinto –lo
que Spinoza llama la Naturaleza: una vida que ya no se vive a partir de la
necesidad, en función de los medios y de los fines, sino a partir de una
producción, de una productividad, de un poder, en función de las causas y de
los efectos. Humildad, pobreza y castidad son su propia manera (del filósofo)
de ser un Gran Viviente y de convertir su propio cuerpo en un templo para una
causa demasiado orgullosa, demasiado rica, demasiado sensual…” Gilles Deleuze. Spinoza, Kant y Nietzsche. Editorial
Labor S. A. Barcelona. 1974, pp. 9 y 10.
[7] “No basta con mostrar cómo el panteísmo y el
ateísmo se combinan en esta tesis negando la existencia de un Dios moral,
creador y trascendente; es más bien necesario comenzar con las tesis prácticas
que hicieron del spinozismo piedra de escándalo. Estas tesis implican una
triple denuncia: de la “conciencia”, de los “valores” y de las “pasiones
tristes”. Son las tres grandes afinidades con Nietzsche. Y, todavía en vida de
Spinoza, son las razones por las que se le acusa de materialismo, de inmoralismo y
de ateísmo. Gilles Deleuze. Spinoza: una filosofía práctica.
TUSQUETS EDITORES S.A. Barcelona. 2001, p. 27.
[8] “… No obstante, Iglesias y autoridades ganaron en gran
parte de la batalla, porque las ideas de Spinoza difícilmente podían citarse
impresas desde una consideración positiva. La amonestación fue implícita en
lugar de legislarse de marea patente, pero de esta manera produjo resultados
incluso mejores. Pocos filósofos o políticos se atrevían a ponerse de parte de
Spinoza, porque ello hubiera sido provocar el desastre. Apoyar cualquier
declaración con la cita explicita de las argumentaciones de Spinoza o hacer
remontar una idea a sus textos hubiera socavado las posibilidades de que se
escuchara dicha declaración. Spinoza era anatema. Esto se aplicó en toda Europa
durante la mayor parte de los cien años que siguieron a su muerte. Por el
contrario, las referencias negativas eran bien recibidas y abundantes. En
algunos lugares, como fue el caso de Portugal, las menciones de Spinoza
conllevaban un obligado calificativo peyorativo, como “sin vergüenza”,
“pestilente”, “impío” o “estúpido”. En ocasiones las opiniones críticas eran
cortinas de humo y consiguieron diseminar las ideas de Spinoza de manera
encubierta. El ejemplo más notable de este escenario confuso fue el artículo de
Pierre Bayle sobre Spinoza en el Dictionnaire Philosophique et Critique (….).
Resulta notable que el apartado dedicado a Spinoza sea el más extenso de todo
el diccionario.” Damasio Antonio. En
busca de Spinoza. 2ª ed. CRÍTICA Barcelona. Madrid. 2003. p. 238.
[9]
“Este concepto de perro
muerto debe entenderse como una categoría filosófico-trascendental basada en
una discusión entre Jacobi, Lessing y Mendelssohn. En una conversación Jacobi
(quien además introdujo el concepto de nihilismo en filosofía) llama la
atención sobre lo parecido de las ideas panteístas de Lessing y Spinoza, porque
en la conciencia pública Spinoza ya era un perro muerto. A consecuencia de
ello, Jacobi publicó este modo de expresión en sus cartas a Mendelssohn, y es
de allí que Hegel conoce también la categoría de perro muerto. Es muy probable
que Marx encontrara esta denominación leyendo a Hegel y la aplicó a él. Marx,
entonces, no tenía ninguna idea de que se iba a encontrar más tarde también
como perro muerto: pero con ello se encuentra en la mejor compañía con Spinoza
y Hegel. Esta categoría sigue siendo actual, porque en ella también se refleja
la ambivalencia del pensamiento
filosófico en el campo de tensión entre
utopía y realidad.” Heinz Krumpel. Utopía
y realidad en el pensamiento intercultural. en América Latina: democracia,
pensamiento y acción; reflexiones de utopía. Cerutti Horacio y Páez Rodrigo
compiladores. Plaza y Valdés. México. 2003, p. 63.
[10] “El patio de la iglesia está
rodeado de puertas, pero abierto de par en par. No hay cementerio propiamente
dicho, sólo matorrales, hierba y musgos, y senderos fangosos entre los altos
árboles. Encuentro la tumba ahí donde pensé que estaría, en la parte posterior
del patio, detrás de la iglesia, al sur y al este; es una piedra plana al nivel
del suelo y la lápida vertical, sin adornos y con señales de haber estado
sometida a la intemperie. Además de anunciar a quien corresponde la tumba, la
inscripción reza ¡CAUTE!, que en latín significa “¡Ten cuidado!”. Se trata de
un consejo un poco estremecedor, si consideramos que los restos de Spinoza no
se hallan realmente dentro de la tumba, y que su cuerpo fue robado, nadie sabe
por quién, poco después del entierro, cuando el cadáver descansaba al interior
de la iglesia…” Ibid. pp. 24 y 25.
[11] “Demasiado
diligente –escribe- (Spinoza) se entregaba al estudio incluso en plena noche y
la mayor parte de sus tenebrosos libros fueron elucubrados entre las diez de la
noche y las tres de la madrugada… (Así) comenzó a ponerse enfermo, agotado por
el trabajo nocturno. Siempre pensaba, sin embargo, en la vida, y ni le venía en
mente la muerte inminente…”. Domínguez Atilano. Biografías de Spinoza. Alianza Editorial. Madrid. 1995. pp. 91-95.
[12]
“Quien sabía plenamente que
la inmanencia sólo pertenecía a sí misma, y que por lo tanto era un plano
recorrido por los movimientos del infinito, rebosante de ordenadas intensivas,
era Spinoza. Por eso es el príncipe de los filósofos. Tal vez el único que no
pactó con la trascendencia, que le dio caza por doquier. Hizo el movimiento
infinito, y le confirió al pensamiento velocidades infinitas en el tercer tipo
de conocimiento, en el último libro de la
Ética. Alcanzó en él velocidades inauditas, atajos fulminantes que ya sólo
cabe hablar de música, de tornado, de vientos y de cuerdas. Encontró la única
libertad en la inmanencia. Llevó a buen puerto a la filosofía, porque cumplió
su supuesto prefilosófico. No se trata de que la inmanencia se refiera a la
sustancia y a los modos spinozistas, sino que, al contrario, son los conceptos
de sustancia de modos los que se refieren tanto al plano de inmanencia como a
su presupuesto…” Deleuze Gilles. ¿Qué es
la filosofía? 8ª ed. Anagrama. España. 2009, p. 51 y 52.
[13]
“Tal vez éste sea el gesto
supremo de la filosofía: no tanto pensar EL plano de inmanencia, sino poner de
manifiesto que está ahí, no pensado en cada plano. Pensarlo de este modo, como
el afuera y el adentro del pensamiento, el afuera no exterior o el adentro no
interior. Lo que no puede ser pensado y no obstante debe ser pensado fue
pensado una vez, como Cristo, que se encarnó una vez, para mostrar esta vez la
posibilidad de lo imposible. Por ello Spinoza es el Cristo de los filósofos, y
los filósofos más grandes no son más que apóstoles, que se alejan y se acercan
a este misterio. Spinoza, el devenir-filósofo infinito. Mostró, estableció,
pensó el plano de inmanencia <<mejor>>, es decir, el más puro, el
que no se entrega a lo trascendente ni vuelve a confundir trascendencia, el que
inspira menos ilusiones, menos malos sentimientos y percepciones erróneas…” Ibíd. p. 62.
[14] Friedrich Nietzsche. Ecce Homo. Alianza Editorial. Madrid.
2005, (Porque soy un destino I) p. 135.
[15] “En el reproche
que Hegel hará a Spinoza, haber ignorado lo negativo y su potencia, reside la
gloria de Spinoza, su más propio descubrimiento. En un mundo roído por lo negativo, él tiene
suficiente confianza en la vida, en la potencia de la vida, como para convertir la muerte, el apetito
asesino de los hombres, las reglas del bien y del mal, de los justo y de lo
injusto. Suficiente confianza en la vida como para denunciar todos los
fantasmas de lo negativo.” Deleuze. Spinoza:
una filosofía práctica. p. 22.
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