Uno de los prejuicios más comunes en relación con la filosofía es afirmar o suponer que no sirve para nada. Ya que se subestima a la filosofía y al filósofo desde la opinión del sentido común o se les idealiza desde una perspectiva de la trascendencia.
De acuerdo al sentido común que se ha convertido en razón instrumental y lógica de la ganancia, para las que lo único que tiene un valor y utilidad es aquello que reporte una ganancia monetaria, la filosofía carece de sentido. Por ello, Deleuze a lo largo de su obra reiteradamente expresa el sentido y utilidad de la filosofía como una práctica emancipatoria a nivel individual y colectivo. Una de las ocasiones más célebres en que lo hizo fue precisamente en su libro Nietzsche y la filosofía:
Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido (…) ¿Existe alguna disciplina fuera de la filosofía, que se proponga la crítica de todas las mixtificaciones, sea cual sea su origen y su fin? Denunciar todas las ficciones sin las que las fuerzas reactivas no podrían prevalecer. Denunciar en la mixtificación esta mezcla de bajeza y estupidez que forma también la asombrosa complicidad de las víctimas y de los autores. En fin, hacer del pensamiento algo agresivo, activo y afirmativo. Hacer hombres libres, es decir, hombres que no confunden los fines de la cultura con el provecho del Estado, la moral o la religión. Combatir el resentimiento, la mala conciencia, que ocupan el lugar del pensamiento. Vencer lo negativo y sus falsos prestigios.[1]
Paralelamente, a partir de sus metáforas espaciales del pensamiento, Deleuze dice que “oficialmente”, a través la historia de la filosofía,[2] se da una imagen del pensamiento de las “alturas”, según la cual, conceptos, ideas y sistemas ya estarían dados desde la eternidad en una especie de cielo filosófico[3] donde el filósofo, habitante de entre mundos, los tomaría. De tal manera, tanto las ideas filosóficas como en cierto modo el filósofo mismo pertenecerían a un mundo mejor y más sutil que este, a un mundo verdadero y perfecto que poco o de plano nada tiene que ver con este mundo y los seres humanos reales.
De tal manera, la filosofía se convierte en una práctica ociosa y suntuosa propia de personajes de elite, pensadores o intelectuales, que se diferencian esencialmente del hombre común, y sobre todo, del hombre práctico-no-filosófico, llegando en tales términos al extremo de cifrar la dignidad y el valor mismos de la filosofía en tales cualidades, de inutilidad y en su oposición con la práctica. Nada más lejano de la verdad de lo que ha sido y es la filosofía junto con la práctica filosófica desde la Antigüedad, pues en verdad, la filosofía ha sido, es y será una práctica vital que define la praxis tanto individual como colectivamente.
La inutilidad de la filosofía es una idea de cuño antiguo,[4] que responde paradójicamente a una forma particular de entender la filosofía, pero sobre todo, de utilizarla por los gobernantes. Ya que desde siempre el pensamiento y las explicaciones que ha dado de la realidad, desde la religión, han sido la pieza fundamental de las relaciones establecidas entre los hombres ya sea de respeto, sometimiento u obediencia, definiendo lo que los hombres han de pensar y creer en la dimensión práctica de los valores, ética -qué ha de ser valorado y respetado- y de la política –quién y cómo ha de organizar u ordenar la vida colectiva-. Definiendo simultáneamente de manera estratégica, la dimensión filosófica como inútil, y por lo tanto, como ajena al común de los hombres que siendo incapaces e incompetentes para entender las razones de sus acciones y forma de vivir, sólo les resta obedecer las razones dadas por otros.
En estos términos, en realidad la filosofía siempre ha sido práctica en relación con el poder, legitimándolo o por el contrario cuestionándolo, y en términos individuales, defiendo la forma particular de vivir y actuar del hombre en la determinación de sus valores. Así, desde la antigüedad, filosofía y vida han formado las partes de una unidad que es la vida tanto de la polis como del individuo.
Precisamente, Deleuze entiende este carácter práctico emancipatorio fundamental de la filosofía que no dejó nunca de existir paralelamente a su uso dominador, en una especie de tradición subterránea cuyas máximas expresiones son particularmente Spinoza y Nietzsche, y él trata de concretar en su concepción de la filosofía que desarrolla a lo largo de toda su obra con una historia de la filosofía vital e imanente: “Comencé por la historia de la filosofía cuando aún era dominante. Prefería a aquellos autores que escapaban a la historia de la filosofía: Lucrecio, Spinoza, Hume, Nietzsche, Bergson.”[5]
Concepción de la filosofía que culmina con su libro de senectud escrito en colaboración con Felix Guattari ¿Qué es la filosofía?, en el que afirma enfáticamente: “Los filósofos-cometas supieron hacer del pluralismo un arte de pensar, un arte crítico. Supieron decir a los hombres lo que ocultaba su mala conciencia y su resentimiento. Supieron oponer a los valores y a los poderes establecidos aunque no fuera más que la imagen de un hombre libre. Después de Lucrecio ¿cómo es posible preguntarse aún: para qué sirve la filosofía?[6]
En el caso particular de Nietzsche esta dimensión emancipartoria de la práctica y utilidad política de la filosofía es abundante, como lo evidencia la interpretación deleuzeana, en su estudio monográfico Nietszche de 1965, y sobre todo, ya en el portentoso libro Nietzsche y la filosofía de 1962, libro en el que Deleuze hace una interpretación vitalista fundamentalmente política y práctica. En la cual, se distancia del canon con el que era leído Nietszche, sobre todo desde la tradición alemana y lo relacionaba con el pensamiento fascista del nacionalsocialismo.
Deleuze, sobre todo, trata de centrar su interpretación en una práctica política individualmente emancipatoria y colectivamente revolucionaria, inscripta en la tradición de su historia subterránea de la filosofía. Para lo cual, se embarca en la labor de resignificar las categorías nietzscheanas, como la “genealogía”, la “voluntad de poder” y el “eterno retorno”, demostrando enfáticamente que Nietzsche no habla de una voluntad de dominio-sometimiento ni una voluntad de obtener el poder establecido, tanto como de una dimensión inmanente del hombre y la vida misma, una fuerza o potencia creativa que tiende en el hombre a crear nuevos valores en función de la vida misma y su plenitud; fuerza que se opone tanto a los valores como a los poderes que niegan la vida.
[1] Deleuze ¿Qué es la filosofía? p. 149 y 150.
[2] “La historia de la filosofía siempre ha sido el agente de poder dentro de la filosofía, e incluso dentro del pensamiento. Siempre ha jugado un papel represor. Históricamente se ha constituido una imagen del pensamiento llamada filosofía que impide que las personas piensen. La relación de la filosofía con el Estado no se debe únicamente a que la mayoría de los filósofos del pasado sean “profesores públicos”. La relación viene de más lejos y es que el pensamiento toma su imagen propiamente filosófica del estado como bella interioridad, sustancial o subjetiva. Intenta un estado propiamente espiritual, como un estado absoluto, de ahí lo de tener ideas siempre justas; de la universalidad, del método, de las preguntas y respuestas, de los juicios. Pensamiento con ministros del interior y funcionarios del pensamiento puro.” Gilles Deleuze. Diálogos. Editorial Pre-textos. París. 1980. p. 3.
[3] “La imagen del filósofo, tanto la popular como la científica, parece haber sido fijada por el platonismo: un ser de las ascensiones, que sale de la caverna, se eleva y se purifica cuanto más se eleva. En este <<psiquismo ascensional>>, la moral y la filosofía, el ideal ascético y la idea de pensamiento han anudado lazos muy estrechos. Dependen de ella, la imagen del filósofo en las nubes, y también la imagen científica según la cual el cielo del filósofo es un cielo inteligible que nos distrae de la tierra de la que no comprende su ley. Pero, en los dos casos, todo ocurre en las alturas (aunque sea en la altura de la persona, en el cielo de la ley moral)…” Gilles Deleuze. Lógica del Sentido. Ediciones Paidós Ibérica S.A. Barcelona. 2005, p.161.
[4] La idea de la inutilidad de la filosofía se remonta, sobre todo, a Aristóteles para quien la ciencia de los primeros principios se ocupa de algo tan excelso que en cuanto tal se distingue esencialmente de lo existente: “… lo que se llama <<sabiduría>> se ocupa de las causa primeras y de los principios. (…) Pero, además, es capaz de enseñar aquella que estudia las causas (pues los que enseñan son los que muestran las causas en cada caso) y, por otra parte, el saber y el conocer sin otro fin que ellos mismos se dan en grado sumo en las ciencias de lo cognoscible en grado sumo (en efecto, quien escoge el saber por el saber escogerá, en grado sumo, la que es ciencia en grado sumo, y ésta no es otra que la de lo cognoscible en grado sumo)…” Aristóteles. Metafísica. EDITORIAL GREDOS, S.A. Madrid. 1994. (I y II) pp. 74 y 76.
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