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La Vitalidad es el presente. Todo está en la vida y es la vida, los cuerpos mueren pero la vida continúa, es eterna. Siempre se está en medio de la vida y la vida en medio de nosotros. Nos atravisa para llegar a otros, así como atravesó a otros, para llegar hasta nosotros. La vida es incontrolable, poderosa, inalienable, misteriosa, creativa. La vida es salvaje: es el amor.



viernes, 9 de noviembre de 2012

La producción po-y-ética del cuerpo


Conoceréis al autor por el devenir de sus de sus lectores. Andrés Cisneros                                                                                             
                                                                                                                                      
La cuestión central de una poesía materialista es el cuerpo. El cuerpo como la materia humana por excelencia pues como en la medicina o la brujería todo conocimiento, técnica o práctica están dirigidos a provocar un efecto en algún cuerpo: el propio, el ajeno, el próximo en tiempo y espacio, el lejano, el individual, el colectivo, el amado, el odiado…

El cuerpo humano es el objeto y objetivo poético real, ya que no solamente hacemos la poesía con el cuerpo o en relación a él, sino lo que es más importante, toda experiencia sensible (sensibilia o aiestesis de donde se deriva el término estética) sucede en y a través del cuerpo como un estado particular –devenir- que adquiere el propio cuerpo. Lo cual significa que la poesía, en tanto experiencia sensible por excelencia, se experimenta y vive con el cuerpo como una transformación corporal.

Desde hace aproximadamente tres décadas en el ámbito de las humanidades se ha dado una importancia cada vez mayor al cuerpo con un “giro corporal” que se ha llevado a cabo desde la filosofía hasta la psicología pasando por la antropología y la sociología con nuevas metodologías, líneas de investigación y publicaciones. Esto como consecuencia de las duras interpelaciones hechas a las ideas de alma, espíritu y psique realizadas a la luz de los conocimientos de las ciencias médicas y el psicoanálisis que dejaron sin respuesta dogmas que se tenían por principios de la subjetividad tanto cristiana como moderna. Sin embargo, esta historia del reclamo de los derechos y la dignidad del cuerpo es de más viejo cuño, y por lo menos en la época moderna podemos rastrearla en sus albores, en pleno siglo XVII, en la obra de Baruch de Spinoza quien se atreve a plantear una pregunta que es como un grito de guerra dirigido a la tradición filosófica escolástica de ese entonces con mil años de existencia, que se basaba en los principios y las eminencias del alma. El grito que proclama Spinoza en ese entonces es:

En efecto, nadie ha determinado hasta aquí lo que puede el cuerpo,  esto es, la experiencia no ha enseñado a nadie hasta aquí lo que el cuerpo, por las solas leyes de la Naturaleza en cuanto se la considera sólo como corpórea, puede obrar, y lo que no puede, sin ser determinado por el alma. Pues nadie ha conocido hasta aquí tan exactamente la fábrica del cuerpo como para poder explicar todas sus funciones…[1]



Y si se toma con seriedad esta afirmación, trescientos años después la magnitud del reto que presenta llega hasta nosotros con la misma fuerza de entonces. Pues si tratamos de concebir el mundo, y sobre todo, a nosotros mismos más allá de ideas, modelos y planes preestablecidos como prejuicios o dogmas: “que somos un alma, criatura desde siempre y para siempre idéntica a sí misma” o una “psique exclusivamente racional y por ello absolutamente inteligible”. Entonces, el todo de la realidad empieza a adquirir un cariz de cosa desconocida y por conocer, más compleja pero también más rica, incluso inesperada, incluyéndonos a nosotros mismos, y sobre todo, al cuerpo que somos capaces de experimentar como vida singular.

Ya Nietzsche doscientos años después había retomado como una estafeta el eco de este grito de ignorancia pero también de asombro ante la instancia corporal:

El cuerpo es una gran razón, una pluralidad dotada de un único sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor. Tu pequeña razón, hermano, ésa a la que llamas “espíritu”, es también un instrumento de tu cuerpo, un instrumento humilde y un juguete de tu gran razón (…) Detrás de tus pensamientos y de tus sentimientos, hermano, hay un amo poderoso, un sabio desconocido que se llama sí mismo. Habita en tu cuerpo; es tu cuerpo. Hay en tu cuerpo más razón que en tu más profunda sabiduría…[1]

Plantear en primer lugar al cuerpo, y por sobre todo, el misterio que es el cuerpo implica la posibilidad de un conocimiento más real tanto del hombre mismo como del mundo en que vive, que va más allá de las complacencias o complicidades con los poderes e intereses creados (Iglesia, Estado y Capitalismo).

Es decir, si el cuerpo es un misterio inagotable que se nos presenta como una complejidad dinámica, tiene las siguientes consecuencias: por una parte, ser algo más que solamente un recipiente del alma; y por otra, aportar positivamente elementos de lo que somos o vamos siendo en los diferentes estados por los que va transitando. Y ello, a su vez, tiene las implicaciones políticas fundamentales colaterales de que nadie pueda definir quiénes somos y de qué somos capaces. Es decir, el cuerpo es una realidad abierta que se va transformando (construyendo-definiendo) constantemente a través de diferentes dinámicas de significación y sentido que tienden a definir el cuerpo singular que cada uno de nosotros es.

La pregunta por el misterio del cuerpo, por lo que este es y por sus capacidades, abre las puertas de la labor científica y también de las artes liberándolas a la exploración de nuevas posibilidades con nuevas y más importantes consecuencias. Así, la poesía pasa a ocupar un lugar de primer orden en el conocimiento y conformación del cuerpo humano pues si bien la realidad es tan vasta como inaprensible, la manera en que nos relacionamos con ella es a través de conceptos, imágenes y sensaciones como sus signos o huellas. Y si el cuerpo en su misterio resulta inagotable gran parte de su realidad y capacidades con las que estamos en contacto pueden ser exploradas a través de las imágenes y los afectos –signos y huellas- de la poesía que resultan ser devenires del propio cuerpo.

La poesía como instancia por excelencia de la imaginación trabaja con las imágenes fundamentales del mundo, de la interioridad, y en el límite, de la experiencia del propio cuerpo, y con ello, paradójicamente, del alma o la conciencia pues qué son estas sino la imagen que el hombre se hace de su propio cuerpo sensible, deseante, conciente, enamorado, sufriente, desconocido…

Ahora bien, plantear concientemente (sería más adecuado decir estratégicamente) esta labor como inherente a la poesía es propio de un planteamiento materialista de la misma. Una poesía materialista no puede soslayar la producción corporal, como producción de devenires (afectos = estados corporales), al contrario, ha de ser una de sus funciones básicas que a pesar de su aparente novedad más bien se trata de una especie de atavismo, una forma de primitivismo que recupera una de las funciones básicas de la palabra mítica y ritual que tenía por finalidad la fundación de la comunidad y la producción del hombre, así como el mantenimiento de su salud, en las formas chamánicas de diferentes grupos étnicos. Y se presenta como estratégica, debido a que el proceso de definición del cuerpo que se es acontece como un campo de batalla en el cual se ha hecho uso de los más diferentes medios para convencer a los hombres de la imagen de su cuerpo, de quiénes son y de qué son capaces, ya sea la Iglesia en nombre del alma y la fe con la maquinaria administrativa de imaginarios más sofisticada hasta su época; o el Estado moderno productor de la transformación del campesinado feudal en el proletariado europeo a través de las instituciones de la disciplina y la educación como lúcidamente señala Michel Foucault.[2] El cuerpo y su concepción imaginaria han sido y son el botín de guerra de la cultura y la política, pues garantizan la obediencia y la servidumbre de los hombres: el poder.

En estos momentos de crisis civilizatoria la situación de la imagen del cuerpo es un índice de la situación de descomposición cultural y de sometimiento o extravío del hombre, así las cosas, el trato al cuerpo es un proceso de sometimiento a modelos destructivos o completamente ajenos con los cuales se maltrata, modela e interviene para que sea “lo que debe ser”, un cuerpo “bellamente” ocioso, occidental, sexuado como el complemento casi evanescente de un producto comercial o de los accesorios que lo “embellecen”, cuando el cuerpo real se prepara sólo para el trabajo asalariado y el ensueño consumista, reflejo de esto son los diferentes trastornos relativos al cuerpo (desde la anorexia hasta la dependencia a las drogas). Mientras la poesía puede dormir el sueño de los justos u ocuparse de una de las labores más poderosas y dignas de la palabra: explorar la vida en todas sus potencialidades.

La poesía materialista puede responder poéticamente a ¿qué es lo que puede un cuerpo, mi cuerpo, tú cuerpo, nuestro cuerpo? ¿Qué afectos, qué capacidades, qué confianza tenemos en nuestro propio cuerpo? Lo que se resume en qué vida creemos que merecemos y podemos vivir.

Si el escritor es un brujo es porque escribir es un devenir, escribir está atravesado por extraños devenires que no son devenires-escritor, sino devenires-ratón, devenires-insecto, devenires-lobo, etc… El escritor es un brujo, puesto que vive el animal como la única población ante la cual es responsable por derecho. El pre-romántico alemán Moritz se siente responsable no de los bueyes que mueren, sino ante los bueyes que mueren y que le causan la increíble impresión de una Naturaleza desconocida – el afecto. Pues el afecto no es un sentimiento personal, tampoco es un carácter, es la efectuación de una potencia de manada, que desencadena y hace vacilar el yo. ¿Quién no ha conocido la violencia de esas secuencias animales, que le apartan de la humanidad aunque sólo sea un instante, y que le hacen mordisquear su pan como un roedor o le proporcionan los ojos amarillos de un felino?...[3]






[1] Friedrich Nietzsche. Obras selectas (Así habló Zaratustra, Más allá del bien y del mal, El anticristo, El ocaso de los ídolos). EDITAM libros S.A. España. 2000. (Así habló Zaratustra, Los que desprecian el cuerpo) pp. 54 y 55.
[2] Michel Foucault. Vigilar y castigar. Siglo XXI Editores. México. 2001. (DISCIPLINA. I. LOS CUERPOS DÓCILES, II. LOS MEDIOS DEL BUEN ENCAUSAMIENTO, III. EL PANOPTISMO) pp. 139-230.
[3] Gilles Deleuze, Félix Guattari. Mil Mesetas. 9ª ed. PRE-TEXTOS. España. 2010. (10. 1730 – DEVENIR-INTENSO, DEVENIR-ANIMAL, DEVENIR-IMPERCEPTIBLE. Recuerdos de un brujo, I.) p. 246.





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