Existe una continuidad entre Baudelaire y Rimbaud, donde uno se detiene el otro continúa. Baudelaire sueña lo que después vive Rimbaud.
La obra de Baudelaire es un auténtico grito de guerra, la poesía del nuevo espíritu que en el siglo XIX tiene que hacer frente a las concepciones racionalistas que niegan el espíritu y reducen el mundo a una dimensión maquínica donde lo espiritual deviene un fenómeno fisiológico, ideal-imaginario o psicológico. Baudelaire, como un chamán entre científicos, reivindica el poder espiritual de la palabra, aquella función encargada a ciertos hombres en todas las civilizaciones, que consiste en crear los vínculos entre la misteriosa vastedad del mundo y la realidad con el hombre. Es decir, entre el hombre y los infinitos posibles del mundo y su propia vida.
Baudelaire es el gran Maestro que con su grito de guerra convoca a la nueva poesía, la poesía NECESARIA en Occidente que habrá de hacer frente a las adversidades y los abismos de la modernidad y la postmodernidad: el absurdo y las diversas formas de esclavitud modernas (laboral, psicológica, ciudadana). Es el solitario en el medio emergente de las masas que habitarán ciudades sin tiempo ni espacio para los sueños y los sentimientos del hombre. Por ello, la poesía y los poetas que convoca son radicalmente rebeldes y se definen por oponer la plenitud de la vida interior del hombre, el espíritu, a las sombras en que convierte a los hombres la maquinaria social, económica y política. De los simbolistas (Coubiére, Lautreamont, Mallarmé) a las vanguardias de entre guerras (surrealsitas y dadaístas) y latinoamericanas (Hora zero e infrarrealistas), es el mimo llamado el que se escucha, el grito de guerra que emite Baudelaire en el siglo XIX, como un llamado que convoca a las hordas salvajes del futuro, contra el mundo del absurdo y a dar testimonio del maravilloso mundo que puede ser la vida humana.
Eterno Budelaire, y sus Flores del mal, eternas...eterno disgusto a todo, y a todos.
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