Resulta importante señalar que en Francia desde finales del siglo XIX existió una intensa recepción de la obra de Nietzsche desde diferentes sectores, que impetuosamente reivindicaban lecturas sui generis de la obra nietzscheana, de las cuales, para los propósitos de este trabajo de investigación resultan decisivas aquellas que desde el arte, la militancia política y el pensamiento crítico reivindicaron una lectura de izquierda. Lecturas que de un modo u otro contextualizan la lectura política y crítica realizada por Deleuze desde la década de los sesentas, ya que, desde su formación filosófica más básica, Deleuze participó activamente en círculos intelectuales que se nutrían de esta especie de tradición propia del medio francés respecto del pensador alemán.
Desde su formación filosófica más básica, siendo aún estudiante de secundaria, Deleuze participó en círculos intelectuales donde tuvo la oportunidad de conocer la tradición filosófica francesa y conversar directamente con sus representantes más notables: Sartre, Bataille, Klosowsky, Bachelard, Hyppolite, Kojève etc. Primero, en 1943, en el círculo semiclandestino de Marie-Magdeleine Davy[1] y en las reuniones sabatinas en casa de Marcel Moré.[2] Y después, de 1946 a 1965, en la Sociedad Francesa de Estudios Nietzscheanos, que tenía como objetivo “contribuir, sin ninguna mira política ni intensión de proselitismo, a hacer que se conozca mejor el pensamiento de Nietzsche, y llevarlo del plano de la propaganda tendenciosa a una objetividad comprensiva y a una crítica inteligente.”[3]
En este sentido, dedicaremos este apartado a describir en sus rasgos más significativos la recepción crítica y de izquierda de la obra de Nietszche realizada por el medio artístico, socialista y literario francés desde finales del siglo XIX a mediados del siglo XX. Período en el que resulta sobresaliente el interés y la empatía con que los distintos actores intelectuales franceses respondían a la admiración que Nietzsche tuvo para con la cultura francesa, incluso a pesar del obstáculo que constituía para tal labor la tergiversación e interpretación nacionalsocialista de la obra nietzscheana predominante en Alemania.
Y nuevamente, hay que señalar que una tarea de este tipo tiene que lidiar con los lugares comunes y los clichés producto de los prejuicios, a partir de los cuales, Nietzsche es identificado como un pensador si no fascista y de derecha conservadora, como un esteta apolítico, irracionalista y absolutamente individualista; y ya en el límite, con la nefasta idea de un pensador que en su forcejeo con la locura dejó una obra cifrada por la incongruencia que raya en la asignificación únicamente salvada por la audacia de la interpretación ajena.
La labor interpretativa que realiza Gilles Deleuze, se circunscribe en este horizonte conflictivo en el cual, su obra tiene como objetivo más que combatir reactivamente la interpretación oficial, hacer evidente los contenidos críticos, emancipatorios y revolucionarios del pensamiento nietzscheano que tienden a la posibilidad de nuevos mundos y nuevas formas de ser hombre en el horizonte problemático, que él fue uno de los primeros en ver, de la cultura occidental en decadencia.
La relación de Nietzsche con el pensamiento francés inicia, entonces, desde la exaltación de la cultura francesa por parte de Nietzsche. En tales términos se denomina a sí mismo además de “espíritu libre”, con el término francés, un “décadant”[4]: “Descontado, pues, que soy un décadent, soy también su antítesis. Mi prueba de ello es, entre otras, que siempre he elegido instintivamente los remedios justos contra los estados malos; en cambio, el décadent en sí elige siempre los medios que lo perjudican. Como summa summarum [conjunto] yo estaba sano; como ángulo, como especialidad, yo era décadent”.[5] Con está auto denominación cifrada en la decadencia[6] Nietzsche reivindica y alimenta, en un doble movimiento cargado de una multiplicidad de sentidos, la tradición cultural francesa tanto política como estética, como veremos a continuación.